Friday, April 2, 2010


Bienvenidos al blog de "Antes de la Creacion", mi primera novela, ya editada desde agosto de 2009, y en venta en algunos pocos lugares de Buenos Aires. Como surgió lo pueden leer en la introduccion, realmente interesante fue el “momento” de la inspiracion, y aun mas apasionante el proceso de escribirla.
Abajo el resumen, y luego el libro.


Ignacio es un joven y prestigioso astrónomo que esta empeñado en llegar a observar el origen del Universo a través del nuevo telescopio Hubble II recientemente instalado en la estación espacial. Nadie pensaba que esto fuera realizable en un futuro mediato, salvo Ignacio. Con la invención de su revolucionario Algoritmo, su objetivo estaba cada vez mas cerca. Mas cerca de lo que cualquier mente audaz pudiera imaginar.
La Nasa competía con su propio proyecto, y varios gobiernos y la Iglesia tenían sus equipos de inteligencia espiando los avances de cada investigación con toda la tecnología disponible. La información y el conocimiento que pudieran obtenerse en caso de éxito eran demasiado importantes para dejarlos en manos de un grupo de científicos irreverentes. Esto no involucraba solo ciencia, sino que también significaba que La Creación, el Génesis, podrían ser revelados, como en algún momento el celebre Isaac Newton descubrió la ley de gravedad. Los hechos se precipitan a medida que los progresos se aceleran, y una serie de asesinatos tiñen de sangre la investigación científica más importante de todos los tiempos.
Un apasionante viaje a través de la evolución de la cosmología, del genio de Einstein y sus teorías, y de cómo la ciencia, la religión, la teología, la filosofía se entremezclan para impulsar a nuestro astrónomo en la aventura científica mas relevante de la humanidad.
DEDICATORIA Y AGRADECIMIENTOS

Dedicado a mi familia, a mi esposa Ani y a mis tres hijos: Ignacio, Josefina y Justina.
A mis familiares y mis amigos, fuente de toda mi inspiración y vivencias, muchas de ellas volcadas en este libro.

Un agradecimiento especial a mi madre, correctora literaria y colaboradora extraordinaria y, por supuesto, la mejor madre del mundo.


INTRODUCCIÓN


Desde los confines de las galaxias y de los tiempos, algo o alguien observa al resto del conjunto. ¿Es conciente o inconciente?

El hombre siempre se ha hecho preguntas sobre sus orígenes, los orígenes del Universo, cómo comenzó todo, para qué y por qué. Este libro no da respuesta a ninguno de esos interrogantes, ni a ningún otro. Sólo refleja algunas ideas, fantasías y ocurrencias de una mente curiosa que muchas veces se encuentra, durante la rutina de su día, haciéndose preguntas de las cuales generalmente no conoce ni encuentra las respuestas. Medita, imagina, piensa, investiga, lee, pero a esa mente muchas respuestas le escapan.

A veces estas preguntas sólo responden, en la mera ansiedad cotidiana, al interrogante trivial de qué le espera para comer en la cena esa noche; otras, se pregunta si sería realmente posible viajar en el tiempo; otras, simplemente se pregunta si hay algo más que pueda hacer para que sus hijos sean felices y tengan una vida plena; otras, si hay un Dios que lo observa y lo guía.
Las preguntas no tienen orden ni secuencia ni ilación, sólo van y vienen a través de sus sinapsis y se instalan en su conciencia con la misma velocidad con que la luz surca el negro espacio cósmico.

La idea de este libro, su inspiración digamos, si es que alguien lo puede considerar “inspirado”, surgió en un segundo, un haz de pensamiento que se materializó en mi cabeza mientras iba en un auto, por una ruta oscura, camino a un fin de semana de golf con mis amigos. De pronto, me encontré mirando las estrellas por la ventanilla en la noche cerrada. Así, de golpe, en ese instante, mucho más breve y fugaz que cualquier otro instante, el principio y fin de este libro me fueron revelados.

Siento una profunda satisfacción y ha sido una gran experiencia para mí haber sido capaz de llevar mis pensamientos, inquietudes y dudas a la escritura, y verlas convertidas en un libro.





CAPÍTULO 1
ASTRONOMÍA E INFANCIA
“El astrónomo no devoto está loco”, dijo el deísmo del siglo dieciocho;
hoy nos inclinamos más a pensar que el astrónomo inexacto es denso.
Hay una especie de estupidez colosal en torno a las estrellas y sus cursos,
que nos sobrepasa y nos inquieta…
La propia conciencia es esencialmente más vasta que
la misma vastedad que nos asombra, puesto que la abarca y la envuelve.
WILLIAM ARCHER, God and Mr. Wells (1917)


Hizo noche en Iquique. Sabía que en una hora y media estaría en Pica, pero era demasiado temprano. Lo esperaban a las dos de la tarde. Ignacio Horton, madrugador crónico, estaba tan listo para emprender su viaje al terminar su desayuno como el auto alquilado el día anterior que lo esperaba en el estacionamiento del hotel. Llevaba consigo el disco con el software que debía testear, fruto de su arduo trabajo y de su inteligencia singular, la pieza de información que podría revolucionar la investigación astronómica del siglo XXI…
Era una mañana refulgente y el Norte Grande valía la pena recorrerlo, aunque no dispusiera más que de unas horas.
La luminosidad del paisaje lo cegó. Altiplano chileno, suelo amarillento y rojizo, límpido cielo azul, antiguas rutas del desierto inca, esplendoroso, solitario. Los geoglifos precolombinos se dibujaban en los cerros con diseños humanos, de animales, de plantas y de signos que vayan a saber qué querían decir. Decidió hacer un alto en las termas. La pintoresca Cocha y su socavón rocoso de donde surgían aguas tibias, cristalinas, sanadoras bien merecían su atención, a pesar de que su pensamiento estaba lejos. Como siempre. Lejos de la tierra, en el cielo, en el espacio.
Ya divisaba a la prehistórica Pica. Ya estaba a un paso del recientemente inaugurado Telescopio Quasars. “La más poderosa máquina del tiempo que existe”, la llamaba Ignacio.
Uno de los astrónomos más reconocidos del momento, Ignacio había sido nominado para el premio Nobel por sus investigaciones y descubrimientos sobre los orígenes del universo. Graduado en Astrofísica en la Universidad de Barcelona, había completado su postgrado en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. El interés por el cosmos y sus misterios era algo que vivía en él desde no sabía cuándo. Alumno regular durante la escuela secundaria, sobresaliente en la universidad por su empeño, dedicación y claridad de pensamiento. Lo empujaba una perseverancia singular pues no cejaba hasta encontrar una solución a los problemas planteados.
Descabellado, lejano, insoluble, imposible. Él mismo calificaba así su próximo proyecto: develar el misterio del origen del Universo. Universo con mayúscula. Y los últimos adelantos tecnológicos y los descubrimientos de la última década en astronomía lo animaban a seguir hasta llegar a su meta, le hacían pensar que no era ciencia-ficción, ni una burda ambición de probar una teoría loca, sino un fin alcanzable dentro del plazo que la vida humana le fijaba. No escapaba a su percepción realista de científico que un proyecto de tal envergadura tendría beneficios en términos de conocimientos e información que provocarían euforia en los medios de la ciencia, pero una revisión monumental en lo filosófico, lo espiritual y lo religioso. Intereses en pugna no facilitarían su tarea. La NASA conducía su propio proyecto en forma paralela al suyo y la Iglesia disimulaba su interés larvado, pero se mantenía muy al tanto de las alternativas de sus adelantos. No faltaban los gobiernos que presionaban para tener acceso a los datos que la investigación recopilaba.
A Ignacio nada lo detenía en su ambicioso proyecto que podía conducir al momento mismo de la Creación. Mientras se acercaba a Pica, anticipaba con excitación el momento de encontrarse frente al Quasars. Como el observatorio y el telescopio ofrecían características tan excepcionales, la espera para lograr un turno para usarlo era larga, hasta de varios meses. Aun así, sólo unos pocos privilegiados lograban la autorización para hacerlo. La importancia del proyecto era fundamental y, en ese sentido, Ignacio y su grupo llenaban todas las condiciones para conseguir el tan disputado privilegio de disponer del Quasars.
Además, el Consorcio lo consideraba entre sus proyectos más preciados. Consorcio integrado por unas pocas naciones que habían financiado la construcción y se ocupaban de la administración del telescopio. Francia, Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, China, Rusia, Japón, Australia; países grandes para un gran telescopio; solamente Chile no formaba parte de ese grupo privilegiado y exclusivo, pero su importancia se magnificaba al ofrecer un lugar único para su ubicación.
Ubicación era la clave para ese telescopio que exigía que se aprovechara al máximo el poder de sus avanzados lentes, espejos, sistemas ópticos y de computación, en él se reunían las últimas maravillas del mundo tecnológico para poder escrutar el espacio y el tiempo lejano. Cada candidato había luchado con uñas y dientes para imponer sus territorios para la instalación del telescopio. Entre esos candidatos estaban Hawai, los Alpes suizos, Afganistán, China…larga lista. Uno a uno fueron descartados por diversas razones y, finalmente, prevaleció la opinión de los científicos que habían elegido a Chile prácticamente desde el primer momento. El clima y la calidad de la atmósfera fueron dos de las razones más importantes para inclinar la balanza a favor de Chile. El Norte Grande de Chile, con su Puna de aire límpido y clima ideal. La construcción duró más de dos años y todos los astrónomos celebraron la inauguración del telescopio: su ayuda sería invalorable para develar los misterios del universo.
Hacía poco tiempo que otro poderoso telescopio estaba disponible. Pero era de más difícil acceso ya que estaba ubicado en la estación espacial Quantum 21 puesta en funcionamiento hacía pocos años y dedicada casi exclusivamente al soporte del telescopio Hubble II. Este habia sido construido en el espacio y habia sido inaugurado sólo unos meses después que el Quasars.
El telescopio Hubble I, diseñado para explorar el espacio más lejano, había sufrido fallas iniciales que lo habían dejado severamente dañado y limitado en su uso. Una vez reparado, había revelado imágenes insospechadas que delineaban la historia del Universo y seguía, día tras día, alimentando las bases de datos de los científicos con información muy valiosa. Pero el avance tecnológico devora todo en poco tiempo y así el Hubble I y su tecnología del siglo XX eran ya algo obsoletos; el Hubble II llevaría a los observadores del espacio a territorios aún más lejanos, tanto en el espacio como en el tiempo.
Era precisamente este punto de la relación entre el espacio y el tiempo el que había fascinado a Ignacio desde que tuviera uso de razón y su padre lo introdujera al mundo del cosmos. Su relación con su padre había sido muy especial, compañerismo, cariño y una dosis de admiración que habían sobrevivido la etapa de tirantez que se produce en toda relación filial que perdura hasta que el hijo, maduro ya, comprende y justifica posiciones y valores. La muerte de su padre le había dejado un vacío difícil de llenar, el tiempo se encargó de cicatrizar la herida y ahora sólo lo embargaba la memoria de gratos recuerdos cuando pensaba en él.
Niñez y adolescencia. Vacaciones en Alpa Corral, un pueblito de las sierras cordobesas en la Argentina había sido la bienvenida rutina de los veranos ya que su familia tenía una propiedad que databa del siglo XIX situada a cinco kilómetros del poblado. Congelado en el tiempo, Alpa Corral y sus doscientos habitantes deleitaban con sus paisanos a caballo, los chacareros en sulky y los sábados a la noche con el imperdible baile de pueblo, el cuarteto de gira del momento y los inolvidables personajes haciendo piruetas en la pista. En los veranos, paz quebrada por turistas que sólo duraba dos meses y después se retomaba el ritmo pausado de todo pueblo serrano.
Atravesaba el pueblo un río que bajaba de las sierras más altas. Tranquilo, de aguas claras, inofensivo hasta que las lluvias en las cumbres lo transformaban en un torrente furioso, marrón y espumoso, arrastraba rocas y ramas cambiando el paisaje del río con cada creciente, llevando y trayendo arena y piedras de un lado a otro. Manso y ancho en el pueblo, en sus postrimerías, el río se transformaba en el “Cajón”. Agua rápida que corría por un cañón formado por dos laderas de cien metros, que aumentaba súbitamente en altura y caudal en cuestión de segundos. Su familia había tejido con estas aguas del río un estrecho vínculo hecho de exploraciones y aventuras, juegos y correteos, saltos desde las piedras, pero también de dolor y pena.
Jorge, su padre, y sus tres hermanos festejaban en el río un caluroso día de Navidad vigilados por unos tíos. La creciente llegó silenciosa, arrolladora, trágica. Los dos mayores alcanzaron la costa con más facilidad que los dos pequeños de ocho y siete años, que tomados de pierna y brazo fueron arrastrados, pero la fuerza del agua los separó. Un par de kilómetros río abajo, su padre logró salir en un codo del río, pero su hermano menor se había ahogado. El 25 de diciembre nunca fue lo mismo para nadie en la familia.
En lo alto, la casa en el cerro; desde allí se bajaba al río por una pintoresca escalera de piedra de doscientos escalones que su bisabuelo había hecho construir. El respeto al río basado en lo ocurrido, actualizado por advertencias sin fin no impidió que niños y grandes disfrutaran sus claras aguas, sus enormes piedras para tumbarse al sol o para usarlas de trampolín en lugares profundos. Fueron años de inocente diversión, unión familiar hecha de rutinas recordadas con nostalgia: la larga mesa del té a la subida del río, los caballos listos para salir en cabalgata que el casero ensillaba meticulosamente, partidos de croquet situado en tortuoso terreno hecho difícil por raíces y desniveles, intercambio de chistes entre grandes y chicos, juegos en parejas también en las bochas y en el bádminton, excursiones a un arroyo cercano para cazar y pescar. Cenas de mesas largas prolongadas en amenas charlas de sobremesa. Noches de partidas de truco o póquer de los adultos o largas guitarreadas aseguraban la diversión nocturna. Era una larga lista de actividades que mantenían al aburrimiento fuera de los programas. Su abuela, la “Mamina”, era la dueña y única habitante permanente de la casa y se encargaba de que todo estuviera en orden para cuando llegaban sus hijos y nietos en los meses de verano y en las vacaciones de invierno. Había tejido con sus nietos una relación muy especial que todos recordaban con cariño y devoción.
La casa grande, extendida y aislada de luces cercanas, tenía una escalera en el ala oeste que permitía el acceso a la terraza. Su padre solía llevar a Ignacio en las noches a observar el cielo. Sin saberlo, estas sesiones dieron paso al futuro astrónomo. La vista del cielo es espectacular en ciertas regiones de Córdoba. Miles, millones de estrellas se admiran en una atmósfera clara. Hermanos y primos respondían al reto de su padre para ver quién descubría primero el paso de algún satélite. Se divisaban como cualquier estrella, pero se desplazaban a simple vista y a la misma hora. Noches fascinantes para Ignacio que aprendía de su padre el nombre de las constelaciones; muchas noches subía solo para acostarse en una parecita de la terraza donde permanecía durante horas para contemplar las estrellas, absorto en sus pensamientos y en tanta maravilla. Imaginación que volaba lejana hasta distintos rincones del universo en naves espaciales que exploraban planetas y galaxias, descubriendo paisajes cósmicos de inusitada belleza.
Esas noches de observación del cielo organizadas por su padre movilizarían el intelecto de Ignacio por el resto de su vida. La relación entre espacio y tiempo se había develado cuando le contaba que la luna que veía en ese cielo despejado, era en realidad la luna que existía tres segundos antes, ése era el tiempo que tardaba la luz de la luna en llegar a la tierra; la del sol, tardaba ocho minutos en hacerlo. Más aún, algunas de las estrellas visibles en las noches cordobesas se encontraban a millones de kilómetros de la tierra, por eso él las estaba viendo tal cual eran millones de años atrás, veía la luz que ellas proyectaban, pero esa luz había partido millones de años atrás. No lo podía creer, ¡estaba mirando el pasado!
“Esa constelación que ves ahí está a setenta años luz de la Tierra”, le decía su padre, “si la mirás cuando tengas setenta años, la verás tal cual era el día en que naciste”.
Más aún, cuanto más lejos estaba situada la estrella, más nos internábamos en el pasado del Universo. Su mente infantil había deducido que cuanto más poderosa fuera la lente del telescopio que se usara, más lejanos en tiempo y espacio estarían los objetos que podría observar.
Todas estas inquietudes maduraron y le marcaron con claridad su camino; adolescente aún, Ignacio ya sabía lo qué haría el resto de su vida: estudiar el Universo y sus orígenes, astrofísica sería su elección de carrera.
2001, año mágico para Ignacio pues estableció la relación entre el título de una de sus películas favoritas, “2001, Odisea del Espacio” y el hecho de que en ese año su padre emigró a España por trabajo, e Ignacio ingresó en la Universidad de Barcelona para completar sus estudios, famosa en esa época por la calidad de sus programas académicos en el área de astronomía y física.
En ese año, en la Argentina se desató una crisis económico-social de grandes proporciones a través de una fuerte devaluación de su moneda. Incorregible, Ignacio establecía un paralelo entre esta realidad argentina y las películas de ciencia ficción, e imaginaba que habían subido a la nave de reserva y dejado la estación espacial justo a tiempo, antes de que ésta explotara. El diagnóstico era correcto: el país había estallado en un caos brutal.
Estudios meteóricos, el espacio lo perseguía, publicaciones en revistas científicas de prestigio, así, poco a poco, su renombre fue creciendo en el círculo de los astrónomos del momento. La culminación llegó cuando, en forma inesperada, le llegó un ofrecimiento para trabajar en el California Institute de Techonology (Caltech) con el famoso Dr. Wooley, director de unos de los laboratorios más avanzados en Cosmología.
Mientras conducía, sumergido en su pasado y su futuro, Ignacio no se percató de que a cientos de metros un auto seguía sus pasos tratando de no ser detectado. El auto de vidrios polarizados llevaba dos hombres en su interior, uno conducía el vehículo y el otro manejaba un sofisticado equipo de vigilancia. No cabía dudas, espionaje internacional a la orden del día como en el cine, pero aquí no había ficción, sino realidad siniestra.


















CAPITULO 2
COMPROBACIONES E INTERROGANTES

Nuestra era es retrospectiva. Construye los sepulcros de los padres…
¿Por qué no disfrutar también de una relación original con el universo?
¿Por qué no tener una filosofía y una poesía de penetración y no de tradición
y no una religión revelada a nosotros y no la historia de la de ellos?...
Exijamos nuestros propios trabajos, leyes y cultos.
RALPH WALDO EMERSON, Ensayos



Terri Wooley, ilustre ciudadano inglés nacido en el pueblito de Preston, también tenía fascinación con el cosmos y sus orígenes. Provenía de una aristocrática familia de la realeza inglesa; curiosamente, esto le había provocado un cierto sentimiento de culpa. Su padre se había empeñado en que viviera la vida normal de un niño de clase media a pesar de que poseía una fortuna cuantiosa, en parte heredada, en parte fruto de su trabajo como ingeniero industrial. Terri se sentía incómodo con su posición social, no porque la rechazara sino porque sus amigos y compañeros se encargaban de hacerlo sentir distinto, privilegiado, y este convencimiento íntimo, de alguna forma, se había transformado en ese insidioso sentimiento de culpa que no sabía bien a qué atribuir. Su padre le había inculcado valores nobles y, respecto a su posición económica y social privilegiada, simplemente le decía: “lidia con eso como mejor puedas”. En su cumpleaños número quince, le había regalado un libro de la autora rusa emigrada a los EEUU, Ayn Rand, famosa por sus teorías filosófico-económicas, quien sostenía que el capitalismo era el único sistema de organización social que respetaba los derechos del hombre y lo dignificaban y, consecuentemente, promovía el bienestar y progreso económico de sus ciudadanos. En uno de los capítulos de este libro, Ayn Rand se refería específicamente al tema de la riqueza heredada. Su padre le señaló un pasaje relevante que ilustraba el dilema de Terri:
“Al considerar el tema de la riqueza heredada, uno debe empezar por reconocer que el derecho crucial afectado no es el del heredero sino el del productor original de la riqueza. El derecho de propiedad es de su uso y su disposición. De la misma forma que el productor de riqueza tiene el derecho de usarla y disponer de ella en vida, también tiene el derecho de elegir quien será el heredero luego de su muerte. Nadie más tiene el derecho de hacer esa elección. Es irrelevante, por lo tanto en este contexto, el mérito o demérito de cualquier heredero; su derecho no es el derecho básico en juego; cuando se denuncia la herencia, es el derecho del productor al que, en efecto, se está atacando.
Se argumenta que como el heredero no trabajó para producir la riqueza, no tiene ningún derecho inherente a ella; esto es verdad ya que el derecho del heredero es un derecho derivado; el único derecho primario es el del productor. Pero si el futuro heredero no tiene ningún reclamo moral sobre esa riqueza, salvo por elección del productor, tampoco lo tiene nadie más; ciertamente no lo tiene el gobierno ni ‘el público’.
En una economía libre, la riqueza heredada no es un impedimento o amenaza para los que no la poseen. La riqueza no es algo estático o limitado que sólo puede ser dividido o saqueado; la riqueza es producida, su cantidad potencial es virtualmente ilimitada.
Si el heredero es digno de ese dinero, es decir, si lo usa productivamente, produce más riqueza, eleva el nivel de vida y, en cierta forma, favorece el ascenso de otros. Cuanta más riqueza, más desarrollo, más alto es el nivel de recompensas económicas en salarios y ganancias y más amplio el mercado para nuevas ideas, productos y servicios.
Cuanto menor la cantidad de riqueza existente, más difícil y larga la marcha para todos. En los primero años de una economía industrial, los salarios son bajos; hay poco mercado todavía para la habilidad inusual. Pero con cada generación sucesiva, al incrementarse la acumulación de capital, la demanda económica para trabajadores hábiles se incrementa. El establishment industrial necesita de estos hombres y no tiene más remedio que pagarles salarios cada vez más altos por sus servicios y así entrenar a sus futuros competidores, con lo cual el tiempo requerido para un trabajador nuevo en acumular su propia riqueza y establecer su propio negocio, se torna cada vez más corto.
Si el heredero no es digno de su dinero, la única persona amenazada por esto es él mismo. Una economía libre, competitiva, es un proceso de constante progreso, innovación y mejora; no tolera el estancamiento. Si un heredero sin habilidad, sin talento o perezoso, recibe una fortuna de su exitoso padre, no será capaz de mantenerla por mucho tiempo, no estará a la altura de la competencia. En una economía libre, donde los burócratas y funcionarios no tienen poder de conceder favores económicos, todo ese dinero no podrá comprarle protección para su incompetencia. Los lujos personales o las francachelas que el incompetente heredero pueda disfrutar con el dinero de su padre, son irrelevantes económicamente. En los negocios, no será capaz de estar a la altura de competidores talentosos.
Es en una economía ‘mixta’, semisocialista o semifascista, donde se protege a los ricos holgazanes o incompetentes estancando a la sociedad en un nivel determinado de desarrollo, congelando la gente en clases y castas y haciendo más difícil para los hombres el ascender o caer de una clase a otra; de manera que el que heredó una fortuna antes de esta parálisis, puede conservarla sin miedo de competencia, como el heredero de una sociedad feudal. Es interesante ver cómo los herederos de grandes fortunas industriales, los millonarios de segunda y tercera generación, se transforman en defensores del estado de bienestar, clamando por más y más controles. Los destinatarios y víctimas de estos controles son los hombres talentosos que en una economía libre, desplazarían a estos ricos incompetentes.”
Terri había leído estos pasajes de Ayn Rand una y otra vez, movilizado por sus conceptos y por cuán lejos estaban la mayoría de ellos de la corriente de pensamiento generalizada. Le hacía sentir bien el hecho de que el tener privilegios heredados tuviera alguna justificación filosófica y social y estaba seguro de que en el transcurso de su vida se encargaría de probar que era digno de la fortuna y posición de su familia.
Luego de graduarse en la Universidad de Birmingham, Terri había emigrado a los Estados Unidos para seguir su carrera en astronomía. Luego de varios años trabajando en la exploración del espacio para la NASA, le habían ofrecido un puesto importante en Caltech que en ese momento estaba entre los lugares más codiciados para trabajar en el campo de la cosmología.
Terri tenía un cerebro privilegiado y sus contribuciones al entendimiento del universo y sus orígenes habían sido inmensas. El premio Nobel había honrado sus descubrimientos sobre las primeras galaxias y la dedicación casi exclusiva a su trabajo le habían permitido estar en la vanguardia de la investigación sobre los orígenes del Universo. Había planeado y dirigido diversos estudios que prácticamente habían confirmado que la teoría del Big Bang (Gran Estallido) era la mejor explicación para el inicio de los tiempos.
Esta teoría sostiene que el universo original era totalmente denso, compacto y caliente concentrado en un haz diminuto, una “singularidad”; alrededor de 14.000 millones de años ocurrió una explosión cósmica llamada el “Big Bang”, a partir de la cual el universo se está enfriando y expandiendo. La Teoría de la Relatividad, elaborada alrededor de 1915 por Albert Einstein, fue la base inicial de la teoría del Big Bang a través de las ecuaciones matemáticas conocidas como las “ecuaciones de campo”. Edwin Hubble, astrónomo norteamericano, descubrió en 1929 que las galaxias se están separando unas de otras, dando gran soporte a las teorías del Big Bang.
Cualquier discusión sobre estos temas no puede dejar de reconocer que la mente brillante de Einstein le dio el puntapié inicial. Einstein luchaba por descubrir la ecuación que explicara todos los procesos de la naturaleza, desde el funcionamiento de los átomos hasta la formación de las galaxias y el universo mismo.
“Si yo fuera Dios, cual sería la mejor manera de crear el Universo?” se preguntaba el genio inquieto de Einstein.
Múltiples anécdotas habían hecho muy pintoresca la vida de Einstein; en particular, Ignacio recordaba haber leído una que se refería a Jascha Heifetz, violinista muy famoso del siglo XX. Cuando éste tocaba uno de sus primeros conciertos a la edad de 13 años Einstein se le acercó al terminar la actuación y, al saludarlo, le dijo:
"Después de haberlo escuchado a Ud., sé que Dios existe."
A los diecisiete años, Einstein elaboró uno de sus famosos experimentos mentales respecto de la velocidad de la luz que, práctica y experimentalmente, había sido determinada en 300.000 kilómetros por segundo. Una persona corriendo a la misma velocidad de la luz debería ver la luz inmóvil, como parece inmóvil el tren de al lado que se desplaza a la misma velocidad que aquel en el que viajamos. Pero si la velocidad de la luz es una ley fundamental de la naturaleza, sin importar quién la mide, ¿cómo puede estar inmóvil?
Unos años después, Einstein propuso la única respuesta posible: la velocidad no es más que el espacio que un objeto recorre dividido por el tiempo que tarda en recorrerlo.
Si la velocidad de la luz sigue siendo 300.000 kilómetros por segundo para una persona que corre tan deprisa como ella, la explicación sólo puede ser que el espacio y el tiempo han cambiado. La luz no recorre distancia respecto a ese veloz observador, pero el tiempo se ha detenido.
En 1905, Albert Einstein sacudió al mundo con su famosa ecuación: E= m x c (al cuadrado). La energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Es decir que la masa y la energía son dos caras de la misma moneda, la energía se transforma en masa y la masa en energía. Siguiendo la ecuación se deduce que se obtiene gran cantidad de energia de una pequeña cantidad de masa, lo cual nos habla del poder encerrado dentro de cada átomo. Inicialmente Einstein sostenía que se requeriría una gran cantidad de energia para lograr liberar la energía dentro de los atomos, lo cual hacía que esta alternativa no fuera práctica. El problema radicaba en que al bombardear el núcleo con protones, de carga electrica positiva, igual que el núcleo del atomo, estos protones eran repelidos por el núcleo. Pero en los años 30, un cientifico trabajando en Alemania llamado Leo Szilard descubrió que bombardeando el núcleo con neutrones (que son eléctricamente neutros) se podía romperlo y liberar energía y mas neutrones, que atacan otro núcleo liberando mas neutrones y asi sucesivamente, generando una reacción en cadena que libera grandes cantidades de energía. El corolario de este descubrimiento fue la bomba atómica. Podriamos decir que la ecuación de Einstein es la ecuación de la destrucción y de la Creación a la vez. La energٌía se transformó en masa en el Big Bang. Energía pura evolucionó y se condensó en materia y el Universo todo.
También en 1905, en la ciudad suiza de Berna, Einstein publicó un artículo titulado “Sobre la electrodinamica de los cuerpos en movimiento”, el primer documento que culminaría con la teoria de la Relatividad.
Einstein sostenía que la materia produce una curvatura en el espacio y el tiempo y que esto atrae más materia por esa “pendiente”, que es la responsable de la gravedad.
Esta idea, junto con su formulación matemática precisa, es la Teoría de la Relatividad espacial, uno de los pilares fundamentales de la física contemporánea.
Las ecuaciones de Einstein, además, no implican ninguna diferencia esencial entre el espacio y el tiempo. El espacio tiene las tres dimensiones familiares (los tres ejes de coordenadas de la geometría convencional) y el tiempo es otra dimensión más. Vivimos en un espacio-tiempo de cuatro dimensiones. Un objeto inmóvil viaja sólo por la dimensión del tiempo.
A medida que su velocidad va aumentando, el objeto dedica cada vez más parte de su movimiento a desplazarse también por las dimensiones del espacio. A la velocidad de la luz, sólo se desplaza por el espacio: el tiempo se ha detenido para él. Por eso, nada puede viajar más rápido que la luz. Sería un viaje al pasado.
Antes de Einstein se creía que el paso del tiempo no variaba. Pero él descubrió que el paso del tiempo depende de la velocidad a la que un objeto viaja. El paso del tiempo es relativo, cuanto mas rapido viaja uno, mas lento corre el tiempo. En realidad lo único constante en el universo es la velocidad de la luz.
El otro gran pilar de la física contemporánea es la mecánica cuántica, la ciencia de las partículas subatómicas. Es otro mundo ajeno a la intuición en el que las certezas se sustituyen por meras probabilidades y en el que una partícula puede estar en dos sitios a la vez. Einstein nunca logró aceptar estos aparentes absurdos y, durante su madurez, dedicó grandes esfuerzos a intentar refutarlos. Sin embargo, él mismo fue uno de los descubridores de ese laberinto.
Varios científicos del siglo XX fueron dando soluciones a las ecuaciones de la Teoría General de la Relatividad de Einstein y así, según el belga Georges Lemaitre, el universo se expandió de un “átomo primitivo”. El modelo de Willem de Setter, holandés, no tenía materia en él, lo cual es bastante acertado ya que la densidad promedio del universo es muy baja.
En los años 40, varios científicos desarrollaron la idea de un universo primitivo que consistía en un mar de radiación de protones, neutrones y electrones, muy caliente, ya que elementos más pesados que el hidrógeno sólo pueden formarse a altas temperaturas. Predijeron que la radiación de la explosión inicial todavía debería existir y ser mensurable. La llamaron la radiación cósmica de fondo (Background Cosmic Radiation). En los años 60, la radiación correspondiente a la temperatura predicha fue detectada por un equipo de astrónomos, ampliando la base de sustentación de la teoría del Big Bang.
En los años 90, la misión COBE (Cosmic Backround Explorer Satellite) fue lanzada por la NASA. Este satélite era capaz de ver a billones de trillones de kilómetros en el universo, lo que equivale a alrededor de 15 mil millones de años. En los primeros momentos después del Big Bang, el universo era un universo de radiación, ni siquiera había luz. COBE estaba diseñado para detectar las ondas de radio de ese universo primordial, esa “radiación cósmica de fondo” y había hecho mediciones que consistían en pequeñas diferencias de temperatura de distintos puntos, diferencias de densidad entre distintas regiones del espacio que fueron el origen de las estructuras que vemos hoy. Esto prácticamente confirmaba que el Universo había comenzado a existir en su forma actual con una explosión de características gigantescas, concepto difícil de captar por el ser humano común, aunque algo más comprensible para estos genios científicos que elaboraban estas teorías y los experimentos y observaciones cósmicas para confirmarlas o desestimarlas.
Terri e Ignacio se habían conocido en una convención en Italia donde Terri estaba presentando algunos datos nuevos sobre la distribución de las galaxias. Éste era un campo por de más interesante, y en el laboratorio de Terri estaban creando mapas del universo que mostraban la distribución de las galaxias. En general, los astrónomos creían que las galaxias estaban distribuidas al azar en un patrón desordenado en el vasto universo. Pero al ir elaborando enormes mapas que mostraban secciones más o menos importantes del espacio, fue emergiendo un patrón que sorprendió en gran medida a todos. Las galaxias seguían patrones de distribución bastante consistentes, como en “oleadas”, con grandes agrupaciones seguidas de espacios relativamente vacíos.
Ignacio estaba maravillado con la presentación de Terri y, al finalizar la charla, se acercó para felicitar al célebre científico. Estrechó la mano de Terri y grande fue su sorpresa cuando Terri lo reconoció y lo llamó por su nombre de pila. “Ignacio”, le había dicho, “es un placer conocerte, he leído varios de tus últimos trabajos y creo que vas en la dirección correcta”. Ignacio no lo podía creer, ¡el famoso Dr. Wooley estaba felicitándolo en persona! Si bien Ignacio se había hecho un nombre dentro de la astronomía por sus descubrimientos y teorías desarrolladas al elaborar su tesis doctoral, y través de sus más recientes publicaciones, jamás había pensado que sus trabajos hubieran tenido tal repercusión, sobre todo para un hombre trabajando en la lejana Caltech.
Terri lo invitó a comer esa noche en un elegante restaurante de Milán donde se reuniría con varios de sus colegas. La comida sería una buena oportunidad para que se conocieran más a fondo e intercambiaran ideas sobre futuras investigaciones. El restaurante estaba lleno, pero el ambiente era agradable. Los astrónomos comieron, bebieron y, por supuesto, discutieron ciencia y comentaron las últimas presentaciones. Algún periodista curioso que se encontraba cenando en el lugar reconoció algunos de los famosos cientificos y les tomó varias fotografias, les agradeció el favor y luego los dejó tranquilos para disfrutar la velada. Las discusiones eran por momentos acaloradas pero siempre amistosas. Estos hombres tenian vastos conocimientos y fuertes convicciones. No era facil hacerles cambiar de opinión a no ser que se plantearan argumentos sólidos. La mayoría de los comensales se fueron retirando y sólo quedaron Ignacio y Terri compartiendo la sobremesa hasta las dos de la mañana, intercambiando ideas y experiencias muy similares. Ignacio estaba interesado en la personalidad de Terri, una mente brillante, pero un hombre modesto y simple a la vez. Y Terri había quedado igualmente atraído por las ideas de Ignacio. Ignacio le comentó algunos de los trabajos que había desarrollado últimamente y mientras avanzaban en la charla, dibujaban en el mantel de la mesa los gráficos y ecuaciones matemáticas que discutían. A medida que profundizaban temas, los dos se dieron cuenta de que el propósito final de sus trabajos los llevaba al mismo destino: descubrir u observar el momento mismo del origen del Universo, el momento de la Creación. Ambos pensaban que esto era posible, tal vez no inmediatamente, pero sí en un futuro cercano. Esto los diferenciaba del pensamiento prevaleciente entre los astrónomos del momento que sostenían que la observación del fenómeno era imposible de realizar y así lo sería por muchos siglos. Otros dudaban de que el ser humano como especie tuviera el intelecto capaz de encarar el proyecto o, una vez observado el evento, comprender los hallazgos.
Ignacio tenía una forma de encarar los problemas muy poco convencional y esto captó la atención de Terri inmediatamente. Sería el complemento ideal para su laboratorio, pensó. Sin dudarlo un segundo, le ofreció un puesto en Caltech como investigador asociado; Ignacio tardó otro segundo en aceptarlo.
Ignacio continuó la charla con Terri y, al referirse a su colaboración futura, parafraseó a su ídolo político de los años 80, el ex presidente norteamericano Ronald Reagan: “Si no ahora, ¿cuándo? Si no nosotros, ¿quién?” Claro está que Reagan se refería a la revolución liberal que él mismo lideraría en los Estados Unidos e Ignacio se refería a descubrir el origen de los tiempos.








CAPÍTULO 3
CIENCIA Y RELIGIÓN
La ciencia…imposibilita toda religión,
como no sea de las más altas.
Canónigo B. H. STREETER, Reality, (1927)

Esa noche, Ignacio no pudo dormir por la excitación que lo invadía. En el lujoso hotel de Milan donde se hospedaba, se quedó un rato en el bar saboreando el momento. Con la mente brillante de Terri y los recursos inagotables de Caltech, avanzarían rápidamente en la investigación. Comenzó a divagar con distintos aspectos de su nuevo trabajo y su entusiasmo lo llevó incluso a ponerle nombre al proyecto: como una revelación escondida en algún lugar de su cerebro, el nombre afloró espontáneamente como el único posible: “Grand Origin Discovery” fue lo primero y lo último que escribió en un pedazo de papel. GOD daba la sigla en inglés. Quedó un poco sorprendido. God, Dios, ¿sería mera casualidad o alguna señal?
Ignacio no era un hombre religioso. Si bien se había educado en un colegio católico, sus creencias religiosas no estaban bien definidas. Se debatía entre la existencia y la no existencia de Dios. A cada argumento a favor o en contra que elaboraba en su mente, siempre encontraba explicaciones lógicas para sustentarlos. Pensaba, a veces, que todo era un gran juego de azar cósmico que excluía la existencia de un Ser Superior Creador. Pero por otro lado, no le entraba en la cabeza que la raza humana o la vida en la tierra, o en el universo para el caso, fuera el producto de una mera combinación química casual. Debería haber un propósito, un orden superior, un sistema de recompensas y castigos según la actuación de cada ser viviente.
También creía en la teoría de la evolución; era harto evidente que los seres vivos en la Tierra derivaban de un ancestro común, una célula primordial que evolucionó en todas las especies conocidas, incluido el hombre. El estudio de la embriología, es decir la evolución del embrión desde su concepción hasta el nacimiento del bebé, y su relación con la embriología de otros animales, era evidencia irrefutable de la evolución de las especies. Y esta creencia no le parecía para nada incompatible con la existencia de un Dios. Para Ignacio, la obra creativa de Dios en el hombre fue la de darle el alma, la conciencia, mientras que el cuerpo lo creó a través de la evolución.
Por otro lado, le costaba creer que si existía un Ser Superior, su presencia no fuera evidente. ¿Por qué no había evidencia concreta? ¿Por qué no había prueba tangible de la vida después de la muerte, de que nuestros seres queridos siguen presentes, aunque no en cuerpo? Preguntas que él mismo se contestaba: todo era una cuestión de Fe, pero, ¿por qué debía ser así? ¿Por qué un Dios rodeado de tanto misterio?
No tenía sentido un Ser tan omnipotente, pero a la vez oculto, sin mostrarse ante sus creaciones o, al menos, dar señales inequívocas de su presencia. ¿Cómo se explicaba que todos los años un Dios dejara morir millones de niños en la miseria, dejara proliferar el odio destructivo de los extremistas religiosos, matando inocentes en Su nombre? ¿Cómo era posible que si existía un Dios, personajes perversos como asesinos, narcotraficantes, políticos corruptos, empresarios inescrupulosos y otros demonios terrenales pudieran prosperar y hasta tener más éxito en la vida que muchas personas bondadosas y llenas de méritos, seres de buena voluntad? Si había un Dios, ¿cómo era posible que existieran campos de concentración, que un desastre natural como un tsunami matara 200.000 inocentes en unos pocos minutos? ¿Cómo era posible que tantos niños en el mundo estuvieran sometidos a infinidad de sufrimientos, desde el terror del Sida en África con sus millones de huérfanos, pasando por las cadenas de pornografía infantil de enfermos sexópatas, violadores de niños? El sufrimiento de los niños en cualquiera de sus formas se había convertido en algo intolerable para él, y esto le sucedió, especialmente, luego del nacimiento de sus propios hijos. Seguramente lo sensibilizaron de manera especial hacia las dramáticas y crueles carencias que sufren los niños en medio de su indefensión.
Discusiones internas interminables a las que nunca encontraba respuesta o conclusión válida. Se inclinaba por aceptar la existencia de Dios, pero no sentía una convicción firme.
Tampoco la Iglesia Católica, por otra parte, le ofrecía pruebas convincentes o argumentos sólidos, incluso lo confundía con cuestiones que no tenían ninguna lógica. ¿Por qué se empeñaba la Iglesia en decirnos que la Virgen María era virgen, si había sido la madre biológica de Jesús? Las leyes naturales de Dios, ¿dónde quedaban entonces?¿Por qué se empeñaba la Iglesia y la religión en general en imponer en la raza humana la idea de la monogamia? Si nuestros genes habían sido programados por el mismo Dios para buscar la perpetuación de nuestro ADN. La programación genética del sexo resultaba una actividad placentera como pocas, justamente para que este impulso fuera inevitable. ¿Tenía lógica que la naturaleza o el orden de Dios, como Ignacio lo llamaba, propusiera una cosa y la Iglesia nos ordenara lo contrario? Era evidente que a través de la lógica no se llegaba a Dios; ¿no sería, tal vez, que las racionalidades no condujeran a Dios y que su presencia podría atribuirse a llenar necesidades humanas?
Todas estas contradicciones habían hecho que Ignacio perdiera el hábito de seguir los rituales de la religión católica desde la adolescencia. Mientras cursaba su escuela secundaria, iba generalmente a Misa los domingos, practicaba los sacramentos aprendidos y trataba de seguir los preceptos que le habían inculcado, pero una vez terminados sus estudios secundarios, su fe fue desvaneciéndose al ritmo que crecían todos estos interrogantes y pensamientos contradictorios. Su presencia en una iglesia luego de finalizado el colegio se debió principalmente a su relación con una novia que seguía el ritual todos los domingos, y el hecho de ir a Misa solo le permitía pasar más tiempo con su amor del momento.
En la actualidad, se consideraba un católico de nacimiento, pero no practicante, y escéptico por elección.
Estos pensamientos encontrados no le producían sufrimiento, tal vez ansiedad en ocasiones, pero estaba seguro de que la mayoría de los humanos pasaban por los mismos dilemas.
Algo que le llamaba la atención era que, en situaciones complicadas, o en algunas noches antes de dormirse, se encontraba muchas veces elevando una plegaria a ese Ser cuya existencia le generaba tantas dudas. Pero bueno, se decía, somos humanos, ¡no dioses!
En su mente de científico, acostumbrado a comprobar mediante sus experimentos las leyes de la ciencia, no cabía que existiera un Ser que no fuera palpable de alguna manera concreta, fuera ésta física o espiritual, pero inequívoca.
La excitación de recibir tal ofrecimiento del Dr. Wooley le había despertado estos debates un su insomnio de esa noche, pero afortunadamente el agotamiento se fue apoderando de su cuerpo y se quedó dormido.
A la mañana siguiente, se despertó temprano y su primer pensamiento fue para el proyecto GOD. Éste sería su objetivo principal a partir de ese encuentro con Terri Wooley. Y hacia ese objetivo caminaría sorteando cada escollo, como generalmente sucedía cuando se proponía algo, fuera grande o pequeño, facil o difícil, mundano o sofisticado, cósmico o subterraneo…….


















CAPITULO 4
GAIA Y OURANOS

Ver el Mundo en un grano de arena,
un Cielo en una flor salvaje,
tener al Infinito en la palma de la mano
y la Eternidad en una hora.
WILLIAM BLAKE, Augurios de inocencia


Terri Wooley había encontrado en Ignacio el socio ideal. Tenían formas muy distintas de encarar los problemas, pero ambos eran muy respetuosos y ávidos de conocimiento; Ignacio era intuitivo, Terri más metódico, de manera que los atributos personales de ambos hombres tendían a complementarse. Terri había trabajado en la NASA con otra mente brillante a quien admiraba particularmente, James Lovelock. Lovelock era un químico atmosférico inglés famoso por sus singulares teorías sobre la vida en el planeta Tierra, sintetizadas en la célebre “Hipótesis Gaia”. Gaia, nombre que los antiguos griegos le dieron a la Madre Tierra.
“Alguna vez se preguntaron porqué el mundo es un lugar tan adorable, porqué la campiña es un paisaje hermoso, porqué el aire es tan fresco y huele tan bien? Es porque el agua, el aire, las rocas y todos los seres vivientes actúan como una entidad muy unida que es responsable de mantener esas condiciones para sí misma.” Con estas palabras Lovelock comenzaba las frecuentes conferencias que brindaba y que tenían que ver con sus teorías.
Contrariamente a lo que se pensaba hasta el momento en el establishment científico,
Lovelock sostenía que los seres vivientes en la Tierra habían modelado el planeta a su conveniencia para sustentar la vida. Así, su geología, su atmósfera, la composición de los océanos, eran el producto de la interacción de todos los seres vivientes con la madre Gaia. “Todo el planeta está vivo”, sostenía Lovelock. Toda la vida en la Tierra forma un sistema complejo que podría verse como un solo organismo y que tiene la capacidad de mantener al planeta como un sitio apto para la vida. Los viajes al espacio y la visión de los astronautas de la belleza de la Tierra en contraste con la vasta oscuridad del espacio, no sólo habían iniciado, en cierta forma, la teoría de Lovelock, sino que la habían reforzado. Estaba convencido de que la biosfera es una entidad autorregulada con la capacidad para mantener un planeta sano a través del control del ambiente físico y químico. Esto contrastaba con la visión clásica de que la materia viviente reacciona pasivamente a los eventos de la naturaleza, aun los que la amenazan, y se ha ido adaptando a los cambios climáticos, atmosféricos, geológicos y de otro orden que la naturaleza ha impuesto. Es decir que la vida ha sido un espectador pasivo altamente adaptable a las vicisitudes dictadas por el planeta.
Pero Lovelock tenia otras ideas. En definitiva, según Lovelock, la vida en la tierra controla las condiciones del planeta, manteniendo la temperatura en el rango del agua líquida, evitando que los océanos se evaporen o se congelen. “El aire no es sólo un espacio en el cual la vida se mueve, es un producto de la vida misma para mantener las condiciones que ella requiere”. Para probarlo diseñó en su computadora un modelo de planeta en el cual vivían dos clases de flores: las margaritas negras que crecen mejor cuando el planeta esta frío y lo calientan absorbiendo el calor del sol, y las margaritas blancas que crecen mejor cuando el planeta está más caliente y reflejan la luz del sol hacia el espacio, enfriando el planeta. En su modelo de computadora, inicialmente, las margaritas negras crecen haciendo subir la temperatura del planeta, pero a medida que esto favorece el crecimiento de las margaritas blancas y estas enfrían el planeta, la temperatura se estabiliza y encuentra un punto de equilibrio que se mantiene. Es decir, sólo estas dos especies de flores son capaces de mantener el termostato del planeta durante su evolución.
La emergencia de la vida en la Tierra alteró no sólo su apariencia sino también su atmósfera. Según Lovelock, la aparición de organismos fotosintéticos que usan la energía solar y procesan dióxido de carbono y liberan oxígeno, fue uno de los desastres ecológicos más importantes que sufriera la Tierra. La actividad creciente de estos microorganismos llevó a la acumulación de oxígeno en el aire hasta el actual 21% de nuestra atmósfera. La presencia del gas oxígeno en la atmósfera de un mundo anaeróbico debe haber sido un evento de polución sin precedentes. Cuando esto sucedió, la vida en el planeta tuvo que adaptarse rápidamente a este nuevo gas en el ambiente, pero esta adaptación produjo una vida todavía más rica que la que la precedió. Los organismos anaerobios no necesitan de oxígeno para vivir, más bien requieren su ausencia. Uno de estos microorganismos, por ejemplo, es la bacteria conocida como el Clostridium Perfringes que produce gangrena en los seres humanos: justamente uno de los tratamientos para combatir esta mortal infección es la llamada cámara hiperbárica en la cual los médicos administran oxígeno a grandes presiones para intentar matar al Clostridium. La mayoría de los organismos anaeróbicos de hoy viven en nuestros intestinos y dentro de los cuerpos de la mayoría de los animales modernos. ¡Vaya adaptación que han elaborado estos pequeños también!
La teoría de Lovelock fue corroborándose a través del paso de los años. Las mediciones precisas de los gases de la atmósfera, el metano, el dióxido de carbono, el óxido nítrico, el ozono, todos productos de la vida y con una misión muy concreta para protegerla.
Estos trabajos de Lovelock y sus originales conceptos habían captado la atención de Terri desde que tuvo conocimiento de ellos. Había colaborado en algunos de los experimentos y participado en algunos de los proyectos de Lovelock. Pero su interés primordial era la cosmología y hacia allí se orientó su derrotero científico. Su carrera había sido descollante y en Caltech había encontrado el lugar perfecto para llevar a cabo sus investigaciones.
Y el proyecto GOD se convirtió en su principal meta y objetivo de vida, en perfecta sincronía con Ignacio.












CAPITULO 5
CIENCIA Y COSMOS

¿Incomprensible? Pero porque no pueda comprenderse una cosa,
no por eso deja de existir.
PASCAL, Pensées

Sin cesar, Ignacio teorizaba y construía escenarios en su cabeza que trataban de explicar el pasado.
En el principio, no había nada y de la nada surgió la explosión cósmica más grandiosa que haya jamás existido, el principio del tiempo y del espacio que dio origen al universo. En sus comienzos, este universo era una forma infinitesimal, inimaginablemente pequeña, un haz de energía sin espacio, sin dimensiones, ni largo ni ancho, sin materia, rodeada de nada, el tiempo no corria. En ese instante, ese haz, era lo único que existía y, por lo tanto, contenía la totalidad del espacio, del tiempo, de la materia y de la energía. Nada más existía, sólo ese punto infinitesimal.
En una fracción de segundo, ese haz de energía se expandió a la velocidad de la luz, tal vez más rápido, una explosión monstruosa, una expansión sin límites de espacio y tiempo.
Durante los primeros momentos, el universo, alimentado por un campo antigravitacional, atravesó un violento periodo de crecimiento que lo hizo pasar de un tamaño submicroscópico a uno astronómico en una trillonésima de segundo. Secuencia basada en la teoría de la “inflación”, ya prácticamente comprobada con varias observaciones, a través de la elaboración de sofisticados mapas basados en datos recopilados por sondas como la Wilkinson lanzada por la NASA.
Dentro de ese universo, había una niebla incandescente de masa y energía, a temperaturas de millones de grados de la escala que fuera, un infierno tan violento que todavía no era factible que los átomos se formaran. Pero a medida que ese universo se expandió, también se enfrió y, hasta hoy, sigue en expansión y enfriándose. En la actualidad, las temperaturas promedio en el universo rondan los 400 grados Fahrenheit bajo cero.
El universo comenzó en un caos, a diferencia del universo actual que parece una estructura altamente organizada. Por lo cual la pregunta forzada es cómo se pasó de ese estado caótico a éste de relativa organización. Ignacio pensaba en esta pregunta repetidamente y en los distintos escenarios posibles.
Pero también imaginaba y teorizaba sobre el futuro de este universo. No cabian en este aspecto muchas posibilidades. O bien el universo continuaba en una expansión sin interrupción hacia la oscuridad y el frío total con la muerte de todo. O bien “algo” con una masa suficiente comienza una desaceleración que frena la expansión y vuelve a juntar toda la materia y energía en un punto superdenso como lo fue al principio. Y este punto podría dar origen a un nuevo Big Bang y a un nuevo ciclo, tal vez, en un circuito infinito de expansiones y condensaciones de un universo sin fin. Por alguna razón, le aterraba pensar en esta alternativa de ciclos infinitos sin dirección, sin propósito ni memoria de lo que fue, de lo que es y de lo que vendrá. Quizás, esta automaticidad le indicaba que era posible que no hubiera un Ser Superior. Y eso lo asustaba. Prefería pensar que éste era el primer ciclo y el último, terminara como terminara; en realidad, se daba cuenta de que lo reconfortaba cualquier teoría que incluyera a Dios como la explicación última de las cosas, sobre todo, porque pensaba que debería haber una especie de recompensas y castigos para cada ser humano de acuerdo a su comportamiento en la Tierra.
Los astrónomos ya conocían, sea por medio de observaciones o descubrimientos o por medio de ecuaciones, la historia del universo desde la primera centésima de segundo luego del Big Bang hasta el presente. Lo que todavía les faltaba “observar” y, por lo tanto, comprender, eran esos milisegundos, millonésimas de segundo, billonésimas de segundo que habían seguido el Big Bang y el Big Bang mismo. Pero ningún científico actual se hacia ilusiones con que, de alguna forma, observarían o descubrirían qué fue y cómo fue esa explosión creadora. Ninguno, salvo Ignacio. Algunos dudaban de que el hombre tuviera la inteligencia para, algún día, llegar a descubrir la verdad.
Los conceptos involucrados eran tan masivos, tan imponentes que, a veces, Ignacio pensaba que estaba loco; otras, se dejaba envolver en una mística casi religiosa, otras en una incredulidad casi atea. Pero lo que no podía ignorar era que el tema le rondaba permanentemente en la cabeza y muchas veces pensaba que Alguien lo estaba estimulando para que descubriera lo que hubiera para descubrir.
Cada átomo de nuestro cuerpo fue alguna vez parte de una estrella. Cada átomo de nuestro planeta y nuestra galaxia estuvieron unidos en una entidad única contenedora de todo, eran algunos de sus pensamientos. Si bien las estructuras y los materiales se renovaban permanentemente, los átomos que las componen se formaron en el universo primitivo. Y las estructuras de los átomos son una galaxia en sí mismas, con sus núcleos y sus electrones girando alrededor. Esos núcleos con sus protones y neutrones y fotones son tan viejos como el universo mismo, su existencia data de 14 mil millones de años.
Aunque pareciera totalmente fuera de contexto, el átomo es uno de los elementos fundamentales de estudio para comprender el universo. Los elementos del núcleo, a su vez, están compuestos de quarks y gobernados por las fuerzas nucleares, o sea, las interacciones básicas de toda materia en el universo. Hay cuatro fuerzas fundamentales: la gravedad, el electromagnetismo, la fuerza nuclear débil y la fuerza nuclear fuerte.
El estudio del átomo es un campo fascinante y es motivo de constantes experimentos por parte de los científicos. La forma de estudiar los átomos y las partículas subatómicas es acelerarlas a altas velocidades, casi a la velocidad de la luz, por medio de campos magnéticos, y luego hacerlas chocar con un blanco fijo o entre sí mismas en los famosos aceleradores de partículas, El resultado de esta colisión atómica es la liberación de “restos”, partículas subatómicas cada vez más pequeñas y básicas que interactúan con las cuatro fuerzas básicas. Es decir, estos experimentos les dan a los científicos abundante información sobre los átomos y las fuerzas que los rigen.
El primer acelerador de partículas tenía 15 centímetros de diámetro y fue construido en 1930 en Berkeley, California. Desde entonces se construyeron muchos aceleradores, cada vez de mayor tamaño, ya que cuanto más largo es el recorrido de los protones, mayor es la velocidad que logran y mayor el “choque” con el obstáculo que se elija. El acelerador de partículas más grande del momento era el CERN, ubicado en el límite entre Francia y Suiza, que tenía un túnel de 27 km. de largo! Había sobrepasado ampliamente a Fermilab, en Texas, que, durante años, había ostentado el título de ser el más grande.
El dilema de los físicos es el tratar de comprender porqué hay cuatro fuerzas fundamentales y porqué difieren tan enormemente en su carácter y rango. Por ejemplo, el electromagnetismo es la fuerza que hace que los protones de distintos átomos se repelan, y su rango es infinito. La Fuerza Débil del núcleo es la que controla la energía y el decaimiento atómicos, pero su rango es totalmente limitado al núcleo, al igual que la Fuerza Fuerte que une los quarks para formar protones y neutrones. Sin ella, no habría materia, pero su rango también está limitado al núcleo. Por ultimo, está la gravedad, la fuerza que hace que todas las partículas se atraigan entre sí; es la más débil de las cuatro, pero es infinita en rango y es la que mantiene a los planetas y las galaxias en su lugar.
Einstein buscó en vano una respuesta, una explicación simple y elegante que resumiera todo, una simple ecuación que explicara las diferentes fuerzas y partículas del universo.
En este estadio se encontraba la Física en ese momento. Había teorías elegantes para explicar la mayoría de las fuerzas y partículas conocidas, pero resultaban demasiado complicadas. Demasiados parámetros arbitrarios, pero nada que lo explicara todo. Rondaba la sensación de que el principio unificador debía ser algo muy simple y bello a la vez. Quizás, ni siquiera una ecuación o parámetro, pero sí una idea tan obvia, tan poderosa y tan inevitable que al descubrirla todo el mundo pensara: ¿De qué otra forma podría haber sido?”
Ignacio seguía de cerca a sus colegas en el campo del estudio subatómico. Sabía que la llave del Universo pasaba tanto por el estudio de lo más grandioso cuanto de lo más pequeño, y que debían buscarse respuestas en ambas direcciones. Los telescopios más potentes para lo cósmico y los microscopios más precisos para lo atómico. Estaba en frecuente contacto con Lundren Jassman, un noruego que había conocido en Barcelona durante cursos de física. Intercambiaban información permanentemente sobre los avances en sus respectivos campos, muy interesados ambos en ambas disciplinas.
El estudio de lo atómico y lo subatómico era un campo apasionante que había comenzado con un grupo de físicos allá por los años 20. En esa época, dominada por Einstein y sus teorías, la gravedad y el electromagnetismo no alcanzaban para describir las interacciones y el comportamiento de los átomos y sus componentes, sobre todo sus núcleos y los elementos que los formaban. Así surgió la Mecánica Quántica, que describía el mundo microscópico con bastante acierto. Pero esta teoría era tan radical que dio por tierra incluso con Einstein, quien proponía que el universo era ordenado y previsible. Pero al nivel atómico, el comportamiento de los componentes es un juego de azar. Lo mejor que se puede hacer al nivel cuántico es predecir la probabilidad de un resultado u otro. Los científicos descubrieron la fuerza fuerte y la fuerza débil del núcleo que predomina al nivel atómico junto con el electromagnetismo. Una de las consecuencias del avance de la física cuántica cambió al mundo en la mañana del 16 de julio de 1945, cuando el primer artefacto nuclear fue detonado en el desierto de Nueva México, revelando el poder de la fuerza nuclear fuerte que mantiene unidos los neutrones y protones de los núcleos atómicos. Rompiendo estos nexos entre esas partículas y separándolas, increíbles cantidades de energía se liberan produciendo la conocida potencia destructiva de las bombas atómicas.
Lundred era uno de los físicos que adherían a la teoría de las cuerdas como teoría unificadora que explicaba el universo, desde lo subatómico a lo cósmico. En cierta forma, la gravedad explicaba los fenómenos a nivel cósmico y la teórica cuántica a nivel atómico, pero los científicos no estaban de acuerdo con esta división arbitraria, el universo debía regirse por un principio único. Y la teoría de las cuerdas había surgido como una propuesta con mucho potencial para lograr el cometido de explicarlo todo. Proclama que todo en el universo, todas las fuerzas y toda la materia, está hecho de un solo ingrediente: pequeños haces vibratorios de energía que oscilan en distintas formas y, las distintas formas en que oscilan, representan las distintas partículas. Una idea simple con alcances potencialmente enormes, pero también muy controvertida. Estos haces son tan pequeños que las instancias de ver o medir alguno son tan inverosímiles... y en ciencia uno debe observar y poner a prueba las hipótesis y fenómenos para aceptarlos, pues de otra manera son más que ciencia, filosofía. Y éste era, por el momento, el mayor problema de la teoría de las cuerdas. Y lo que provocaba interminables discusiones entre Ignacio y Lundred cada vez que se reunían. Pero cada uno en lo suyo avanzaba en su búsqueda incansable para explicar el átomo, el planeta, las galaxias y el universo todo.
Lundred había predicho que Ignacio sería el astrónomo que llevaría la ciencia a la última frontera. “Ignacio, tu tesón y tu inteligencia ofrecen las mejores opciones de la raza humana para llegar a observar el origen del Universo y yo tengo fe de que lo harás”.
“Gracias, Lundred, no sé si tengo la misma fe que tu tienes, pero estoy seguro de que si no yo, alguien en los próximos años será capaz de hacerlo”.








CAPITULO 6
CODIGOS Y ALGORITMOS

Un experimento que estalla
Siempre vale más que uno silencioso
Y uno no se puede cansar de pedirle al cielo
Que si ha de conceder un invento
Más vale que sea el que estalla.
LICHTENBERG

Uno de los mayores inconvenientes que los astrónomos encontraban al escrutar las distancias más lejanas del universo era el enfocar correctamente el telescopio en un punto, luego pasar a otro punto y enfocar nuevamente y así seguir la secuencia avanzando de punto en punto para progresar en la observación. Estos monstruos ópticos eran manejados por computadoras igualmente poderosas, pero el control del movimiento que se requería para enfocar determinada área era muy complicado y debía ser increíblemente preciso y, muchas veces, limitaba las observaciones. Esto era particularmente importante cuando las distancias eran grandes y, hasta el momento, había escollos considerables en la observación de lo más lejano. Ignacio se percató de que en este punto de la investigación del Universo, uno de los mayores impedimentos para avanzar era este tema del enfoque y movimiento del telescopio. Por eso hacía meses que estaba trabajando en el diseño de un algoritmo matemático que fuera capaz de guiar al telescopio a través del espacio-tiempo. Ese día había trabajado en ello, casi sin descanso, entusiasmado por haber logrado un gran avance la noche anterior. A veces le costaba un poco trabajar en su casa, su familia lo absorbía, pero más que molestarlo, disfrutaba enormemente su tiempo con sus hijos y su mujer. Pasaba largas horas en su trabajo, por ello cuando estaba en su hogar, su familia trataba de acaparar su tiempo y sacarlo de su enfermiza adicción al trabajo. Sabían que debían mantenerlo entretenido y lejos de sus ecuaciones, ya que cuando se descuidaban un tanto, Ignacio se escurría a su escritorio. Y cuando su cabeza se enfocaba en sus fórmulas y sus ideas, no había nada ni nadie que pudiera romper su concentración. Así había transcurrido los últimos días, concentrado en sus ecuaciones, trabajando con entusiasmo en el algoritmo matemático que lo desvelaba.
Su estudio era amplio y cómodo. Parecía un gabinete de ciencia ficcion, con varios monitores esparcidos por el ambiente y varias computadoras trabajando con distintos progrmas de software, en una red que interactuaba permanentemente bajo los comandos verbales de Ignacio. A pesar de tanta tecnología, a Ignacio le resultaba comodo escribir sus ecuaciones e ideas en papel. Luego las escaneaba y pasaban al lenguaje cibernetico de sus computadoras para que ellas integraran todo. Tenia tambien varias pizarras con formulas y papeles pegados que “adornaban” las paredes. Y aunque pareciera imposible, sabia exactamente donde se encontraba cada papelucho y cada formula diminuta que su cabeza habia elaborado. Ese dia estaba particularmente concentrado, el algoritmo cobraba forma, sabia que estaba cerca. Garabateaba frenéticamente ecuaciones y formulas en una pantalla plana que sostenia sobre sus piernas. Y finalmente, ahí lo tenia, lo había logrado, ¡las ecuaciones estaban completas! Si su instinto no lo traicionaba, sabía que esto era lo que estaba buscando, lo que necesitaba para avanzar definitivamente en el proyecto GOD. Durante unos minutos leyó y releyó las ecuaciones pero no encontró fallas.
Le costaba creerlo, pero asi era, el algoritmo estaba listo. Ni bien completó su diseño llamó a Terri muy excitado y le comunicó la novedad. Eran las dos de la mañana, pero a ninguno de los dos pareció importarles la hora; quedaron en encontrarse en el laboratorio en media hora. No querían que nadie supiera de este adelanto, por lo cual el momento era propicio, nadie los molestaría a esa hora, el laboratorio estaría vacío y podrían trabajar tranquilos el tiempo que fuera necesario. Ignacio condujo su auto hasta Caltech como un maniático, como si un minuto más o menos fuera cuestión de vida o muerte. Totalmente absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de que un auto seguía al suyo y de que estacionó a unos escasos cincuenta metros en el garage del laboratorio. De alguna forma, esos hombres tenían acceso a Caltech, de otra manera, no hubieran podido pasar la barrera de seguridad. Terri ya se encontraba en su oficina esperándolo. Tenía un pizarrón en el cual había escrito varias ecuaciones y ahora revisaba un documento en su computadora. “Hola, Terri”, irrumpió Ignacio con una sonrisa de felicidad. “Por favor, dime que esto funciona, que esto es lo que buscábamos”.
Juntos recorrieron y revisaron las ecuaciones una y otra vez. El pizarrón se llenó de números y anotaciones extrañas; pronto se dieron cuenta que tenían en sus manos una invención revolucionaria para la investigación espacial. Era lo que estaban buscando, una pieza fundamental para el progreso del Proyecto GOD, y a partir de ese momento lo llamarían simplemente asi, el Algoritmo. Se sentaron en la computadora, encriptaron el software y lo guardaron en dos discos, uno para cada uno. Inmediatamente, borraron toda la información de la computadora del laboratorio.
No sospechaban que hubiera ningún espía dentro de Caltech, pero la información que manejaban era muy codiciada por diversos intereses y no querían dejar cabos sueltos. Un equipo de astrónomos de la NASA era el principal rival en carrera con un proyecto similar. Si bien la información científica era compartida y discutida en las distintas conferencias, en este caso, había cierta información sensible que cada equipo no estaba dispuesto a revelar. Era, por una parte, el ego de cada investigador de llevarse la gloria y, por otra, la sospecha de qué haría el contrario con la información una vez obtenida, si es que alguna vez alguien lo lograra.
“Ignacio, debemos hacer una prueba preliminar del algoritmo ahora, debemos saber que lo que funciona en papel, funciona efectivamente en la práctica”, dijo Terri con urgencia en su voz.
“¿Ahora? ¡Ya son las 4 de la mañana!”, replicó Ignacio con sorpresa.
“Es el momento ideal, podemos utilizar nuestro telescopio. Estuve revisando el esquema de uso de esta noche y no había nada planeado, por lo que no habrá nadie a estas horas para molestarnos o curiosear acerca de lo que estamos haciendo. Tenemos al menos tres horas antes de que la gente del Observatorio llegue a trabajar.”
“Pero nuestro telescopio no es de lo más avanzado, ¿crees que servirá?”
“Sí, claro que nos servirá, no necesitamos realizar observaciones muy importantes, sólo probar el software y ver si realmente puede manejar el telescopio de la manera que queremos. Vamos, manos a la obra”.
El observatorio quedaba a unos 300 metros del laboratorio, dentro del campus de Caltech. La noche estaba fresca, había una brisa leve que ni siquiera notaron, estaban totalmente concentrados en la operación que estaban por realizar. Subieron al auto de Terri y no hablaron una palabra durante el corto trayecto hasta el telescopio, pero la excitación flotaba en el ambiente.
El observatorio estaba rodeado por una cerca de seguridad y había una casilla con una barrera para acceder al estacionamiento. El guardia de seguridad los reconoció inmediatamente, ya que eran usuarios asiduos del telescopio. Le mostraron sus credenciales y el guardia los saludó cordialmente: “Buenas noches, Dr. Wooley, ¿alguna urgencia en el espacio esta noche?”, le dijo en tono de broma. “Podríamos decir que sí”, le replicó Terri, pensando para sus adentros que el guardia ni imaginaba la importancia del trabajo que estaban realizando.
Les abrió la barrera y avanzaron hasta el estacionamiento. Dejaron el auto y rápidamente enfilaron hacia la sala de control del telescopio con su mega-computadora. El telescopio de Caltech no era lo último en tecnología, pero, no obstante, estaba entre los más poderosos del país y seguía siendo una fuente considerable de información para los astrónomos.
Abrieron la compuerta de observación que cubría el lente del telescopio y comenzaron a enfocar los astros en el oscuro cielo de California. La noche era perfecta para la observación, despejada, sin luna, con baja humedad.
“¿Dónde te parece que comencemos, Ignacio?” preguntó Terri ansioso.
“¿Qué te parece GC1045? Creo que sería un punto ideal. Lo conocemos bien.”
GC1045 era una galaxia a millones de años luz que habían observado en numerosas ocasiones estudiando los agujeros negros.
“Ok. Mientras ubico la galaxia con el telescopio, podrías ir configurando la computadora con el algoritmo. Asegúrate de no dejar rastros en el disco duro de la computadora una vez hayamos terminado”, sugirió Terri.
Ignacio se puso a trabajar con la computadora y rápidamente la dejó configurada para iniciar la secuencia una vez ubicado el punto deseado.
Terri hizo algunos cálculos mentales para alimentar la computadora en el enfoque. Una vez obtenidas las coordenadas, ingresó los datos. El telescopio comenzó a moverse hacia el punto indicado. Terri e Ignacio miraban la pantalla, hasta que finalmente el telescopio se detuvo. Estaban observando GC1045, una lejana galaxia que esa noche, en particular, les parecía más hermosa que nunca.
“Bueno, Ignacio, llegó la hora de la verdad, comencemos a mover el telescopio con el Algoritmo”.
Lo que intentaban comprobar era si el software podía manejar el movimiento del telescopio con la precisión requerida, con las secuencias indicadas y lograr que enfocara puntos cada vez más distantes; es que para ir acercándose al Big Bang y, finalmente enfocar sobre él, se requería que todo el equipo funcionara de manera absolutamente perfecta.
Estaban observando GC1045 y Terri había insertado el disco en la computadora para programarla. Quería que el telescopio enfocara en otros cinco puntos más, después de la galaxia GC1045; todos eran puntos cada vez más lejanos.
El telescopio se fue moviendo de punto en punto con la precisión esperada y el último punto de observación era una galaxia ubicada a más de cinco mil millones de años luz.
El enfoque fue perfecto y Terri e Ignacio estaban absortos observando la belleza de esa galaxia, pero volvieron al planeta Tierra con un júbilo incontenible.
“¡Ignacio, funciona perfectamente!” exclamó Terri con emoción. “Creo que ahora estamos muy cerca”.
“Terri, debemos acceder al Quasars lo antes posible. Debemos ver hasta dónde llegamos en el Quasars y planear a partir de ahí”.
“Sí, de acuerdo, prepárate para esta semana o la siguiente pues no podemos esperar mucho mas. Estamos muy cerca”.
“ No vendrás, Terri?”, preguntó Ignacio sorprendido.
“No, esto debes hacerlo solo, yo tengo mucho que hacer acá. Mientras yo me encargo de arreglar todo para acceder al Quasars, quiero que tu te encargues de planear la observación que realizarás alli”.
Sacaron el disco de la computadora y borraron todo lo que había quedado grabado en el disco rígido, lo único que podría delatar sus presencias esa noche era el registro de uso del telescopio y los puntos enfocados, ya que esa información quedaba registrada en la red de Caltech.
En las cercanías del Campus, un hombre sentado en un automóvil estacionado se comunicaba por radio. “Estan en el Observatorio, no se cual es la urgencia a esta hora pero deben estar realizando algo importante.”
“Muy bien” le respondió el hombre al otro lado de la línea. “Por ahora solo debemos seguirlos y monitorear sus movimientos, avísame de cualquier otra novedad”.
“Comprendido” fue su respuesta y cerró la comunicación.

CAPITULO 7
EN LAS CERCANIAS DE LA CREACION
La vida de la razón pura está libre de la magia.
PLOTINO


El Quasars era un telescopio imponente, no sólo por su tamaño sino por su ubicación. Su lente principal de 35m de diámetro tardó dos años en construirse con la última tecnología alemana y los equipos de computación incluían una supercomputadora Cray de 500 petaflops de velocidad. La única computadora que se acercaba a semejante poder era la que se había instalado en el Livermore Research Laboratory de Pasadena, California
El Quasars había sido importante en varios descubrimientos astronómicos recientes y, desde su inauguración, había funcionado en forma casi constante por la gran demanda de los científicos.
Este viaje al Quasars era crucial para la continuación del proyecto God. Ya habían pasado casi dos años desde la reunión con Terri en Milán y desde el comienzo de su labor en Caltech.
Era la primera vez que Ignacio iba a usar el Quasars para el proyecto GOD. Durante el camino a través de la planicie chilena que conducía al observatorio había planeado la sesión que llevaría a cabo esa noche. Llevaba el disco con el Algoritmo y hoy sería la prueba de fuego. Sabía que se acercaría mucho a su objetivo si las condiciones eran propicias y todo funcionaba a la perfección. Lo ayudarían a operar el telescopio dos astrónomos, uno chileno y otro australiano, que eran los que estaban asignados al plantel permanente del observatorio. Ignacio los conocía ya que habían participado de varias conferencias y eran personas muy bien formadas y reconocidas en sus campos. El chileno se llamaba Manuel Rey y había completado sus estudios post-doctorales en Francia. Era un experto en el tema de los agujeros negros, conocía perfectamente los trabajos de Ignacio y de Terri y les profesaba gran admiración.
El australiano se llamaba James Combs y era un veterano astrónomo que había trabajado en la NASA en los años 80 y 90 en los proyectos de exploración de Marte. Creía que el trabajo de Ignacio era en vano, estaba seguro de que la observación del origen del Universo no era algo que estuviera al alcance de la astronomía actual, ni siquiera de la astronomía de un futuro lejano. Pero reconocía que los avances recientes habían sido espectaculares y respetaba la perseverancia de Ignacio, pero sobre todo admiraba su inteligencia.
Ignacio llegó al Quasars alrededor de las dos de la tarde, tal cual lo planeado. Lo recibieron James y Manuel con evidente entusiasmo y lo acompañaron a la habitación que le habían asignado para su estadía. Se quedaría al menos dos o tres días para realizar distintas sesiones de observación. El observatorio tenía un edificio adjunto adonde se hospedaban los astrónomos visitantes y los empleados que hacían el mantenimiento y las tareas científicas como Manuel y James.
Lo ayudaron a desempacar y se sentaron a tomar mate que Manuel se encargó de preparar. Sabía que a Ignacio, como a muchos argentinos, le gustaba el mate y que le “cebaran unos amargos” le haría sentir muy a gusto. James también era adicto al mate después de que Manuel lo introdujera a esta infusión y no se movía por el Observatorio sin su termo a cuestas.
El dormitorio de Terri era una suite muy cómoda, con una sala de estar, una pequeña cocina, una habitación amplia para dormir con un escritorio para la computadora y varios libros y elementos de trabajo. Tenía un amplio ventanal en el living desde el cual se veía el observatorio hacia la izquierda con la imponente vista del Quasars, pero una vista todavía mas grandiosa la ofrecía la cordillera y sus picos nevados a la distancia.
Mientras tomaban mate, se interiorizaron de los trabajos que cada uno estaba realizando. James y Manuel estaban trabajando conjuntamente en un proyecto que se dedicaba principalmente a encontrar y observar planetas que tuvieran condiciones potenciales de albergar vida. Llevaban observados millares de planetas dentro de la Vía Láctea, la galaxia donde está ubicado nuestro sol con sus nueve planetas. Pero había cuatro o cinco planetas que les llamaban particularmente la atención por sus características: la distancia a su estrella y la sospecha de que poseían agua líquida. Les interesaba sobremanera estudiar la atmósfera de esos planetas ya que sabían que si había vida en alguno o algunos de ellos, la forma más conclusiva de averiguarlo sería conocer la composición de sus atmósferas. Estaban muy familiarizados con los trabajos de James Lovelock y totalmente de acuerdo con sus teorías. Los gases de la atmósfera de cualquier planeta son altamente reveladores en cuanto a si existe vida en ellos o no. La forma más simple de estudiar la atmósfera de un planeta es recogiendo muestras a través de una sonda espacial, pero estos planetas estaban demasiado lejos para la velocidad de las naves espaciales terrestres del momento y no se preveía ningún adelanto significativo por mucho tiempo como para encarar el envío de naves de investigación. De hecho, el Pioneer que había enviado la NASA en 1975 sólo salió de nuestro sistema solar en 1995 y tardaría más de 200 años en llegar siquiera a los albores de la próxima estrella cercana al Sol.
Ésta era la razón que movía a los astrónomos que trabajaban en este campo a buscar otras tecnologías que les permitieran analizar la atmósfera de los planetas observados y ésa era la tarea en la cual consumían la mayor parte del tiempo, aparte de la observación planetaria.
Ignacio los escuchó con mucha atención, le pareció sumamente importante la investigación de sus colegas y los felicitó efusivamente. Pero era obvio que éstos esperaban ansiosos que Ignacio les comentara los últimos adelantos de su proyecto. Les hizo un corto relato de lo logrado hasta el momento y los planes que tenían con Terri. También les reveló las novedades alcanzadas con el Algoritmo y el hecho de que ésta sería la primera observación importante utilizándolo. Les adelantó lo que tenía planeado para su estada en el Quasars y lo que esperaba obtener. Captaron inmediatamente que la pieza fundamental del trabajo era el uso del Algoritmo, pero también se dieron cuenta de que si funcionaba correctamente harían observaciones jamás vistas del universo primitivo y, tal vez, algún descubrimiento que los hiciera famosos. Lo escucharon fascinados y lo acribillaron a preguntas, una tras otra, como si las respuestas no importaran. Pero cuando mencionaron las posibles repercusiones en la prensa y en la comunidad científica de algún hallazgo significativo que pudieran realizar, notaron que, de repente, la actitud de Ignacio se endureció.
“Sé que es mucho lo que les voy a pedir, pero me gustaría que los hallazgos que realicemos en estos dias queden entre nosotros por un tiempo” les dijo Ignacio con aire sombrío. “Hay muchos intereses que pugnan por los datos que buscamos y no querría que nadie utilice la información que podamos recabar para ningún propósito que no sea la verdad.”
Ignacio sabía que no tenía más remedio que confiar en los astrónomos del Quasars. Desde el primer momento, supo que tendría que revelarles la información sobre el Algoritmo, ya que una vez que lo vieran funcionando en la computadora, ellos sabrían reconocer el adelanto que representaba y no tenía sentido ocultarlo. Una de las razones que Terri e Ignacio consideraron al elegir el Quasars, aparte de sus cualidades inmejorables como observatorio, fue el hecho de que las referencias de sus astrónomos eran excelentes en cuanto a su calidad humana. Terri había averiguado sus antecedentes a través de amigos suyos que habían entrenado y trabajando con Manuel y James.
Hicieron un pacto de caballeros e Ignacio quedó suficientemente convencido de que podía confiar en ellos. Les prometió que cualquiera fuera el resultado de las observaciones de ahí en más, ellos figurarían como parte del equipo, los mantendrían informados de los progresos y compartirían el reconocimiento. Ellos le prometieron la más absoluta reserva sobre lo que Terri e Ignacio consideraran información confidencial.
Se dieron cuenta de que enfrascados en su conversación se les había pasado la tarde. Ya eran las cinco. Ignacio quería descansar un rato ya que esa noche sería larga, comenzarían a trabajar a eso de las diez hasta bien entrada la madrugada. Quedaron en reunirse para comer a las 9 de la noche y planear el trabajo. Al quedarse solo, Ignacio se recostó sobre la cama y quedó profundamente dormido.
Unas horas más tarde, el sonido del teléfono retumbó en su oído, obligándolo a salir de su profundo sopor. “¡Ignacio, te has quedado dormido, hombre!”, sonó la voz de Manuel al otro lado del teléfono. “Vamos, la cena está esperando”. Miró su reloj, eran las 9 y cuarto.
Se dio una ducha rápida y se puso una camisa y unos bermudas cómodos, preparándose para la larga noche. Puso todo lo necesario en su maletín y se dirigió al comedor.
Manuel y James ya estaban sentados comiendo unos panecillos con manteca.
“Hemos pedido un menú liviano, pero debes hacerme el honor de probar este vino chileno” le dijo Manuel. “Cómo no, una sola copita no debería nublar nuestros sentidos”, respondió Ignacio, sabiendo que una negativa sería ofensiva para el orgulloso chileno. “Mañana será el turno de los vinos australianos”, intervino James.
“Lastima que no he traído ningún vino argentino para seguir la tradición”, agregó Ignacio.
“Ah, no te preocupes por eso, tu no lo habrás traído, pero nosotros sí”, le respondió James riéndose. “Tengo un merlot de Mendoza que no tiene desperdicio”.
Manuel levantó su copa y lanzó el brindis: “¡Por los orígenes del Universo!”. Los otros repitieron lo mismo y bebieron un sorbo de vino.
Comieron unos riquísimos mariscos chilenos y discutieron sobre el trabajo de esa noche. Terminaron con un café y enfilaron para el telescopio. La tan esperada noche de trabajo comenzaba.
El plan era comenzar por localizar una galaxia que estuviera a una distancia de mil millones de años luz y, a partir de ahí, enfocar el telescopio en formaciones cada vez más distantes, avanzando de a mil millones de años aproximadamente en cada observación, hasta llegar a los quasares, y luego avanzar hasta llegar al primer millón de años de vida del universo. Los quasares eran cuerpos celestes que eran imponentemente brillantes y que representaban la muerte de una estrella. Eran particularmente comunes cuando el universo tenía alrededor de cinco mil millones de años de vida. El telescopio había recibido su nombre en honor a estos “monstruos” cósmicos.
La sala de observación del telescopio consistía de una consola con varias pantallas y varias computadoras. Se dividieron las tareas e Ignacio comenzó por calcular las coordenadas iniciales de localización del primer punto. Luego, siguió Manuel con los cálculos de los puntos siguientes mientras James ponía a punto todo el equipamiento óptico del telescopio. Ignacio tomó el disco con el algoritmo y lo introdujo en la computadora principal. Dedicó los siguientes minutos a poner todo a punto, transfiriendo parte del software a la computadora del Quasars.
“Ya está todo listo”, anunció Ignacio, “¿cómo van ustedes?”
“Podemos empezar cuando quieras, Ignacio”, contestó James, “los lentes están listos”.
“Ya tengo todas las coordenadas”, dijo Manuel.
“Bueno, pues, comencemos”.
Prácticamente, tenían todo automatizado, por lo cual sólo observaban las pantallas e iban comentando lo que veían y haciendo anotaciones. Comenzaron localizando el primer punto, una galaxia muy particular con forma de pez. Las imágenes que generaba el Quasars eran extraordinarias y los tres astrónomos se encontraban maravillados, a pesar de que habían observado imágenes similares en muchas oportunidades, aunque sólo unas pocas veces en el Quasars. Luego, pasaron al segundo punto y el telescopio se movió lentamente, pero con precisión. El tercer punto y el cuarto….Y así siguieron con el plan de observación trazado. Después de casi tres horas visualizaron el primer quasar. La imagen era nítida y hermosa. Y de ahí siguieron con los puntos siguientes sin mayores inconvenientes y con imágenes perfectas. Y llegaron hasta un punto en el cual el universo tenía sólo un millón de años de vida. Todavía no existían las estrellas o galaxias o cuerpo alguno formado. Sólo un mar de átomos y niebla estelar.
El enfoque era óptimo, el algoritmo funcionaba a la perfección.
Manuel y James estaban boquiabiertos, no podían creer la magnitud de lo que Ignacio, ayudado por el Quasars, había logrado. Jamás habían visto algo igual, el software representaba un avance gigantesco para la investigación astronómica y, sobre todo, para la investigación del universo primitivo. Emocionados, abrazaron a Ignacio en muda felicitación.
Ignacio estaba tan excitado que quedó paralizado por unos minutos, totalmente concentrado, sumergido en sus pensamientos que volaban a la velocidad de la luz. Le costó al principio comprender lo que significaba, pero estaba cayendo en la cuenta de que su meta estaba al alcance de la mano, el Algoritmo funcionaba, y como funcionaba! El proyecto GOD podría lograr su objetivo: observar el Génesis.
“Debo hablar inmediatamente con Terri”, dijo Ignacio como despertando de un trance.
“En California es la una de la mañana”, le recordó Manuel, “¿debes hacerlo ahora?”
Eran ya las cuatro y media de la mañana en Chile, pero para Ignacio las diferencias horarias carecían de importancia en ese momento.
“Le prometí a Terri que lo llamaría ni bien tuviera novedades importantes”.
“¡Y vaya si tienes novedades!”, intervino James que no salía de su asombro. Miraba las pantallas del telescopio una y otra vez y revisaba el registro de la computadora del trabajo que habían realizado. “Increíble”, repetía.
Ignacio tomó el teléfono y marcó el número de Terri. Luego de unos cuantos segundos, atendió la voz adormilada de Terri. “Hola, Terri, lamento despertarte, pero tengo grandes noticias. Llegamos a un millón de años, con el telescopio moviéndose a la perfección, con imágenes muy nítidas, como si estuvieran a la vuelta de la esquina y el Algoritmo funcionando sin fisuras”. Hablaba sin parar excitado y ansioso por compartir este momento especial. Las palabras de Ignacio ciertamente habían despertado completamente a Terri que sólo atinó a decir: “Ignacio, ¿sabes lo que esto significa no? Debemos conseguir tiempo en el Hubble II lo antes posible”.
“Pero, Terri, debo entrenarme como astronauta primero para llegar a eso”, replicó Ignacio con marcada ansiedad.
“Sí, claro, mañana a primera hora hablaré con mis amigos de la Agencia Espacial Europea para que empieces a entrenarte cuanto antes. Calculo que el entrenamiento llevará de cuatro a seis semanas, por lo cual debemos tener un espacio reservado en la próxima nave que salga para el Hubble II.”
“¿Me estás diciendo que en un mes estaré en el espacio develando los misterios del Universo?”, exclamó Ignacio con una emoción incontenible. Luego, reflexionó un instante y le preguntó: “¿Que hay con la NASA?”
“No creo que la NASA quiera colaborar con nuestro equipo, te diría que son nuestros rivales en este proyecto. Ese maldito de Ben Koreg sólo quiere la gloria para sí mismo, le importa un rábano a quien pise o cómo la obtenga. Por otro lado, el gobierno americano está siguiendo muy de cerca el avance de la NASA. Lo que no saben es cuán adelantados estamos nosotros y, por ahora, mejor que no lo sepan”.
Eso es lo que creía Terri. No sospechaba que esa misma conversación era escuchada por, al menos, tres equipos de inteligencia de distintos países, y que el Vaticano estaba asociado a uno de esos equipos para tener información de la mejor calidad y lo más rápido posible.
“Así que, prepárate amigo, en unas cuantas semanas te quiero orbitando el planeta y describiéndome el origen del universo”, exclamó Terri.
“A la orden, jefe”, respondió Ignacio en tono de burla, “dentro de un mes le entregaré en bandeja el misterio último de los misterios.”

















CAPITULO 8
BUROCRATAS Y GENIOS

La envidia es mil veces más terrible que el hambre,
porque es hambre espiritual.
MIGUEL DE UNAMUNO


Ben Koreg era un cosmólogo checoslovaco que había emigrado a Inglaterra en la época de la guerra fría. Había sido un astrónomo prominente de la Rusia Soviética, pero a la vez un disidente cada vez más difícil de callar. Los rusos le habían hecho la vida imposible a medida que su fama mundial crecía, ya que su prestigio lo estimulaba a hacer sus protestas cada vez más frecuentes y altisonantes. Finalmente, durante el breve gobierno de Andropov había conseguido emigrar gracias a la ayuda de algunos amigos influyentes del Politburó. Sabía que si no lo hacía terminaría sus días de astrónomo en algún campo de la helada Siberia, observando…la miseria humana.
En Inglaterra lo recibieron muy bien, e inmediatamente le habían ofrecido trabajar en Cambridge, donde conoció al superdotado Stephen Hawking. Había quedado impresionado desde el primer momento con Hawking a pesar de que conocía perfectamente todos sus trabajos y lo admiraba profundamente, aun sin conocerlo. Hawking era un genio de la ciencia moderna, uno de esos raros personajes que no sólo poseen una mente como pocas, sino que también están dotados de una voluntad y tesón únicos.
Hawking fue nombrado profesor titular de la cátedra de Matemáticas en Cambridge, la famosa universidad inglesa, el mismo puesto que había ocupado Isaac Newton trescientos años antes.
A los veinte años, comenzó a tener problemas musculares y, luego de varios exámenes, los médicos le dieron la triste noticia de que padecía la enfermedad llamada Esclerosis Lateral Amiotrófica, una afección que ataca las neuronas motoras de la médula espinal que controlan el movimiento de todos los músculos del organismo, incluyendo el diafragma que es el músculo principal que participa en la respiración. Si el diafragma no funciona el individuo no puede respirar. La enfermedad comienza por una debilidad muscular en los miembros y luego se va propagando a todos los grupos musculares hasta que afecta los más vitales.
Los médicos le habían dicho que le quedaban unos pocos años de vida, cinco tal vez. Sin embargo, Hawking fue sorteando cada escollo que le ponía su enfermedad con una combinación de inteligencia, voluntad y tecnología. Cuando empezó a tener dificultades para caminar, se obligaba a subir todas las noches las escaleras a su dormitorio, lo cual terminó haciendo literalmente a la rastra. Sabía que la terapia física era uno de los pocos procedimientos que podía retardar un poco el progreso de su enfermedad. A medida que fue perdiendo el uso de sus manos, le diseñaron sistemas especiales para poder utilizar una computadora o leer un libro. También fue perdiendo su capacidad de hablar, llegando a emitir sonidos sólo comprensibles para sus más estrechos colaboradores. En fin, lo que su cuerpo no podía, Hawking lo iba supliendo con ingenio y alta tecnología. Su silla de ruedas se parecía más a una maravilla de la robótica moderna que el medio de locomoción de un inválido. En una oportunidad, Hawking, con su ironía incorregible y por medio de su sintetizador de voz, había declarado que “el origen del universo era difícil de entender, pero no tanto como las mujeres”. También, no sin cierta insolencia, había incursionado en la metafísica, al sostener que después de la Teoría de la Relatividad y el descubrimiento de la expansión del Universo, el concepto de eternidad es insostenible, que el universo podría colapsar en un “Big Crunch” o gran estrujamiento. Este cuestionamiento de la eternidad siempre provocaba en Koreg una sonrisa, pues lo relacionaba con las agudas palabras de Woody Allen: “La eternidad es muy larga, especialmente hacia el final”. Es que para Koreg, la idea de eternidad era increíblemente obcecada y soñadora y veía con aprobación la idea de que la ciencia la acortara.
Cuando Hawking estaba en su tercer año como estudiante investigador, surgió un trabajo muy importante sobre la muerte de las estrellas que, en esencia, sostenía que las estrellas colapsan bajo el peso de su propia gravedad en un punto de infinita densidad y cero tamaño.
Esto le dio la idea de que si se podía revertir la dirección del tiempo, un universo en expansión se convertiría en un universo en convergencia probando la teoría del Big Bang.
Cuando una estrella comienza a contraerse, su gravedad se vuelve tan fuerte que nada puede escapar, ni siquiera la luz, transformándose en lo que conocemos como agujeros negros.
Sólo en nuestra galaxia hay cien mil millones de estrellas. En la larga historia del universo, muchas estrellas han acabado su combustible nuclear y colapsado en sí mismas. El número de agujeros negros debe ser aún mayor y hay evidencia de la existencia de un agujero negro gigantesco en el centro de nuestra galaxia. Hawking había escrito varios artículos sobre los agujeros negros y había descubierto que, en realidad, no son tan negros, hay ciertas particulas que escapan, es decir, emiten cierta radiación. Según la mecánica quántica, el espacio está lleno de partículas virtuales que están materializándose constantemente, que aparecen en pares, separándose, eliminándose entre sí y regenerándose nuevamente. En la presencia de un agujero negro, uno de los miembros de las partículas puede ser absorbido por el agujero, dejando al otro miembro del par sin su compañero para anularse. Esta partícula aparece como radiación emitida por el agujero, implicando que los agujeros negros no son eternos, sino que se van apagando hasta que mueren en una explosión de proporciones inimaginables. La mecánica quántica, en definitiva, permitió establecer que las partículas y la radiación pueden escapar de la prisión más absoluta, la del agujero negro.
Einstein nunca aceptó la mecánica quántica, la impredictibilidad de las partículas y sus movimientos: “Dios no juega a los dados”, decía. Hawking había probado que Dios sí juega a los dados y, a veces, “los tira donde nadie los puede ver...”
Esto también implica que el colapso gravitacional de un agujero negro no es tan definitivo como antes se pensaba. Si un astronauta cayera en un agujero negro sería devuelto al universo en forma de radiación, sería “reciclado”, lo cual significa que lo que es absorbido por un agujero negro no “desaparece” definitivamente, sino que sólo se transforma, como todo en la naturaleza.
Según Hawking, un universo en expansión no excluye un Creador, pero sí pone límites al timing de su Creación. Su interés por el origen del universo se agudizó en los años 80 luego de atender una conferencia sobre cosmología en el Vaticano. Había tenido una audiencia con el Papa Juan Pablo II y éste había dicho que era aceptable que se estudiaran los eventos que sucedieron al Big Bang, pero no el Big Bang mismo ya que éste era el momento de la Creación. Por supuesto, ni Hawking ni ningún otro de los astrónomos empeñados en estos estudios tenía pensado seguir las directivas del Papa, las cuales consideraron inaceptables, inapropiadas y ridículas. En definitiva, podían más sus inquietudes científicas que las consideraciones religiosas.
Los años al lado de Hawking le habían servido a Koreg para consolidar su prestigio y también para conectarlo con la elite de la astronomía mundial. Luego de unos pocos años en Cambridge, le ofrecieron trabajar para la NASA dirigiendo un proyecto de exploración de los planetas del sistema solar. Posteriormente, le encomendaron el estudio del universo más lejano, tarea que le generó mucho entusiasmo. A medida que avanzó más en su proyecto, éste se fue transformando prácticamente en el estudio del origen del universo, convirtiendo a Ben Koreg en uno de los pocos privilegiados con acceso a la tecnología y a los presupuestos necesarios para la investigación.
Había tenido varios encuentros y conversaciones con Terri Wooley durante conferencias y a través de discusiones científicas en diversos foros. En cada encuentro o intercambio trataba de que no se hiciera evidente su envidia y resentimiento por el premio Nobel otorgado a Terri, ya que Ben pensaba que era igual o, tal vez, más merecedor de tal galardón. Además, existían profundas diferencias entre ellos en cuanto a cómo encarar la investigación del origen del universo.
Terri pensaba que los telescopios ópticos convencionales eran la forma de avanzar, ya que de esa forma se había progresado en forma espectacular hasta ese momento. Compartía algunos puntos de la estrategia de Ben, pero sólo como complemento de los telescopios convencionales.
Ben estaba en la vereda opuesta. Estaba convencido de que el origen del universo sólo podría ser “observado” a través de los radio-telescopios, es decir telescopios que escrutan el cosmos a través de la radiación que emiten los cuerpos celestes. Sostenía que el universo primordial era un “universo de radiación”, sobre todo, en los tiempos más arcaicos, cuando todavía no existía la luz, es decir, todavía no se habían siquiera formado los fotones, las partículas que emiten la luz.
En apoyo al enfoque de Ben, era innegable el hecho de que se habían realizado importantes observaciones y descubrimientos utilizando radiotelescopios.
Terri y la mayoría de los astrónomos estaban de acuerdo con que el universo primitivo era un mar de radiación, pero Terri, al igual que Ignacio, estaba seguro de que la observación era superior con telescopios convencionales, sólo que faltaba “algo” que los hiciera trabajar al 100% de sus posibilidades. Ese “algo” era lo que, más tarde, Ignacio denominaría el “Algoritmo”.
La NASA había apostado a que Ben tenía algo entre manos con su propuesta, pero en la NASA también se entremezclaban muchos intereses e intrigas, burócratas, e influencias del gobierno de turno para capitalizar políticamente con los éxitos de la agencia espacial. Con el proyecto de Ben, denominado simplemente “Universe Origin”, UO por sus siglas en inglés, se habían desatado diversas rivalidades entre las agencias de Inteligencia para ver de quién era la tarea de monitorear el proyecto. Si bien no era común que la CIA investigara a la NASA, en el caso de este proyecto, la orden del Poder Ejecutivo era bien clara: “Queremos saber hasta el último detalle de los avances del proyecto UO”. En el gobierno sabían que si algún éxito se lograba, por más remota que consideraran esa posibilidad, el poder que generaría poseer esa información sería determinante y, por supuesto, no debería caer en “las manos equivocadas”.
Pero en este caso, la agencia designada para el espionaje de la NASA y de los otros equipos encarando proyectos similares, incluyendo GOD, fue la NSA (Nacional Security Agency), la supersecreta agencia de inteligencia del gobierno de Estados Unidos. Poseían el equipamiento más sofisticado que existía para el espionaje, desde la última supercomputadora hasta el último satélite de comunicación y el más sofisticado satélite de monitoreo, capaz de observar la superficie terrestre como lo puede hacer un hombre mirándo su propio pie estando parado.














CAPITULO 9
ANDAR EN CÍRCULOS
Un sistema de normas puede constituir el arca
donde la Iglesia navega sin peligro por la pleamar de la historia.
Pero la Iglesia perecerá si no abre su ventana
y permite que la paloma salga a buscar una rama de olivo.
N. M. Whitehead, Religion in the Making, (1927)


La otra sede de esta intriga internacional digna de los mejores, mejor dicho los peores tiempos del siglo XX, era el Vaticano. La Iglesia tenía una comisión de prelados que se dedicaba a seguir de cerca los descubrimientos científicos y su impacto en la Fe Cristiana. Desde hacia varios años, actualizados los seguimientos sobre los adelantos que se iban sucediendo en la búsqueda del origen del Universo y, con preocupación, comprobaban que los astrónomos se acercaban demasiado al Génesis. Era bien claro el pensamiento del Jefe de la Iglesia, tal cual se lo había expresado a Stephen Hawking, en aquella audiencia que le concediera en los años 80: el hombre podía observar los momentos posteriores al Big Bang, pero no la Creación misma ya que era un acto de Dios. El verdadero interrogante que no tenía explicación era porqué los actos de Dios no podían ser observados. Esta imposición era algo que escapaba a la comprensión de la mayoría de los científicos, incluso de aquellos que eran religiosos.
Ésta era una de las típicas contradicciones de la Iglesia que Ignacio no alcanzaba a comprender y que lo mantenían alejado de ella, casi con resentimiento. Pensar que algunos seres humanos tan hijos de Dios como cualquier hijo de vecino, tenían el derecho de decir qué pensar o qué se podía investigar en el mundo de la ciencia, incluso aunque tuviera que ver con Dios, era difícil de aceptar. ¿Cómo era posible que la verdad pudiera oponerse a la Verdad? Era lógico pensar que si el Todopoderoso, como la denominación lo expresa, no quería que nos enteráramos de algo, no nos enteraríamos, no importa cuán inteligentes o cuán avanzada tecnología utilizáramos en nuestro intento. Entonces, ¿a qué designios inescrutables para cualquier simple mortal respondía la Iglesia para establecer directivas, normas y prohibiciones que, en la realidad, no se cumplían?
Pero este grupo de sacerdotes, todos ellos ubicados en los corredores de poder de la Iglesia, estaban empeñados en enterarse y, en lo posible, entorpecer toda acción que condujera a develar el misterio del Génesis. Era imperioso que la Iglesia permaneciera ajena a toda maquinación y para ello habían contratado, de manera sumamente discreta, a un equipo de agentes, en su mayoría ex espías, para que les proveyeran toda la inteligencia relacionada con los proyectos que perseguían ese objetivo. Encabezaba este equipo un ex jefe de los servicios de inteligencia búlgara que había quedado desocupado luego de la caída del muro de Berlín. Tenía infinidad de contactos por todo el mundo y había reclutado una elite de personajes altamente entrenados. El dinero no era un problema, les pagaban generosamente y contaban prácticamente con el mismo equipamiento con el que podía contar la CIA.
Ignacio estaba al tanto de esta trama oscura y la consideraba una experiencia invalorable ya que se daba cuenta de que la religión era una cosa y otra muy distinta la forma mundana que adquiría a través de la presencia humana que debía luchar por su supervivencia. El transcurso del desarrollo del proyecto GOD era como si estuviera cursando un postgrado en Realidad, Religión y Ciencia que lo llevaba a la conclusión de que debía dejar el idealismo para la religión ya que la Iglesia era práctica mecanizada.
Este grupo de espías no tenían, por ahora, otra orden que la de recabar la información y mantenerlos al tanto de todos los movimientos de los principales científicos que participaban de los proyectos y de toda la información que fueran recopilando con sus investigaciones. Por eso, Ignacio, Terri y Koreg estaban entre los pocos elegidos que tenían el privilegio dudoso de ser perseguidos por varios agentes secretos.
La curia no sabía todavía qué haría con la información, seguía las alternativas de los adelantos científicos con fascinación nacida de una curiosidad inquieta. Un objetivo principal del espionaje era el de tener tiempo de elaborar una respuesta sensata y coherente con los principios de la Iglesia cualquiera fuera el resultado o hallazgo de las investigaciones. Pero la nebulosa se instalaba en la decisión de cuán lejos se debería llegar al permitir o eliminar cualquier información que, de alguna manera, fuese contraria a las creencias de su religión. ¿Se debía “proteger” la Fe a toda costa? ¿Aceptar pecar para evitar un pecado mayor de herejía de algún grupo de científicos irrespetuosos?
Los antecedentes de la Iglesia no eran del todo alentadores y, si bien se vivían tiempos de “civilización”, históricamente, la Iglesia había tenido sus épocas negras: Inquisición, Cruzadas, persecuciones, todas habían sembrado la muerte y destrucción en nombre de Dios.
Dentro de esta comisión científica había un pequeño grupo de prelados que se auto denominaba “El Circulo”. Estaban unidos por un pensamiento único, objetivos comunes y métodos determinados; eran ellos los que estaban a cargo del enlace con el grupo de tareas al cual habían encomendado la misión de espionaje, seleccionado la contratación de agentes entrenados, organizado los montos y formas de pago y los que recibían la información directamente para luego presentarla filtrada ante el resto de la comisión. Este “Círculo” selecto se había relacionado con un grupo más amplio que incluía a cinco rabinos de alto rango y cinco líderes islámicos, todos unidos por un pacto secreto para proteger sus designios finales. Una punta católica, una punta judía, una punta islámica: un Triángulo. Un Triángulo que contenía un “Círculo”. Extrañas connotaciones mafiosas de silencio y secreto que empezaban en un punto y terminaban en el mismo punto: nada salía de su ámbito y sus miembros sólo eran conocidos por los otros miembros. Estas religiones representaban a la mayoría de los creyentes monoteístas del planeta por lo cual veían con creciente preocupación los avances científicos y su relación con la Creación. No estaban dispuestos a permitir que la obra de Dios fuera “manoseada” por un grupo de científicos irreverentes. Sus decisiones eran tomadas por unanimidad y cualquiera de ellos tenía poder de veto sobre las decisiones y las conductas a seguir. El jefe era el cardenal Salvatore Rudiano, uno de los personajes más influyentes de la Iglesia en ese momento. Para Rudiano, la doctrina de la Iglesia era “intocable” y cualquier avance, descubrimiento, pensamiento o acción que entrara en conflicto con ella debía ser eliminado, lisa y llanamente, no importaban la forma o los métodos para lograrlo. Filosofía compartida en forma unánime por los otros miembros del grupo, de otra manera, sus integrantes nunca habrían sido convocados para formar parte de la organización.
En la práctica, eran los miembros del Círculo los que estaban a cargo del enlace con el grupo de tareas. El acuerdo generalizado estipulaba que se trataría de minimizar los daños, pero no a costa de poner en peligro sus objetivos: para lograrlos se haría lo que “fuera necesario”. No se había discutido abiertamente si esto incluía eliminar algo o alguien, pero estaba sobreentendido que eso podría ser indispensable y, en esa instancia, se procedería según la decisión irrevocable del Triángulo.
De acuerdo con la información que poseían hasta el momento, sabían que el gobierno de Estados Unidos apostaba por el grupo de Ben Koreg como el más adelantado en las investigaciones. Pero su propio análisis sugería que era el grupo del Dr. Wooley al que había que seguir más atentamente. Según sus contactos, este grupo había desarrollado un protocolo o un tipo de software que le estaba permitiendo avanzar vertiginosamente en la investigación, la Creación estaba más cercana para ellos que para ningún otro grupo. En pocos días más, uno de los integrantes del equipo de Caltech saldría como tripulante para compartir el uso del Hubble II y, si bien no pensaban que con la primera observación lograran algun hallazgo concluyente, la posibilidad, aunque remota, debía ser contemplada. Los integrantes del Círculo se reunieron durante los días siguientes, analizando cuidadosamente todos los datos, las situaciones y los cursos de acción. Finalmente, quedaron dos propuestas sobre la conducta a seguir: una que proponía continuar observando; la otra más drástica que proponía tomar un curso de acción violento. La votación unánime resolvió adoptar esta última: las manipulaciones científicas sobre la Creación y sus consecuencias no podían dejarse libradas al azar.
El cardenal Rudiano se comunicó inmediatamente con su hombre de confianza, Alfredo Pascuale, un italiano que se ocupaba de finos trabajos de inteligencia para él desde hacía algunos años. “Alfredo”, le dijo en tono autoritario, “llegó la hora de poner en marcha el plan del que hablamos”.
“Pero, Padre, ¿tan pronto? Yo pensaba que eso sería el último recurso”, le respondió Alfredo con tono preocupado.
“Pronto, no, la situación exige acción inmediata.” le contestó Rudiano secamente. “No hay tiempo que perder, las cosas se están acelerando. Hable con el Búlgaro y dígale que ponga el plan en marcha y lo coordine. Es fundamental que respeten la forma y el lugar que acordamos. El mensaje es claro: deben seguir las instrucciones al pie de la letra”.
“Sí, Padre, como usted diga”, contesto Alfredo poco convencido. Órdenes eran órdenes cuando provenían de Rudiano. Además, la paga era de las mejores que había recibido en todos sus años de profesión, “grosso negocio, buena plata” había comentado el Búlgaro cuando habían hablado del asunto por primera vez. Así y todo, Alfredo tenía una mala espina clavada en su mente.
Lo llamó inmediatamente al Búlgaro y le pasó las novedades. “Ok, ya sabes como proceder. Recuerda, tiempo exacto, mínimo ruido, acción limpia”.
La preocupación y desacuerdo de Alfredo era que parte de la ejecución de la misión le tocaba a su célula, él mismo debía llevarla a cabo o dirigirla. Y esta vez, la orden a ejecutar no le gustaba nada.









CAPITULO 10
¿MISIÓN CUMPLIDA?

“La muerte no es más que un cambio de misión”
LEÓN TOLSTOI

Completada la misión en el Quasars, Terri sabía que debían acelerar los tiempos de la investigación. Tenía un amigo muy cercano que trabajaba para los servicios de inteligencia americanos y sabía que todos los equipos que investigaban el universo en su origen eran seguidos muy de cerca. No imaginaba nada violento, pero sí presiones para revelar la información obtenida. Desde ya que tenía pensado revelar al mundo cualquier hallazgo relevante que su investigación obtuviera, pero lo haría en sus propios términos, a su tiempo y con el debido análisis previo.
El siguiente paso era corroborar todos los datos obtenidos hasta el momento incluyendo la base teórica y la fase práctica del Algoritmo. Esto le llevaría unos días de intenso trabajo, pero bien valía la pena no dejar ningún cabo suelto. Hubiera apreciado la ayuda de Ignacio en esta instancia, pero éste ya se encontraba en la fase final del entrenamiento para la misión espacial. Comenzó esa misma tarde en su despacho de Caltech con todos los libros, anotaciones y su Tablet-PC, la notebook que le permitía dibujar directamente en la pantalla, escribir como en un papel, llevarla a todos lados y a la vez tener todos los archivos de su desktop permanentemente sincronizados. Esto era muy importante ya que le gustaba trabajar o escribir ideas en el momento en que se le ocurrieran. Así es como se habia encontrado trabajando con su Tablet-PC hasta en el baño de algún aeropuerto, registrando frenéticamente las ideas antes de que se esfumaran. Era un ritmo febril que no podría mantener por mucho tiempo, pero ésta era la recta final. En algún momento, pensó, “estoy loco, ¡el baño es el último lugar imaginable para ocuparse de la ciencia!” Debía abandonar este frenesí que se había apoderado de él, pero era inútil, no podía controlar sus pensamientos ni su deseo imperioso de llegar a la meta sin perder un segundo, el tiempo era fundamental para el éxito del proyecto.
La realidad era que Terri amaba su trabajo y no era para él una carga sino un placer que disfrutaba independiente de lugar y tiempo. La revolución tecnológica de los últimos años en los dispositivos móviles, las comunicaciones, el acceso a la información desde cualquier punto del planeta, habían hecho posibles estas formas de trabajar.
Comenzó a analizar los datos de todos los últimos artículos científicos más relevantes publicados sobre el tema de la investigación. Con meticulosidad, revisó las premisas, los métodos de investigación y cada cálculo y observación presentados en los trabajos. A su vez, sus artículos presentados con el equipo de Caltech pasaron por el mismo análisis. Fueron dos días de dedicación exclusiva a esta monótona aunque indispensable revisión, pero la verificación de que las bases científicas eran sólidas y bien fundamentadas le daba seguridad y alivio a la vez al comprobar que todo estaba en orden para continuar hasta la fase final.
Era el turno del Algoritmo. Terri estaba seguro de que ésa era el arma secreta más importante, la que más ventaja les daba sobre los otros equipos trabajando en el tema. Si bien en la comunidad científica era un tema reconocido, el hecho de diseñar un software más sofisticado para manejar los movimientos precisos de los telescopios de observación, tanto ópticos como radio-telescopios, solo luego de ver el Algoritmo diseñado por Ignacio cayó en la cuenta de que era en sí la combinación que podría resultar ganadora en tiempo y logro científico. Era el Algoritmo lo que para Terri constituía el verdadero portal que les permitiría afianzar la ventaja final. No quería que nadie más estuviera al tanto de este procedimiento hasta que el momento fuera apropiado, hasta que él lo decidiera.
Las ecuaciones del Algoritmo eran una maravilla, encajaban perfectamente; incansable y cuidadoso, revisó una y otra vez las premisas, las fórmulas y los códigos de computación y no encontró ninguna falla o error. Hasta el más mínimo detalle era correcto. “Ignacio merece el Nobel por esto”, pensó para sus adentros. Sólo faltaba una prueba final: comprobar nuevamente su funcionamiento en el observatorio de Caltech durante horas nocturnas para mantener alejados los ojos curiosos que sabía espiaban su trabajo. Lo que ignoraba Terri es que no había forma de escapar a este espionaje, tanto cuando tocaba una tecla en su computadora como cuando se desplazaba en su auto, sus pasos eran rastreados al milímetro.
Llevaba ya seis días de trabajo agotador. Faltaba la prueba definitiva. Decidió hacer un alto, irse a su casa por unas horas, darse una ducha, una cena liviana, descansar y luego volver a Caltech en horas de la noche. Una sonrisa satisfecha no lo abandonó durante la media hora del trayecto a su hogar. Estaba feliz, sentía que estaba haciendo algo grande, que lo estaba haciendo bien y que sus resultados serían un beneficio para todos, para toda la humanidad. Lo sostenía la convicción de que el conocimiento es mejor que la ignorancia, aunque entrañara resultados que revolucionaran la ciencia, la filosofía o la religión. Su mujer lo recibió jubilosa. Casi no lo habia visto en los últimos dias y cualquier ocasión era buena para compartir aunque mas no fuera una rápida cena. Contenta le preparó uno de sus platos favoritos y charlaron animadamente mientras comian. Terri amaba profundamente a su mujer, desde el mismo momento de conocerla. Y este amor era bien correspondido. Mezcla de admiración, cariño, pasión, devoción, “un matrimonio hecho a medida”, como solía decirle Terri a Pam, su mujer. Pam habia sabido comprender y acompañar la vida y la carrera de su marido y Terri se habia preocupado en hacerla sentir socia y pieza fundamental de sus proyectos y su vida.
El auto que seguía a Terri se mantuvo a una distancia prudente. Quedó estacionado a unos cien metros de la casa de Terri, en el bloque anterior, desde donde sus ocupantes contaban con una vista amplia del portón de la casa y de la entrada y salida de los autos. Era un vecindario de casas de gente adinerada con suntuosas mansiones y grandes jardines. La vigilancia duró hasta la una de la mañana cuando vieron partir nuevamente el auto de Terri. Lo siguieron sigilosamente a distancia hasta Caltech. ¿Otra noche de trabajo para el Dr. Woolley?, pensó Andre mientras manejaba detrás de Terri, sintiendo cierta admiración por este hombre del cual sólo sabía que era un prestigioso científico de fama mundial.
Los ocupantes del auto eran dos hombres que formaban parte del equipo que había contratado el Círculo. El seguimiento llevaba varios meses, pero en los últimos días, las órdenes eran de “mantenerse listos para actuar”. En ese momento, Conrad hablaba por radio con el italiano Alfredo. “Procedan con el plan W”, se escuchó la voz de Alfredo del otro lado. “Ok, comprendido”, fue la seca respuesta de Conrad.
“Te espero aquí, dejáme tu radio para que no haya ningún ruido inoportuno”, le dijo Conrad al hombre que ocupaba el asiento del conductor, quien asintió con la cabeza sin pronunciar palabra. Preparó los guantes negros y el pasamontañas que utilizaría en breve. Era un hombre de estatura mediana y corpulento, muy bien entrenado en todo tipo de artes marciales. Como todo mercenario, su cerebro frío sólo le permitía ejecutar sin cuestionamientos, dispuesto a cualquier cosa para obtener la recompensa que le permitiera mantener su fastuoso estilo de vida. Esa noche la misión se endurecía, debía entrar en acción.
De vuelta en Caltech, Terri entró a su oficina y recogió algunas carpetas, unos CDs de su computadora, auriculares con su música predilecta y salió pausadamente hacia el observatorio. El guarda de seguridad lo saludó amablemente y continuó con la lectura del periódico que tenía entre manos. Terri se dirigió directamente al centro de comando del telescopio y comenzó a preparar todo para la prueba. La observación se centraría en una galaxia lejana, muy lejana, descubierta hacía muy pocos días por un equipo de astrónomos australianos y designada IJ2772. La magia científica lo esperaba: estaría observando algo que ya no existía. El silencio lo envolvió mientras se aprestaba a comenzar con la tarea planeada. La soledad era buena compañía para Terri y la grandiosidad de la estructura que lo rodeaba le producía la sensación placentera de poderlo todo. Minutos después, estaba todo listo. Su excitación no le impidió escuchar un ruido proveniente del corredor. “Extraño”, pensó, “si hubiera alguien trabajando el guardia me lo habría comentado”. Salió a constatar, recorrió el corredor de arriba a abajo, pero no vio nada, sólo escuchó el eco de sus pasos recorriendo la oscuridad. Se encogió de hombros y volvió a la sala. Manos a la obra. Comenzó a tipear en el teclado e introdujo el CD con el Algoritmo en la consola. Las compuertas del Observatorio se abrieron y el telescopio comenzó a moverse, el silencio quebrado sólo por la respiración agitada de Terri y la maquinaria del telescopio en aceitado movimiento. Noche cerrada, cielo cristalino sin luna, ideal para el escrutinio del astrónomo. Fue enfocando el telescopio en distintos puntos, el Algoritmo funcionaba a la perfección y la galaxia IJ2772 ya estaba en pantalla. Sintió la boca reseca y el corazón latiendo con fuerza inusitada: el proyecto GOD se abría a posibilidades inimaginables y Terri se sentía como si estuviera en el centro del universo.
Pero sólo estaba en el centro de la atención de la sombra que, con sigilo, se acercaba detrás de él. Le pareció ver un reflejo en la pantalla, pero hipnotizado por la aparición de la galaxia no le prestó atención. Cuando unos segundos más tarde un nuevo destello, ahora inconfundible, le reveló la presencia de alguien más, ya era tarde. Su reacción fue lenta ya que no imaginó inicialmente que sería víctima de un ataque. Cuando comprendió la amenaza, su suerte casi estaba echada. Por más que lo intentó, no pudo contrarrestar la destreza de su rival quien lo aferró del cuello con sus brazos fornidos y lo inmovilizó casi completamente. Terri automáticamente había alcanzado a sacar el CD con el Algoritmo de la consola y lo trató de esconder en su mano, consiguió quebrarlo y estrujarlo hasta partirlo en varios pedazos informes mientras forcejeaba, boqueando por aire. Pudo manotear un cortapapeles que había sobre la mesada de la consola y lo clavó en la pierna de su agresor con las pocas fuerzas que le restaban. Para el hombre no fue más que un rasguño que pronto sanaría, ni siquiera le echó un vistazo. Toda su atención estaba concentrada en aferrar a Terri por su cuello con el brazo izquierdo, al mismo tiempo que sacaba un puñal oculto en su cintura. Se lo clavó a Terri por la espalda, lesionándole la aorta y causando la hemorragia mortal. Esperó unos minutos hasta que el cuerpo permaneciera inmóvil, constató que ya no respiraba ni tenía pulso palpable; lo acomodó sentado en la silla frente a la computadora, con el cuerpo inclinado hacia delante y, de la espalda, bien visible, sobresalía el puñal. La consigna había sido terminante: el cuerpo debía permanecer en actitud de trabajo. La cumplió al pie de la letra. Lanzó un gruñido de rabia cuando vio el CD hecho añicos, todavía en parte en la mano de Terri quien lo aferró hasta el final con obstinada desesperación y el resto hecho un montoncito informe en el suelo. No valía la pena llevárselo. Se encogió de hombros. Miró a su alrededor y se aseguró de que todo quedara en orden, no debía dejar rastro alguno. Con calculada frialdad, se sacó el cortapapeles que todavía colgaba de su pierna y limpió la sangre que lo cubría en su pantalón. Buscó manchas de su sangre que pudieran haber goteado durante la lucha, pero no vio nada, en realidad, había sangrado poco. Se encargó de revisar y limpiar las uñas de Terri por si quedaba algún resto o material de su piel que sabía buscarían los forenses que investigaran la escena del crimen y el patólogo que realizara la autopsia. También hizo una recorrida visual de las paredes y el techo del laboratorio para localizar las cámaras de video que seguramente habría instaladas. Pudo ver dos bien visibles, pero sospechó que habría alguna otra oculta por algún lado. Igualmente su cuerpo estaba enteramente cubierto incluyendo su rostro, lo único que podrían observar eran sus ojos, pero la lectura de su iris, una característica tan única e individual como la huella dactilar, no podría ser hecha desde esa distancia. La tecnología para el reconocimiento del iris requería que la persona estuviera a unos pocos centímetros de la cámara que lo leía. Se alejó con paso rápido hacia la salida por la cual había ingresado, cruzó el campus de Caltech eludiendo los guardias de seguridad y llegó hasta el auto adonde lo esperaba Conrad. “Misión cumplida”, fue lo único que murmuró al subir. El auto se desplazó silenciosamente en la oscuridad sin ser detectado.
La curiosidad de los científicos se había cobrado una víctima.

CAPITULO 11
MISIÓN ABORTADA

No hay lugar alguno, ni en los cielos,
ni en la mitad del océano,
ni en una cueva perdida en la montañas,
donde el hombre pueda estar a salvo de la muerte.
DHAMMAPADA

El centro de la NASA, Goddard Space Center, ubicado en un suburbio de Washington DC, en Maryland, era el sitio donde Koreg desarrollaba su proyecto. Goddard era el centro más grande de investigación a nivel nacional, “de la Tierra, el Sistema Solar y el Universo”, combinando científicos e ingenieros aprendiendo, investigando y compartiendo sus conocimientos.
Ben Koreg tenía una personalidad sufrida aunque avasallante, ambiciosa. Sus años en la Rusia Soviética habían sido muy duros, pero le habían servido de algo, sobre todo, en lo que se refería al trato con los burócratas de turno que por lo visto, según Ben, eran iguales en todas partes. “Unos inútiles con poder”, solía decir con desprecio. Sentía un profundo odio hacia ellos ya que, supuestamente, debían estar al servicio de los ciudadanos, pero, en la realidad, vivían a sus costillas, obstaculizando y dificultando todas su actividades. Una vez electos o nombrados, los funcionarios deben justificar sus trabajos y esto lo hacen creando regulaciones, normas y directivas que sólo entorpecen la vida del hombre común en lugar de facilitarla. Otras veces, estas regulaciones están destinadas a favorecer determinados intereses en perjuicio de otros, en beneficiar ricos en perjuicio de pobres, privilegiados en perjuicio de sumergidos. La otra característica de estos burócratas que particularmente exasperaba a Ben era que tendían a reproducirse. “Un burócrata engendra otro burócrata”, solía decir y lo explicaba por el hecho de que, al ser nombrado, este individuo tenía más poder si podía conseguir tener más gente a su cargo, lo cual lo obligaba a tratar de nombrar o ampliar el tamaño de su sector, contratando aún más gente improductiva.
Este conocimiento íntimo de la burocracia le había sido muy útil al incorporarse a la NASA. Sabía cómo manejarse con los burócratas de turno y cómo sacar el mayor provecho para sí o sus proyectos. Como toda agencia estatal, la NASA no era una excepción en cuanto a la burocracia con la cual funcionaba. Si bien empleaba algunos de los genios científicos más reconocidos, también tenía su cuota de individuos cronificados que sólo habían sido contratados por alguna conexión personal. La habilidad de Ben para manejarse entre estos personajes había logrado que su laboratorio fuera uno de los más eficientes y equipados del momento. Contaba con todo lo necesario, todo lo que precisaba lo obtenía inmediatamente y cualquier pedido suyo era atendido como una orden prioritaria. Claro está, la envergadura del proyecto y el interés del gobierno en avanzarlo también contribuían a acelerar el progreso. No por nada, varios de sus colegas que participaban en otros proyectos profesaban a Ben una conspicua envidia teñida con una admiración reticente aunque palpable.
Como todo ruso sometido en la era del comunismo, se había convertido en un enemigo acérrimo del socialismo y de sus principios y en un ferviente admirador de su compatriota Ayn Rand. En cierta forma, esta admiración constituía uno de los pocos nexos con su colega Terri Wooley. Prácticamente era el único nexo, ya que su rivalidad con respecto a sus trabajos era reconocida pues ninguno de los dos intentaba ocultarla. No sólo tenían diferencias en sus enfoques de cómo debería proceder la investigación, sino que sus personalidades eran también opuestas. En su vida personal, Ben era un solitario incorregible; nunca se había casado, sus padres habían fallecido cuando él era sólo un adolescente y había quedado al cuidado de una tía que falleció cuando Ben estaba por graduarse de la Universidad de San Petersburgo, en ese momento llamada Leningrado. Su vida solitaria le había permitido dedicarse a su trabajo a tiempo completo, lo cual no le molestaba en lo más mínimo, sino por el contrario, lo disfrutaba cual niño en un parque de diversiones. Quienes lo sufrían eran los que trabajaban para él, ya que pretendía la misma dedicación de todos sus subordinados. Esta imposición no era bien recibida pues no todos tenían la ciencia y el trabajo como único objetivo de vida.
Era curioso que Koreg sostuviera largas charlas con Emir Zafar, uno de los gerentes de proyecto del área de sistemas con quien había hecho muy buenas migas. Se habían conocido en forma casual en una de las sesiones de orientación que la NASA brindaba a sus nuevos empleados, entre los cuales, se encontraban Ben y Emir. Emir era un ingeniero de sistemas con excelentes antecedentes, un postgrado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology), pero su perspectiva de vida y su rutina de trabajo eran totalmente opuestas a las de Ben. No podía ser de otra manera ya que sus circunstancias eran muy distintas: Emir era un hombre casado, feliz de tener una familia, con tres niños hermosos que eran la pasión de su vida y una mujer de la cual estaba enamorado desde que cruzaran sus miradas por primera vez en una clase de matemáticas en sus años de estudiantes. Emir era de ascendencia árabe, sus padres habían emigrado a los Estados Unidos cuando él tenia catorce años; culturalmente fluctuaba entre su pasado árabe y su presente norteamericano. Su mujer provenía de la clase media norteamericana del medio oeste y se había alejado de su hogar para ir a la universidad. Inteligente y tesonera, se graduó como ingeniera en sistemas: la informática era lo que completaba su vida junto con lo que sentía por su marido y sus hijos.
Para Emir no existía nada más importante en la vida que poder compartir la mayor cantidad de tiempo posible con los suyos. Disfrutaba de su trabajo, pero lo consideraba sólo un medio para obtener algún día la independencia financiera que le permitiera dedicarse a su familia y amigos y tener tiempo para otros intereses. Hombre de espectro amplio, Emir dirigía sus otras inquietudes hacia actividades varias: escribir, organizar proyectos de caridad, organizar proyectos de reciclado que ayudaran a la ecología terrestre, adentrarse en la filosofía oriental y artes marciales. Actividades medio postergadas por el momento, hasta que llegara el día de su retiro, que no debía ser muy tardío, pensaba para sus adentros.
“Ben”, le decía frecuentemente, “vamos, hombre, deja de trabajar un rato y ven a casa a comer una rica comida árabe”. Invitaciones que Ben acostumbraba rechazar. No es que no apreciara a Emir o a su familia, pero definitivamente se había casado con su laboratorio y trabajar le producía mayor placer que cualquier otra actividad o distracción. Cuando se encontraba con Emir en su casa, rodeado de su mujer e hijos, se daba cuenta de lo que significaba para Emir su familia. Le observaba el rostro de felicidad al estar rodeado de sus hijos, pero no se veía para nada en esa situación.
A través de Emir, se familiarizó con diversos proyectos que se estaban desarrollando en la NASA y que le parecían fascinantes. Ofreció incluso su colaboración desinteresada para el avance de estos proyectos. Uno de ellos se refería a la utilización de las rocas lunares para la producción de distintos elementos necesarios para los viajes interplanetarios e interestelares. Uno de los problemas de estos viajes hacia puntos tan lejanos es que gran parte de la masa que compone las naves espaciales es el combustible necesario para el retorno a la Tierra. Los científicos pensaban que este combustible podía ser fabricado con material minado en la Luna: tal el caso de los métodos químicos para extraer oxígeno de las rocas lunares. Se hicieron experimentos con las rocas traídas por los astronautas de las misiones Apollo de los años sesenta y setenta que probaban que se podía hacer. También se mostraban optimistas respecto a la posibilidad de producir metano en Marte, lo que proveería otro componente importante para la producción de combustible. “En teoría”, decían los científicos, “se podría producir todo lo necesario para el viaje: el oxígeno para respirar, el agua para beber, y el combustible para regresar a la Tierra.”
Otro de los proyectos que había llamado la atención de Ben era el de construir un “elevador espacial”, una especie de escalera que se elevaría miles de kilómetros desde la Tierra y que serviría como trampolín para impulsar las naves lejos del planeta. La forma de construirlos involucraría la utilización de moléculas muy resistentes de carbono llamadas nanotubos, que poseen propiedades de extraordinaria fortaleza que ayudarían a resolver algunos de los problemas de ingeniería del proyecto. El elevador funcionaría con un contrapeso ubicado en el espacio conectado a un “ancla” en la Tierra por medio de una fina “cinta”. La rotación de la tierra “arroja” el contrapeso en el espacio hacia fuera por la fuerza centrífuga y esto mantiene la cuerda tirante. La cuerda sería de un metro a metro y medio de ancho, más fina que un papel en su espesor y de cerca de cien mil kilómetros de largo. Carros robóticos propulsados por un haz de luz que iluminan células fotovoltáicas ubicadas a lo largo de la cinta, viajarían en ambas direcciones. Los expertos aseguraban que los “elevadores” estarían listos en pocos años más.
El área de los combustibles para la propulsión de los cohetes era de especial interés para la NASA. La tecnología más promisoria era la del plasma. El plasma se obtiene al calentar un gas a altas temperaturas que hacen que los átomos se quiebren; sería un cuarto estado de la materia que es realmente caliente y que se encuentra muy distribuido en el sol y en las estrellas. Un motor propulsado por plasma podría llegar a Marte en tres meses en lugar de los doce o quince meses proyectados para los motores convencionales.
El cohete de plasma sería demasiado caliente para lanzar desde la Tierra por lo cual probablemente debería ser ensamblado en la estación espacial y lanzado desde el espacio.
Pero el proyecto de las naves espaciales “a vela” era el que más había llamado la atención de Ben y en el que había colaborado más extensamente. Básicamente, los fotones, que son las partículas de luz, pueden empujar contra un material muy fino. La luz del sol provee un empuje constante, a diferencia de los motores convencionales que se encienden por cortos períodos y empujan de esa manera intermitentemente. Las velocidades iniciales serían lentas, pero una nave con velas espaciales podría alcanzar velocidades de cincuenta mil kilómetros por hora en un año y de ciento cincuenta mil kilómetros por hora en tres años.
Ben se había ganado el respeto de sus colegas en estos proyectos por sus aportes invalorables, sobre todo en las áreas de la física y las matemáticas involucradas que eran el fuerte de Ben. Además, tuvo la astucia de escuchar las críticas y sugerencias de otros científicos para el progreso de su propio proyecto de investigación.
El proyecto UO había avanzado considerablemente en los últimos meses. Las observaciones de los radiotelescopios eran cada vez más precisas y lejanas. Prácticamente, ya estaban observando los primeros millones de años de vida del universo y el avance era constante. Incluso, Ben había tenido una reunión con el Presidente de Estados Unidos para informarlo personalmente del progreso de la misión. La cita había sido solicitada por el asesor científico del Presidente y éste había hecho hincapié en hablar personalmente con el investigador principal. La reunión en la Casa Blanca había recibido mucha prensa e hizo pensar a muchos observadores que el objetivo estaba cercano y que, de los equipos trabajando en la misma búsqueda, el de Ben Koreg era el que más cerca estaba. Ben no podía menos que regocijarse en su transitoria gloria, aunque sabía que sería efímera y cambiaría de manos si no lograba llegar primero a la meta buscada. No le cabía duda alguna de que su principal rival era Terri Wooley y de que su equipo también avanzaba aceleradamente, pero el creía tener una ventaja por la supuesta superioridad de su técnica.
Es así como su tiempo estaba ahora dedicado ciento por ciento al proyecto UO. En la fase en la que se encontraban, el universo era un mar de radiación y sus telescopios recogían información crucial a diario. Recorría el laboratorio y todas las oficinas donde trabajaban sus colaboradores como un maniático, tratando de exprimir a la gente y retándolas a que siguieran su mismo ritmo obsesivo de trabajo. Desde ya que tenía mentes brillantes junto a él y debía transitar por una delgada línea entre la exigencia y la cordialidad muchas veces, para no forzar a estos hombres a renunciar y buscar horizontes más placenteros o, por lo menos, más respetuosos de individualidades.
Metido en todo esto, Ben Koreg no se percató del espionaje del que él y todo su equipo eran objeto desde hacía meses. Las agencias del gobierno tenían sus micrófonos, cámaras y demás elementos firmemente instalados en todo el campus de Goddard. Por otro lado, el grupo que trabajaba para “El Círculo” también contaba con un equipo de hombres asignados para monitorear a Ben Koreg las veinticuatro horas del día, dondequiera que se encontrara, donde fuera que viajara.
Se movían en un auto discreto. Su conductor era un moreno que parecía un antepasado del hombre en la cadena de la evolución darviniana, una especie de australopitecus como el que precedió la aparición del homo sapiens por varios miles de miles de años. El Somalí era de contextura física muy robusta, con brazos musculosos que parecían tenazas y que denotaban un duro trabajo en el gimnasio. Su fuerza lo había hecho famoso en los círculos de las pulseadas por dinero y raramente había encontrado alguien que consiguiera doblegar la fuerza de sus brazos. Como su apodo lo indicaba, era oriundo de Somalia y había sido reclutado por los servicios de inteligencia rusos a mediados de los 90. Luego de una reestructuración de la KGB, había sido dado de baja y comenzado a trabajar como mercenario al servicio del mejor postor. Lo contrataron para esta misión por su amistad con su copiloto, el italiano Alfredo, y por sus cualidades físicas y profesionales. Alfredo, por el contrario, era el estratega por excelencia, muy habilidoso para planear y ejecutar misiones delicadas. El búlgaro estaba a cargo del grupo, pero Alfredo era el cerebro. La misión que debían cumplir esa noche no le parecía necesaria, estaba en desacuerdo y buscaba excusas para justificarla. La única razón de peso que encontró era que la paga era muy buena. Más allá de eso, hubiera deseado no llevarla a cabo.
Dos días después de su visita a la Casa Blanca, Ben Koreg se encontraba de regreso en Maryland trabajando en su oficina. Era tarde, la noche cerrada y llovía torrencialmente. Ben ni se había enterado de la lluvia hasta que, a eso de la medianoche, salió a despejarse un poco. Estaba analizando algunos datos algo confusos que habían recibido de los telescopios en la última semana. Siempre hacía una pausa caminando por el parque de Goddard cuando necesitaba relajar un poco la concentración, para luego atacar el problema nuevamente con la mente más fresca. Esa noche, caminar era impensable; los senderos de pedregullo que rodeaban el laboratorio estaban sumergidos en ríos de agua. Optó, entonces, por caminar por los largos pasillos y tomar una lata de gaseosa y unos snacks de las máquinas ubicadas en un gran hall. El lugar estaba medio a oscuras, pero Ben lo conocía de memoria. El silencio era sepulcral. Caminó un rato largo. En una ocasión, le pareció escuchar el ruido de unos pasos sordos que se detenían cuando él lo hacía y atisbar algún reflejo extraño, pero su atención estaba concentrada en otro lado. Hasta que, en un momento, el sonido de un radio a lo lejos le hizo dar un salto. Era uno de los guardias de seguridad, seguramente. Unos minutos después, nuevamente una sombra, un ruido seco a unos metros de él. Una sensación de agua helada le recorrió todo el cuerpo como un presagio de muerte. Lo que Ben no sabía era que, en ese preciso momento, el Dr. Terri Wooley, a miles de kilómetros de distancia, lanzaba su último aliento antes de morir.
Ben sintió tal terror que empezó a correr hasta el lugar adonde generalmente se apostaba el guardia de seguridad. Por suerte, lo encontró en su puesto, muy relajado leyendo el diario. Al ver a Koreg, el guardia se sorprendió con su expresión. “Doctor Koreg, parecería que ha visto un fantasma”, exclamó el guardia. Ben estaba agitado y tembloroso, pero feliz de ver una cara conocida. “Es que tuve una extraña experiencia, ¿no ha visto nada raro por aquí?”
“Todo está bajo control, quédese tranquilo”, le respondió el guardia serenamente. “Bueno, estaré en el Observatorio en caso de que surja algo”, le dijo Ben como dándole a entender que se diera una vuelta más tarde para controlar que todo estuviera bien.
Unas horas antes, en una calle lateral cercana a la entrada del Centro Espacial Goddard, un auto azul oscuro con vidrios polarizados se encontraba estacionado, tratando de no llamar la atención. Alfredo y el Somalí esperaban el momento de actuar. “Es la hora”, dijo Alfredo. La noche era horrible, pero ideal para su tarea, oscura, con una lluvia copiosa y no había un alma en las cercanías. El Somalí vestía impermeable y atuendos negros por lo que su figura era difícil de distinguir en la noche.
Se internó en Goddard burlando los sistemas de seguridad sin demasiado inconveniente, contaba con una serie de pequeños instrumentos electrónicos que llevaba para tal fin. Debía esperar que Koreg estuviera en el Telescopio y entonces proceder, ésa era la orden, por lo cual cabía la posibilidad de que no pudieran llevar a cabo su misión esa noche. Penetró en uno de los edificios donde estaba ubicada la oficina de Ben y en seguida lo localizó. Lo siguió a una distancia prudente cuando Ben comenzó a caminar. El lugar solitario y oscuro parecía un castillo embrujado, lo cual facilitaría su tarea. Fue muy cuidadoso al seguirlo, pero no pudo evitar algún mínimo ruido y uno que otro tenue reflejo que alertaron a Ben de que algo andaba mal. Sin embargo, el guardia había logrado calmarlo.
Ben se tranquilizó y retomó su actividad, pero esta vez se dirigió al telescopio. Tenía algunas observaciones previas que revisar, sólo le llevaría unos minutos. Se sentó en la consola de comando y comenzó a observar imágenes en la pantalla y a escribir algunas ecuaciones. Todo encajaba, el progreso era evidente. Estaban observando el Universo más primitivo, muy cerca del Big Bang. Su Equipo de científicos era de lo más selecto del mundo de la astronomía. Muy entusiasmado, sentía que el éxito del proyecto UO se acercaba y con él la gloria y el reconocimiento que se merecía, la validación de su método, su nombre en los libros de historia…. El Presidente en persona lo había alentado a seguir adelante y era informado periódicamente de sus avances.
Estaba totalmente concentrado cuando un brazo lo aferró por el cuello y comenzó a asfixiarlo. Ben luchó denodadamente y casi logra zafarse, pero la rapidez y la destreza del asesino eran demasiado para Ben que sintió una quemazón y luego un dolor intenso en su espalda. Le habían clavado un cuchillo y tenía el pulmón derecho lesionado, sangraba profusamente y lentamente fue perdiendo fuerzas hasta que quedó inmóvil, respirando cada vez más lentamente hasta la apnea final. El hombre de negro lo acomodó en la posición acordada, sentado en la silla, frente a pantalla con el cuerpo inclinado hacia delante y el cuchillo bien visible clavado en su espalda.








CAPITULO 12
HOMBRE AL ESPACIO

La ciencia consiste no sólo en el conocimiento,
sino también en la destreza de aplicar
los conocimientos en la práctica."
ARISTÓTELES

El Hubble II había sido inaugurado hacía poco mas de un año y había sido usado en contadas oportunidades, principalmente por astrónomos europeos. Funcionaba a la perfección. El problema era que su uso resultaba muy costoso por el viaje al espacio, pero también porque los astrónomos debían entrenarse con rigor y prepararse con suficiente anticipación.
Terri organizó hasta el más mínimo detalle para que Ignacio realizara el entrenamiento para viajar a la estación espacial y acceder al Hubble II. El próximo lanzamiento del Vehículo Espacial Europeo estaba programado para dentro de cinco semanas, por lo cual no tendría problemas en completar el entrenamiento. Ignacio había leído todo cuanto había encontrado sobre los viajes espaciales, la reacción del organismo humano a la falta de gravedad y los efectos que esto producía. La información era sorprendente, desde los efectos sobre la masa muscular, los huesos, los cambios metabólicos hasta la vulnerabilidad a la radiación. Al no estar la atmósfera terrestre para filtrar los rayos cósmicos, tanto los del sol como los de otros orígenes, éstos impactan directamente sobre las células humanas y su material genético, con el potencial de producir mutaciones y otras alteraciones en las células. El problema de la radiación cósmica no era importante si la permanencia en el espacio era corta; pero cuando los viajes eran largos, como el que se estaba planeando a Marte, que podría llegar a durar un par de años, se presentaban variables más complicadas. Nadie conocía aún los efectos que pudiera tener una exposición tan prolongada a la radiación. El astronauta estadounidense Gerald Carr había pasado ochenta y seis días en el espacio en el Skylab, la estación espacial norteamericana de los años 70. Carr describía los efectos inmediatos de la falta de gravedad en el cuerpo humano: el líquido del organismo tiende a distribuirse más uniformemente, yendo hacia la parte superior del cuerpo, produciendo una sensación de congestión como un resfrío con hinchazón de las venas de la cabeza, del cuello, literalmente cambiando el aspecto físico del astronauta. Igualmente importantes son los efectos sobre los músculos y, sobre la base de experimentos y exámenes de astronautas, se había comprobado que la pérdida de masa muscular podía llegar al veinticinco por ciento! Los rusos eran los que más experiencia tenían en el tema por los tiempos prolongados que sus cosmonautas habían pasado en el espacio en la estación espacial Soyuz, pero no eran muy propensos a compartir información, una reminiscencia de la vieja era soviética. En un viaje a Marte, a trescientos millones de millas de distancia, todos estos temas debían resolverse antes de que partiera alguna misión tripulada.
Los efectos psicológicos también eran sustanciales, pero para Ignacio no constituían una preocupación mayor pues el lapso que permanecería en la estación espacial no sería prolongado, una o dos semanas, tres a lo sumo, dependiendo de cuán rápido pudiera accionar el telescopio y adaptar su software al programa que comandaba al telescopio. El programa completo sería probado primero en la Tierra, pero una cosa es la práctica y otra el funcionamiento en la realidad. Los inconvenientes que pueden surgir son múltiples y la habilidad de los científicos y la gente que trabaja en este tipo de programas consiste en tratar de prever cualquier contratiempo que pueda surgir, y diseñar los pasos y protocolos a seguir para superarlos.
La gente de la ESA (European Space Agency) recibió a Ignacio con mucha cordialidad y entusiasmo. Los cuarteles de entrenamiento estaban en la ciudad de Calvi, ubicada en la isla francesa de Córcega en pleno Mar Mediterráneo. Algunos de los astrónomos que ahí trabajaban lo conocían por sus trabajos, y uno de ellos lo conocía personalmente ya que había sido su alumno en Barcelona. Estaban muy intrigados con el proyecto GOD y lo bombardearon a preguntas ni bien escucharon la presentación inicial que Ignacio hizo en los primeros días de entrenamiento. Durante su estada en Calvi, mantendrían varias sesiones de brainstorming dirigidas por Ignacio, pero destinadas a escuchar los aportes de los demás astrónomos y científicos que colaboraban en el proyecto.
Terri elaboró un convenio con la ESA para que éstos le proveyeran todo el soporte necesario al proyecto GOD, incluyendo el entrenamiento de Ignacio, el lugar en el vehículo espacial, soporte en la operación del Hubble II y, lo más importante, el permiso para usar el telescopio en forma exclusiva durante el tiempo que Ignacio permaneciera en el espacio. El acuerdo Caltech-ESA a su vez favorecía a la ESA en el sentido de que obligaba a Caltech a compartir la información relevante que obtuvieran durante el uso del telescopio.
El Telescopio tenía tan sólo unos cuantos meses de operación. Los equipos de astrónomos europeos que lo habían utilizado no habían reportado ningún inconveniente mayor. La operación todavía era un tanto dificultosa, pero poco a poco, los problemas se subsanaban.
El Hubble II, al igual que el Quasars, era propiedad de un consorcio de naciones, un grupo de las más ricas de la Tierra, y el directorio del consorcio estaba integrado por los delegados de estas naciones. El directorio sólo supervisaba la operación y la distribución del tiempo otorgado a los distintos equipos de astrónomos. Trataba de establecer un balance para que el mayor número de científicos tuviera acceso al telescopio y no estuviera sólo reservado para unos pocos privilegiados de las naciones mas influyentes.
Hasta ahora el descubrimiento más importante que había hecho el Hubble II era el hallazgo de un planeta en los confines de la Vía Láctea con características muy similares a la Tierra, en cuanto a su cercanía a su estrella, su tamaño y la sospecha de que poseía agua líquida. Si esto se confirmaba en posteriores observaciones, las posibilidades de que existiera vida en él eran buenas.
El tiempo pasó volando y, a medida que se acercaba el día del lanzamiento, la ansiedad de Ignacio iba en aumento. Estaba ansioso por volar al espacio, por observar la Tierra desde el espacio exterior, por completar su proyecto, por develar el misterio del origen del universo. En una visita a Washington DC, en sus años de estudiante de secundaria, había concurrido a una conferencia de un ex-astronauta que tuvo lugar en un bello templo mormón ubicado en la carretera de circunvalación de la ciudad. El templo era de una belleza imponente y la primera vez que lo vio de noche, todo iluminado, quedo admirado de su esplendor. El ex-astronauta era un hombre de unos 65 años y su conferencia trataba temas religiosos, pero entre sus palabras, hizo una descripción de su experiencia y su sentir durante su permanencia en el espacio. Describió la primera vuelta en órbita que dio en su nave, maravillado, escuchando en su walkman una de sus piezas favoritas, la ópera Cavalleria Rusticana de Mascagni, observando la Tierra como un todo viviente, tal cual la describía James Lovelock, con sus tonalidades azules, verdes, pardas, blancas, el amarillo arena de los desiertos, un espectáculo de una belleza inimaginable, imposible de ser descrito; manifestó que lo embargó una sensación de paz y de placer casi adictivo. Ignacio no olvidaría nunca esa conferencia y, en algún momento, consideró seriamente convertirse en astronauta. Pero luego, la vida y esa semilla implantada por su padre lo llevaron por otros caminos igualmente estimulantes.
El entrenamiento transcurrió sin contratiempos y, al cabo de unas pocas semanas, estaba todo listo.
Al fin su sueño de flotar en el espacio estaba por cumplirse…














CAPITULO 13
INTERROGANTES DE VIDA Y MUERTE

El raciocinio del médico debe fundarse principalmente
en las causas evidentes más que en la ocultas.
CELSO, 10 d.C.

Javier era uno de los mejores amigos de Ignacio, se conocían desde la infancia, prácticamente desde que tenían un año de edad ya que eran vecinos del barrio. Habían crecido juntos y, a pesar de que la vida los había llevado por caminos diferentes, nunca habían perdido el contacto y se apreciaban y respetaban mutuamente. Ignacio admiraba a su amigo, estaba orgulloso de él y Javier sentía lo mismo por Ignacio. Se habían apoyado y recorrido juntos las distintas etapas de su crecimiento y de la vida toda y eso había forjado lazos inquebrantables entre los dos.
Javier se había dedicado a la Medicina y siguió así los pasos de su padre. Después de varios años de entrenamiento se dedicó a Terapia Intensiva. Cuando eligió la carrera lo hizo un poco por descarte, no había encontrado nada que le gustara especialmente. Ingresó en la Facultad de Medicina “a ver que pasaba”. Por suerte, se dio cuenta enseguida, durante el primer año, que su elección había sido acertada. Disfrutaba la carrera y no tuvo problemas en terminarla, si bien le exigió bastante sacrificio y largas horas de dedicación en un momento de la vida en que la mayoría de sus amigos se dedicaban a “pasarla bien”.
Al dirigir su mirada hacia esa época de estudiante con la óptica más asentada de la edad adulta, pensaba que, tal vez, hubiera sido mejor tomarse un poco más de tiempo para terminar sus estudios, para poder dedicarse un poco más a la diversión que reinaba por aquellos días entre su grupo de amigos. Los partidos de rugby, las salidas en velero, las vacaciones prolongadas en las playas del sur de la Argentina o la pintoresca Punta del Este en Uruguay, los fines de semana en Pinamar. En fin, un sinnúmero de actividades que algunos de sus amigos disfrutaban en aquellos días y de las cuales él había participado esporádicamente, atareado como estaba con su exigente carrera. Y esos tiempos no volverían, se daba cuenta de que lo que no había vivido, así quedaría, sin ser vivido. Pero por otro lado no se podía quejar, se había recibido de medico a los veintitrés años y había comenzado temprano por la carrera del éxito y de las satisfacciones profesionales. La vida es así, un toma y daca, era su conclusión. Al poco tiempo de graduarse de médico, emigró a los Estados Unidos para hacer su especialización. Con sus veinticuatro años, con todos sus miedos e inseguridades, pero dispuesto a convertirse en un buen profesional y conocer aquel país que había admirado desde niño. Los comienzos fueron muy duros, exigentes y de mucho trabajo. Cayó en la cuenta de que no había recibido la educación universitaria de excelencia que le habían hecho creer que tenía; los estudiantes de medicina que trabajaban con él estaban mucho mejor preparados, y esto fue muy costoso de remontar. Se sintió inepto, inseguro y hasta pensó que la medicina no era para él, que la carrera era muy larga y ardua y que él no tenía en su interior lo que se requería para ser bueno en lo suyo. Fueron tiempos de dudas y de depresión. El apoyo de sus padres fue importante a esta altura, pero por sobre todas las cosas su voluntad. Su férrea voluntad de salir adelante y superar el mal momento fue decisoria para cambiar su suerte. A base de trabajo, de largas horas, de mucho estudio y de no bajar nunca los brazos, su vida comenzó a desarrollarse en otros carriles. En algún momento, comenzó a dar un vuelco que lo catapultó al tope de los médicos de su hospital. Para el tercer año de su residencia, ya lo habían propuesto como Jefe de Residentes, cargo que ocupó durante el último año. Le llovieron múltiples propuestas de trabajo en su hospital una vez concluida su residencia, pero Javier ya tenía claro lo que le interesaba en la medicina: el desafío constante de la Terapia Intensiva. Por lo cual continuó con su entrenamiento en este campo y se convirtió en un especialista en Medicina Critica.
Luego de 10 años, decidió regresar a su país para estar con los suyos y forjar un futuro en su tierra. Fue una decisión difícil, pero los afectos primaron. Ciertamente que había disfrutado todos esos años en el exterior, con sus satisfacciones profesionales, los viajes de placer, las conferencias con los personajes mas prestigiosos de la medicina, el aprendizaje de una cultura algo diferente a la suya, pero también con sus periodos de soledad, muchas veces buscada, otras veces forzosa. Esos tiempos le hicieron tomar conciencia del valor de su familia y sus amigos. Sus amigos eran los mismos de siempre, los de toda la vida y, en este punto, era donde más diferencia cultural había encontrado. No estaba seguro de que la gente fuera distinta, pero la realidad era que los lazos entre las personas sí lo eran. Luego de observar y pensar el tema un tiempo, llegó a la conclusión de que la principal razón de la diferencia era que en su país las personas tendían a vivir toda su vida en el mismo lugar, en la misma ciudad, y era algo fuera de lo común que la gente se moviera de ciudad en ciudad. Esto permitía forjar lazos muy fuertes, prácticamente desde el colegio hasta la vejez. Pero en el país del norte, la gente se movía constantemente. Una vez terminada la secundaria, el adolescente se va al college, generalmente lejos de su casa, luego otros cuatro años de universidad en otra ciudad, para luego comenzar la carrera laboral que lo lleva a otra ciudad distinta. Y luego la búsqueda permanente de mejores oportunidades que obliga a que continúen desplazándose en una gira sin fin. Esto hace que el núcleo familiar se desintegre o sea más tenue y que las amistades no logren afianzarse en el corto tiempo del que disponen. Pensaba que dos de las mejores decisiones de su vida habían sido el emigrar al exterior y el haber vuelto a su lugar de origen. En esto parecería existir una contradicción, pero viéndolo en perspectiva, la explicación cae en su sitio: cada una tuvo su momento y habían sido acertadas de acuerdo a la época en que las tomó.
Una vez dentro de su especialidad, le fastidiaba la inquisición reiterada de la mayoría de la gente, que al conocerla, caía en la misma pregunta, “¿no es muy estresante?” En realidad, su stress se centraba en la atención de pacientes básicamente sanos que consultaban por alguna afección o dolor que a Javier siempre le parecían triviales. Se sentía más cómodo con el paciente crítico, frente a él, sí sabía exactamente qué hacer, cómo cuidarlo, cómo mantenerlo con vida o cómo ayudarlo a morir llegado el caso.
Tenía largas charlas con Ignacio sobre distintos temas y, en cierta forma, sus profesiones aunaban, de alguna forma, en los misterios de la vida, y de la muerte y los orígenes del universo y de todas las cosas. A Ignacio le fascinaban los relatos y las anécdotas de Javier sobre los pacientes y sobre el mundo de la medicina en general.
Javier tenía opiniones muy definidas respecto a varios aspectos técnicos, económicos y sociales de la medicina del momento. Por un lado, los costos de la salud continuaban en un constante ascenso y amenazaban la salud económica de las naciones. El público enarbolaba la creencia de que la salud era un derecho irrenunciable de todo ciudadano y, por supuesto, que lo era. Pero como todo en la vida, la salud tiene un costo y alguien debe pagarlo. El problema era que la gente se había acostumbrado a exigir salud, sin querer necesariamente pagar por ella en la misma medida de lo que costaba o, mejor dicho, era la sociedad en su conjunto la que se hacía cargo del costo de la medicina. Y las cuentas ya no cerraban por ningún lado. Los costos de la tecnología médica actual y la expectativa de vida continuaban su ascenso irremediable consumiendo cada vez una porción mayor de los recursos económicos de los países.
Javier estaba convencido de que una gran parte de los costos de la salud debían comenzar a ser compartidos por los consumidores y que, de esta manera, al palpar lo que sus exigencias realmente costaban en términos económicos, elegirían alternativas más baratas y no necesariamente de peor calidad. También pensaba que la creciente informatización de la medicina, de las historias clínicas, de los exámenes complementarios, de las evoluciones de los pacientes, y de su fácil acceso por los integrantes del equipo de salud, ayudaría a reducir la duplicación de tests y estudios que eran realmente una carga muy pesada para el sistema; éste era un problema fácilmente solucionable con el advenimiento de Internet y la hiperconectividad que crecía en el mundo. Lo veía como algo muy positivo, siempre y cuando, la privacidad y la seguridad de estos datos estuvieran debidamente protegidas.
Como especialista en Terapia Intensiva, el Dr. Javier Lacroze era uno de los protagonistas principales de esta realidad, ya que paulatinamente una mayor proporción de los recursos de la salud se consumían en las áreas críticas de los hospitales. Estudios harto conocidos entre los médicos aseguraban que el setenta por ciento de los recursos que se gastaban en terapia intensiva se destinaban al veinte o treinta por ciento de los pacientes que se morían. Este punto sacaba de quicio al Dr. Lacroze; no podía creer que civilizaciones supuestamente avanzadas no pudieran evolucionar hacia políticas más lógicas y razonables para destinar fondos donde hicieran falta y no derrocharlos en un “festival de prolongación de agonías individuales y colectivas”, tal cual le describiera la situación a Ignacio en una de sus charlas. “¿Qué quiere decir eso?”, le preguntó Ignacio perplejo. “Te explico,” le contestó Javier, “llega un momento de la vida de un paciente, del estadio de su enfermedad o de pérdida de salud, en el cual los resultados finales de su evolución son bien conocidos, sabemos que el paciente se va a morir, y que por más que hagamos lo que hagamos, la evolución final del paciente no va a cambiar. Disponer de la tecnología para mantener con vida a los pacientes, no significa que les cambiemos el pronóstico. Y los pacientes terminan muriendo, luego de dos o tres semanas o más, de ser torturados por nosotros en una habitación de terapia intensiva, con tubos y catéteres en cada orificio del cuerpo, doloridos por su enfermedad y por nuestros procedimientos, atados de pies y manos para que no se arranquen estos aparatejos, lejos de sus seres queridos, en una muerte totalmente indigna. Y ni hablar de lo que cuesta en términos de dinero todo esto. ¿Tiene algún sentido? Las familias muchas veces confunden el dejar morir dignamente a un paciente con la eutanasia, pero son dos cosas totalmente diferentes”. “¿Y cómo son diferentes?” exclamó Ignacio. “Bueno, la eutanasia implica alguna conducta activa para matar al paciente, generalmente a través del uso de alguna medicación, mientras que lo que yo estoy diciendo es que no tratemos de prolongar vidas que ya no tienen posibilidad alguna, vidas que ya han muerto, solamente porque tenemos la tecnología para hacerlo. Dejemos que Dios decida tranquilo, no nos pongamos en su camino. Como siempre les digo a los familiares, una vez que Dios toma la decisión de llevarse un paciente, por más que los médicos hagamos y deshagamos, el destino ya está sellado. Y te digo más, si nosotros, los médicos, que somos los que sabemos de esto y los que tenemos la capacidad de decidir, no encaramos el problema, el día de mañana será un burócrata detrás de un escritorio diciéndonos lo que debemos hacer, no ya basados en el conocimiento médico, sino en la premisa más costo-efectiva, y éstas no siempre serán las estrategias que más beneficien a nuestro paciente en particular. “Doctor, no puede usar tal droga, debe usar ésta que es más barata”. “Doctor, no vale la pena realizar tal procedimiento en este paciente, no se justifica”.
En sus épocas de residente, Javier había llevado a cabo un estudio por el cual le habían otorgado un premio al mejor trabajo de investigación de su hospital. En ese trabajo había probado su hipótesis de que la reanimación cardiopulmonar en muchos pacientes era un procedimiento totalmente fútil. Durante un año se dedicó a estudiar todos los pacientes que se morían en el hospital, cuántos de ellos era reanimados, cuántos eran reanimados exitosamente, cuántos de ellos sobrevivían al alta del hospital, amén de otros datos importantes que permitían identificar factores de buen o mal pronóstico. Los números eran reveladores: de todos los paros cardiorrespiratorios que ocurrieron, se reanimaron el 40% de los pacientes, pero solo el 10% fue dado de alta del hospital y seguía con vida a los tres meses. Es decir un procedimiento sólo exitoso en el 10 % de los casos. Habían identificado variables que si estaban presentes, garantizaban prácticamente un cien por ciento de mortalidad. Así es como cabía la pregunta: ¿qué sentido tenía reanimar estos pacientes con ninguna posibilidad de sobrevivir y retomar una vida más o menos digna? El problema, en parte, era que las técnicas de reanimación eran bastante efectivas, una tasa de efectividad de reanimación inicial del 43 % no estaba nada mal por cierto. Pero la mala noticia era que, de estos pacientes, sólo el 10 % lograba continuar con vida, y esto significaba que luego de la reanimación había un gran número de pacientes que sobrevivían, eran mantenidos con vida unos días o semanas más, para luego enfrentar su destino inevitable. Mientras tanto, el proceso significaba dilapidar recursos astronómicos para la sociedad en su conjunto, sin mencionar los costos morales para esa familia y ese paciente sometidos a estas agonías previas a su muerte.
Y así los dos amigos pasaban horas y horas discutiendo sobre sus profesiones y la problemática de cada una. Pero eran las múltiples anécdotas con los pacientes de Javier las que cautivaban a Ignacio y por las cuales le preguntaba una y otra vez.
Javier había vivido una experiencia muy particular con un paciente al cual le devolviera la vida luego de resucitarlo tras un paro cardiorrespiratorio. El paciente había estado en paro durante más de cincuenta minutos y su pronóstico, en ese punto, era más que ominoso; las estadísticas, que tan bien conocía Javier a traves de su estudio, decían que la mortalidad de un paciente en paro cardiorrespiratorio por más de diez a quince minutos era prácticamente del 100%. La premisa corroborada de su investigación era que reanimar ciertos pacientes era un procedimiento inadecuado en la mayoría de los casos, que sometía a éste a una serie de medidas cruentas y complicadas y que, en definitiva, no cambiaban para nada el pronóstico del enfermo, simplemente prolongaban la agonía del paciente, de sus familiares y del personal encargado de cuidarlo. Y todo a un costo exorbitante para el sistema de salud y la sociedad en general. Pero toda regla tiene su excepción y en este caso la excepción era el paciente de Javier llamado Joseph Steinberg. Javier solia decir: “Joseph nunca leyó los libros de medicina, sino debería estar muerto”. Joseph había sido reanimado luego de esos cincuenta minutos “eternos” de paro cardiorrespiratorio, cincuenta minutos de muerte; por supuesto que, mientras tanto, los médicos realizaban las maniobras para resucitarlo y mantener la irrigación de sus órganos hasta que su corazón retomara su función de bombear la sangre a todo el cuerpo. El Sr. Steinberg desafió todas las estadísticas; Javier estaba sorprendido y hasta perturbado en cierta forma, pero al mismo tiempo le confirmaba, una vez más, que siempre existía la excepción que confirmaba la regla. El paciente tuvo una larga estada en el hospital recuperándose de toda la odisea de su muerte y resucitación y con Javier forjaron una relación muy estrecha, aún después del alta del hospital. Pero lo que más capturó la atención de Javier fueron las experiencias de Sr. Steinberg durante esos cruciales cincuenta minutos que duró su muerte y reanimación. Durante su convalecencia sostenían largas charlas en el hospital en las cuales Joseph le fue revelando las extrañas visiones y sentimientos que había experimentado. De religión judía, Joseph nunca había practicado su fe heredada, se podría decir que la religión no formaba parte de su vida, no estaba seguro de creer que hubiera un Ser Supremo, un Jehová. Sin embargo, luego de su reanimación, cambió radicalmente y se convirtió en un hombre profundamente religioso. El cambio lo provocó su experiencia con la muerte.
La visión de Joseph consistió en una serie de imágenes muy vívidas que lo habían trasportado a un universo desconocido para él. No había visto la famosa “luz” brillante que describían otros pacientes en trances similares, pero sí una sensación extracorpórea, de abandono de su cuerpo a una forma espiritual sin tiempo ni espacio, abarcadora de todo el universo y observadora de todos los tiempos y lugares simultáneamente. Le era muy difícil explicarlo, pero Javier era muy paciente y le extraía las vivencias y ayudaba a ordenar la experiencia para ponerla en palabras más o menos lógicas. Siempre comenzaba su relato con la descripción de una oscuridad absoluta, de un vacío total tanto físico como espiritual, que progresivamente daba paso a la presencia de Dios, tales eran las palabras de Joseph: hablaba de la presencia de Dios. Cuando Javier le preguntaba específicamente qué era esa presencia, Joseph le contestaba que le era imposible ampliar su descripción, más que una visión era un estado de su espíritu. Esta presencia se asociaba extrañadamente con unos puntos curiosos que formaban palabras y estas palabras siempre significaban “Dios”, sin poder describir si tenían un idioma en particular o una forma definida. El punto culminante de esta experiencia estaba dado por una especie de visión que Joseph llamaba el origen de Todo en la cual estaba seguro de haber observado el origen del Universo. Su espíritu era iluminado por un punto diminuto, infinitamente microscópico que repentinamente se expandía en un rayo, en una luz brillante, multicolor que progresivamente se ordenaba en partículas, cuerpos y materiales de toda forma y textura. Joseph sentía la velocidad de una explosión gigantesca, pero a la vez podía observar el fenómeno en detalle, como en cámara lenta. Más extraño aún era que lo acompañaban voces conocidas de sus seres queridos, coros, cantos celestiales y nuevamente palabras o “conceptos” que trasuntaban la presencia de un Creador.
La experiencia culminaba con un corte repentino, una vuelta del espíritu al cuerpo, al sentir su corazón que comenzaba a latir y luego el sonido de voces a su alrededor pronunciando términos médicos. Javier le contó que había permanecido varios días en coma antes de comenzar a recuperar lentamente la conciencia, aunque Joseph sospechaba que la vuelta de su conciencia se había producido en el mismo momento en que su corazón había vuelto a latir. Durante muchos años, repasaron y charlaron sobre estas experiencias y desmenuzaban cada detalle, cada frase y palabra que salía de la boca de Joseph. Para Javier, esta experiencia había sido decisiva en su perspectiva de la vida, creía en Dios y este relato reafirmaba sus creencias y las elevaba.
Había conversado extensamente con Ignacio sobre las vivencias de su paciente Joseph Steinberg. Ignacio, a su vez, estaba profundamente interesado en la descripción de lo que Joseph llamaba el “origen del universo”, ya que se acercaba bastante a lo que, científicamente, se sabía hasta el momento. Poco se imaginaba Ignacio que pasaría por una experiencia muy similar en su búsqueda del conocimiento del origen del cosmos y todo lo que éste contiene, su búsqueda inconsciente de la Verdad Suprema.
Su amigo Javier tenía una faceta supersticiosa que Ignacio no alcanzaba a comprender. Lo consideraba un ser con una inteligencia superior a la media, incluso mas brillante que él mismo que siempre se había tenido en alta estima, no por soberbia sino por su especial habilidad para ver la realidad. Un médico respetado por sus colegas, científico sobresaliente, en fin, lo que Ignacio consideraba un ser altamente racional, lógico y centrado, totalmente en sus cabales. Sin embargo, Javier era también altamente supersticioso, creía en la astrología y en algunas disciplinas que para la comunidad científica eran palabrería pura y fraude, como por ejemplo el espiritismo. Javier sostenía que la comunicación con los muertos era posible y que ciertas personas poseían estos poderes y era perfectamente aceptable que los utilizaran y hasta lucraran con sus servicios. También creía en los “videntes” y había consultado a lo largo de su vida a varios de estos personajes. Esto no fue siempre así, ya que Javier había sido parecido a Ignacio en cuanto a la rigurosidad de su pensamiento científico, ese “ver para creer” que tan bien, aunque escuetamente, resume esta postura frente a lo sobrenatural. Pero un sueño, mas bien una pesadilla, cambiaron toda esa filosofía casi de la noche a la mañana, literalmente. Una vivencia que para Javier sólo tenía explicación en el mas allá, en lo sobrenatural, en lo para-normal. No creía en las casualidades de este tipo, ni en las de ningún tipo. Las cosas sucedían por alguna razón, tenían alguna explicación, fuera esta visible a nuestros ojos y a nuestra mente o no. Esa noche se había quedado estudiando hasta altas horas de la madrugada preparando un examen para la mañana siguiente. Se había acostado exhausto, nervioso, tenso y ansioso ante la importancia de la materia a rendir. Siempre tenía esta sensación antes de los exámenes, por más extensamente que hubiera estudiado y conociera el tema. Durmió mal y a la mañana siguiente se despertó totalmente perturbado. Había tenido una pesadilla, un sueño raro, pero lo raro para él era el despertar con tanta angustia. Había soñado que atentaban contra la vida del presidente norteamericano Ronald Reagan. Era la mañana del 30 del marzo de 1981. En su sueño aparecía Reagan saliendo de un ascensor y un hombre con una metralleta que comenzaba a perseguirlo y a disparar. Reagan huía, sin daño aparente y escapaba de su atacante, por lo menos en su sueño no moría. En ese momento de la pesadilla se despertó. No captaba bien porque estaba tan molesto, después de todo Ronald Reagan no era santo de su devoción, y su muerte, lejos de provocarle placer, no debería alterarlo en modo significativo. Al contrario de Ignacio, Javier era mas bien socialista, inclinándose por un personaje estilo Kennedy y con ideas más a la izquierda del partido demócrata en el ámbito de la política estadounidense. Mientras se afeitaba, no podía dejar de pensar en su extraño sueño, aunque atribuía su perturbación a los nervios por el examen que lo esperaba. Se vistió rápidamente y enfiló para la cocina donde esperaba encontrar a su madre presta para prepararle el desayuno. Al no encontrarla en la cocina, una sensación de miedo inexplicable se apoderó de él. “¿Qué me pasa?”, pensó Javier perplejo. Corrió hacia la habitación de sus padres y allí encontró a su madre. Se estaba vistiendo, escuchando las noticias, tranquila. Al ver a Javier notó una extraña expresión en su rostro.
“¿Qué pasa, Javier?”, le preguntó al ver su expresión. “¿Nervios por el examen?”
“Sí, madre, estoy un poco nervioso, pero hay algo más”
“¿Qué pasa. hijo, me lo puedes decir?”
“Sí, claro, no es ningún secreto de estado” respondió Javier algo sorprendido ya que normalmente no compartía sus sueños con su madre, más que nada porque eran los sueños comunes y corrientes de cualquier ser humano. Pero en este caso, sentía una compulsión a contarle a su madre el sueño en cuestión.
“Soñé que intentaban asesinar a Ronald Reagan.” Y pasó a relatarle el sueño con todos los detalles que recordaba. Su madre lo escuchó pacientemente y, al cabo de su relato, le hizo una caricia en la cabeza de las que solía hacerle y lo llevó a tomar el desayuno.
“No te preocupes, ya se te va a pasar, seguramente estás un poco nervioso, cuando termines con este examen te vas a sentir mejor y tu sueño será solamente eso, un mal sueño”.
Tomaron un rápido desayuno y Javier salió raudo hacia su facultad donde lo esperaba la difícil prueba. Tuvo que esperar su turno unas horas, pero no tuvo inconvenientes, aprobó con una felicitación del profesor. “Sobresaliente” le había dicho el distinguido doctor.
Volvió a su casa al mediodía, muy contento, con el apetito abierto por el escollo franqueado, las experiencias de su pesadilla de esa mañana ya casi asignadas a la lista de las cosas que su cerebro archivaría en alguna región del sistema límbico para seguramente nunca más recordar. Ya salivaba con el pensamiento del almuerzo exquisito que su madre le tendría preparado. Llegó a su casa, se bajó de la motocicleta que usaba para ir a la universidad y movilizarse por la cuidad y subió por el ascensor hasta el quinto piso donde vivían. Abrió la puerta de la sala y se dirigió contento y jubiloso a la cocina donde seguramente lo estaba esperando su madre. Curiosamente no estaba ahí, aunque pudo oler el aroma delicioso de una carne al horno con una de sus salsas favoritas. Se acercó a la cacerola para probar la salsa mientras gritaba: “Mami, ¿dónde estas?”
“Javier, rápido, vení acá, estoy en mi cuarto”, le dijo su madre con urgencia en su voz.
La encontró sentada en su cama con su mirada fija en el televisor. “¿Qué pasa, mami, por qué esa cara de terror?”
“Estoy viendo las noticias Javier, acaban de atentar contra la vida de Ronald Reagan” le contestó su madre con voz temblorosa.
“¿Y lo mataron? ¿Está muerto? ¿Cómo fue? ¿Quién le disparó?”, comenzó Javier con una ráfaga de preguntas que su madre todavía no atinaba a responder.
“Lo llevaron al Hospital y está en cirugía, todavía no hablan de pronóstico, ni si le podrán salvar la vida o no”, logró balbucear su madre. “Pero ambos sabemos que no va a morir, ¿no? Eso es lo que pasaba en tu sueño, ¿verdad?”
“No lo puedo creer, madre, si no te lo hubiera contado esta mañana, no sé si me hubieras creído que soñé este hecho antes de que ocurriera”
Era el 30 de marzo de 1981 y para Javier muchos conceptos y preconceptos que tenía arraigados en su mente comenzaron a cambiar.












CAPITULO 14
DE DEPREDADORES Y PRESAS

“Incierto es el lugar en donde la muerte te espera;
Espérala, pues, en todo lugar.”
SENECA


Debido a problemas climáticos que se avecinaban, las autoridades de la ESA decidieron adelantar el lanzamiento de la misión por unos días. En la plataforma de lanzamiento estaba todo preparado, la cuenta regresiva en sus minutos finales. En la sala de control la actividad era febril, con cada integrante del equipo revisando las últimas lecturas de las computadoras, desde el plan de vuelo hasta los sensores que reportaban las condiciones de la nave, las últimas condiciones meteorológicas y demás variables necesarias para que todo fuera según lo planeado y sin problemas. Ignacio le había informado a Terri las novedades y mantuvieron una larga charla sobre la misión, el proyecto y la vida en general. Se despidieron emocionados y se desearon suerte mutuamente. No imaginaba Ignacio que esa sería su última conversación con Terri.
Los planes del Círculo eran bien claros y las órdenes precisas: primero debían eliminar a los jefes de los equipos de investigación y luego a los colaboradores más cercanos que pudieran seguir con el proyecto. Ignacio estaba en este último grupo.
Alfredo se comunicó con Giovanni, su colega y compatriota estacionado en Calvi, siguiéndole los pasos a Ignacio. “Es tu turno”, fue todo lo que le dijo. Giovanni sabía lo que eso significaba, pero su misión a esta altura se había tornado en un imposible. “Negativo, imposible, el objetivo ya es inalcanzable”, fue su respuesta.
Alfredo se comunicó inmediatamente con su jefe el Cardenal Rudiano y le informó sobre las novedades. “Maldición, el tiempo nos ha jugado una mala pasada”, dijo el Cardenal con enojo impropio, pero ya nada podían hacer. Tendrían unos días para pensar una nueva estrategia y buscar otras oportunidades, la misión espacial duraría un par de semanas.
Mientras tanto, el mundo se despertaba con la noticia del asesinato casi simultáneo de dos celebres científicos trabajando en proyectos similares relacionados con la investigación del origen del universo. La confusión era mayúscula y las especulaciones de todo tipo.
Los detalles de los asesinatos fueron mantenidos en secreto hasta tanto la investigación estuviera más avanzada. Inicialmente, tomó intervención la policía estatal de Maryland, pero luego se hizo cargo el FBI por la importancia de los crímenes y su implicancia para la seguridad nacional, además de la certeza de que ambos crímenes estaban relacionados.
En California, el detective de la policía local fue el que se encargó de reunir las evidencias en las primeras horas; a regañadientes, aceptó la orden de su superior para dejar el caso al FBI. Se hizo cargo el agente especial Thomas Gleason. Gleason era un experimentado investigador y, desde un principio, supo que su labor sería difícil y no estaba seguro del resultado final. La primera impresión le decía que era un trabajo hecho por profesionales y probablemente las pistas fueran mínimas, si es que se encontraba alguna. Comenzó por una minuciosa observación del área donde estaba el cadáver de Terri y luego recorrió los pasillos adyacentes y los jardines buscando huellas, fibras o cualquier elemento que pudiera haber dejado el asesino en su fugaz estada en Caltech. Ayudado por la gente del laboratorio de criminología, observó el cuerpo de Terri y notó las marcas en el cuello que indicaban que habían tratado de estrangularlo. Pero se debía determinar si ésta era la causa de muerte o el cuchillo en su espalda, y ésa era tarea para el médico forense. Se había enterado del crimen de Ben Koreg en camino a Caltech. California tenía una diferencia horaria de tres horas con respecto a la costa Este, por lo cual, en el momento en que encontraron el cadáver de Terri, la muerte de Ben ya ocupaba los titulares de las principales cadenas de noticias y de los periódicos.
Al llegar a Caltech, advirtió que había dos agentes que se identificaron como NSA (National Security Agency) y se preguntaba porqué diablos estarían interesándose en la muerte de este científico. No tardó mucho en averiguarlo. Su jefe del FBI también se encontraba en el lugar. Lo llevó a una oficina lindante, cerró la puerta y le dijo que debían tratar el asunto con la mayor discreción y eficiencia. Debía colaborar con la gente de la NSA porque los crímenes estaban relacionados con la Seguridad Nacional y por eso sus agentes se encontraban ahí. También le informó que la gente de la NSA vigilaba a Terri y a Koreg desde hacía varios meses ya que sus trabajos eran sumamente importantes para el gobierno. También sabían que existía otro grupo de tareas que seguía los pasos de los científicos, pero no habían logrado identificarlos. Muy hábiles, borraban sus huellas y permanecían ocultos. Se pensaba que tal vez fueran agentes de algún gobierno extranjero, pero ningún país admitió haber organizado este seguimiento; cabía entonces la posibilidad de que estos hombres respondieran a otros intereses por ahora no muy claros.
Abandonó Caltech luego de varias horas de recolectar datos, hablar con los empleados y colegas de Terri e interesarse en el proyecto de investigación que éste lideraba. Así supo que su socio principal era Ignacio Horton. Su primer reflejo fue tratar de comunicarse inmediatamente con Ignacio para advertirle que probablemente se encontrara en peligro. Pero Ignacio había partido al espacio desde Europa con destino a la estación espacial unas pocas horas atrás. Aliviado, pensó que por lo menos, en la estación estaría seguro unos días hasta que la investigación estuviera más encaminada y conocieran un poco más lo que significaban estos asesinatos y quienes estaban detrás. Salvo que los tentáculos de esta organización asesina alcanzaran la estación espacial, pero esto era altamente improbable. Concluyó que, por el momento, la seguridad de Ignacio no debería ser una preocupación.
Le pareció apasionante el tema de la investigación que estos genios científicos llevaban a cabo. Se preguntó quién podría querer detener o perjudicar el progreso tecnológico y científico que significaba. No le costó mucho darse cuenta de que muchos fanáticos religiosos podrían considerar el proyecto como una intrusión del hombre en los secretos de Dios. La idea se le metió en la cabeza desde el principio.
Una de las pocas cosas que se llevó de Caltech fueron las cintas de video de las cámaras de las áreas adonde Terri había trabajado esa noche. Si bien no era probable que el asesino mostrara su rostro tan cándidamente, tenía la esperanza de encontrar algo que los orientara en alguna dirección. Mantuvo una larga conversación con John Carey, el otro agente del FBI que se ocupaba de la investigación de la muerte de Ben Koreg en Washington. Los dos sabían que debían colaborar estrechamente si querían progresar con rapidez. Pero ambos eran escépticos en cuanto a lograr una pronta resolución de los asesinatos. Los delincuentes eran profesionales, altamente entrenados, tal vez ex espías y no sería fácil averiguar quiénes eran y, menos aún, atraparlos. Probablemente, ya estuvieran fuera del país o en camino hacía algún lugar seguro planeado con antelación.
Thomas y John acordaron juntar evidencias durante un par de días y luego reunirse en Washington, DC para discutir los datos, planear la estrategia, colaborar con la NSA y conducir investigaciones paralelas.
Thomas volvió a su casa muy tarde esa noche, cansado, perturbado por los acontecimientos del día. Anticipaba una conspiración macabra detrás de estos asesinatos y sospechaba que éstos eran la punta de un largo ovillo o, por lo menos, un ovillo muy pesado. Le llamaba la atención la posición de ambos cuerpos, la escena cuidadosamente fabricada para enviar un mensaje y el mensaje era claro: no avanzarás en esta investigación, pues éste no es territorio para el Hombre. Al que cruzara esa línea le esperaba la muerte y una muerte con sufrimiento, una muerte con purgación, una muerte como consecuencia del sacrilegio.
En su análisis preliminar, no evaluaba que las muertes fueran obra de algún gobierno extranjero, no veía el rédito de semejante operativo. Tampoco parecía un acto de terrorismo, ni una acción digna de los típicos ultra radicales americanos del estilo de Timothy Mc Veigh, juzgado y ejecutado por la voladura del edificio gubernamental en Oklahoma City en 1995, ni de fundamentalistas islámicos que no operaban de esa manera ni lograban así ningún objetivo reconocido hasta ahora. Obviamente, los homicidios estaban relacionados, la posibilidad de que se tratara de dos hechos aislados perpetrados por dos locos que no tuvieran un objetivo común era muy remota. Pero entonces, ¿quién? Extenuado con toda la actividad y el estrés emocional de ese día, se quedó dormido con ese interrogante retumbando en su cabeza.
La autopsia del profesor Terri Wooley no reveló ningún dato adicional, la causa de muerte fue la hemorragia interna por perforación de la aorta. Entre los indicios que se habían recobrado del laboratorio le llamaban la atención los restos de un disco partido en varios pedazos. Se preguntaba porqué y por quién había sido destruido de tal manera; parecía poco probable que ocurriera casualmente en el transcurso de la lucha, parecía haber sido destruido intencionalmente por la víctima o el asesino. Más tarde, se verificó que las huellas digitales en los restos del disco eran de Terri y los pequeños fragmentos hallados en su mano eran pruebas irrefutables de que él lo había destruido. Debería contener algo muy importante para que este hombre al borde de la muerte se preocupara de que no cayera en otras manos. Le remitió los restos a uno de los expertos en informática del FBI para ver si se podía recuperar algo de lo que contenía. Pudieron rescatar algunos datos, pero no todo el contenido completo. Por lo que pudieron observar de estos datos parciales, se trataba de fórmulas y ecuaciones matemáticas muy complejas y un código de software muy sofisticado, pero ninguno de los técnicos del FBI pudo darle un significado concreto. Le dijeron que la mejor opción sería hacerlo analizar por algún científico que trabajara en el proyecto con Terri. Thomas pensó en Ignacio, pero su ayuda debería esperar unos días, por lo cual se resignó a postergar esa parte de la investigación por el momento, aun sabiendo que era, probablemente, una pieza importante, sino clave para resolver el asesinato del científico.
La observación de los videos de las cámaras de seguridad de Caltech le llevaría mucho tiempo. Decidió entonces pedir a un asistente del Bureau que se hiciera cargo de revisarlos cuidadosamente y resumirle los hallazgos importantes. No le trajo grandes resultados, pero le mostró una de las escenas de la lucha donde podía verse el reloj que usaba el asesino. Era un reloj común y corriente, pero el asistente pensó que tal vez sirviera de algo. Thomas le dijo que esa pista no le serviría de nada. Pero en las mismas escenas donde se veía el reloj, observó algo más que le llamó la atención. El brazo del asesino parecía tener alguna mancha cerca del codo, algo pequeño, casi imperceptible. Thomas pidió ampliar esa zona y, a medida que la ampliaban más y más, comenzó a distinguirse con claridad lo que era esa mancha: un tatuaje. Era la pista más prometedora que pudo sacar de la filmación de la lucha entre víctima y asesino. Era muy relevante como hallazgo ya que el rostro del asesino permanecía oculto por un pasamontañas, por lo cual ese marca en su piel era la única pista cierta para intentar una identificación. Tomó la decisión de dar cabida a la gente de la CIA o la NSA para que ayudaran con la identificación de este hombre a través de su extraño tatuaje. Si era un agente de inteligencia de algún país, amigo o enemigo, estas agencias seguramente tendrían mejor información que el FBI para rastrear su identidad. Por otro lado, no dejaría de ser un gesto de buena voluntad que ayudaría a mantener las buenas relaciones con las dos agencias y que serviría para ponerlos al tanto de las novedades de la investigación. Llamó a uno de los agentes de la NSA y se reunió con él esa misma tarde en un edificio del centro de Pasadena. Tal como lo había previsto, las computadoras de la NSA no tardaron en localizar ese tatuaje: lo tenían algunos agentes de la ex policía secreta rumana que estuvo bajo las órdenes del dictador Nicolae Ceauşescu, que fuera depuesto por sus conciudadanos y ejecutado por un tribunal militar junto a su esposa por los crímenes de genocidio y enriquecimiento ilícito. Habían determinado que cuatro de estos agentes se habían hecho ese tatuaje; como dos de ellos ya habían muerto, quedaron dos hombres por investigar. Sobre la base de otros datos que se extrajeron de la filmación como la estatura del asesino, su contextura física y el color de la piel, dedujeron la identidad sin demasiado problema. Del cruce de datos surgió que este hombre había estado trabajando con un ex colega de la policía secreta búlgara, ahora disuelta. Lo difícil sería localizar al hombre en cuestión ya que estos ex agentes se mueven con pasaportes falsos y nunca se quedan mucho tiempo en un lugar. De cualquier manera, tenía la esperanza de localizar a este individuo, pero la velocidad de acción era crucial.
Pidió nuevamente ayuda a la gente de la NSA para esta tarea y se pusieron a trabajar en ello inmediatamente. Lo primero que hicieron fue revisar los videos de seguridad de varios aeropuertos de California, de los estados circundantes y de los pasos a Méjico. Efectivamente, a través de las pericias se identificó a Andre Parisi como el asesino de Terri Wooley. Se detectó que cruzó en auto en la frontera de San Diego hacia Tijuana y las autoridades mejicanas confirmaron que luego partió rumbo a Francia desde el aeropuerto de Guadalajara. Otro individuo viajaba con él, según pudieron ver en los videos de los autos que cruzaban a Méjico. Lo identificaron como Conrad Alimi, otro asesino a sueldo conectado con los búlgaros.
Alertaron a la Interpol en Francia y después a toda Europa para no perder la pista de los mal vivientes y atraparlos. Sin embargo, se imponía que una vez localizados, era conveniente seguirlos un par de días para verificar si se encontraban con algún otro integrante de la banda que tuviera algo que ver con el asesinato.
Tres días después, en el pequeño pueblo turístico de Jurmala, sobre la costa del mar Báltico y a pocos kilómetros de Riga, la ciudad capital de Latvia, Conrad estaba sentado en un café en la calle, haciendo tiempo. La calle era muy ruidosa, llena de turistas y de pequeños negocios de artesanías locales y de pintorescos bares y restaurantes. Se había hospedado en una posada cercana y su compañero, Andre, en otro hotel cercano. Sabían que los estaban rastreando con todo el poder de las agencias de inteligencia americanas y la cooperación del espionaje de los países aliados; ambos no descartaban la probabilidad de que ya los hubieran localizado. El viaje desde Estados Unidos había sido tortuoso, largo y con varias escalas para despistar todo seguimiento y aumentar las posibilidades de escabullirse. Pero ahora, su misión ya cumplida, debían planear la mejor forma de desaparecer por un tiempo y disfrutar del dinero ganado. La reunión con el búlgaro, jefe de la operación, marcaba la fase final: les entregaría el resto del dinero aún por cobrar.
Andre llegó unos minutos después y se sentó a la mesa de Conrad, visiblemente distendido.

En un departamento vecino, con vista al café adonde se habían encontrado Andre y Conrad, observaban desde la ventana Alfredo y el Somalí, quienes de la misma forma subrepticia habían abandonado los Estados Unidos y habían llegado a Latvia, aunque por diferentes caminos.
“¿Cómo te fue con Giovanni y su partner?”, le preguntó Alfredo al Somalí. Alfredo le habia encomendado que los liquidara lo antes posible.
“Giovanni fue algo más difícil porque se dio cuenta de mi presencia un segundo antes de lo debido y tuvimos una breve lucha. Su compañero fue realmente fácil, estaba dormido y la única diferencia para él con una noche común es que de este sueño no despertará.”
Alfredo le ofreció un café, el Somalí lo tomó de un sorbo y luego revisaron su plan de huida. “¿Tienes al auto listo?”
“Sí, claro, estacionado a unas pocas cuadras de aquí, en el lugar acordado”, le respondió el Somalí. “¿Cuándo recibo el resto del dinero?”
“Está ahí, en esa maleta sobre el sillón”, le respondió señalando un maletín negro. Al lado del maletín, se encontraba el cadáver de una mujer de unos setenta años que había habitado ese departamento hasta hacía media hora. Alfredo había golpeado su puerta haciéndose pasar por un posible inquilino de los cuartos que ella ofrecía en alquiler y, cuando la mujer le había abierto, la había desmayado de un fuerte golpe en la cabeza y después, la había estrangulado. La había arrastrado hasta el sillón y, con su prolijidad habitual, la había acomodado al lado del maletín.
La vista desde la ventana era excelente, ideal para asegurar el éxito del dúo asesino. A pesar de encontrarse a más de setenta metros del bar, la visión era perfecta y con los dos rifles de francotirador que estaba ensamblando el Somalí, no habría problemas. Debían matar a los tres socios que se encontrarían en el bar, El Búlgaro, Conrad y Andre; estaba claro que uno de ellos debía disparar dos veces. No sería fácil ya que las personas en cuestión eran profesionales y en cuanto uno o dos cayeran, el restante tardaría unas centésimas de segundo en reaccionar y ponerse a cubierto. Dado que Alfredo era el mejor tirador, él sería el encargado de jalar dos veces del gatillo. De cualquier manera, habían preparado un trípode para para poder mover su arma rápidamente sin perder precisión.
Mientras tanto, en el bar, Conrad y Andre charlaban animadamente. Hacían planes sobre las largas y prósperas vacaciones que los esperaban. Ambos eran mujeriegos incorregibles y ya habían elegido sus refugios. Andre tenía pensado operarse y cambiarse el rostro, como primera medida ya se había teñido el pelo el día anterior. Pensaba pasar unos días en Niza ya que también le gustaba el juego y luego pasar una temporada en las costas españolas del Mediterráneo. Conrad, en cambio, se iría a Australia adonde tenía una novia que lo esperaba en la ciudad de Brisbane, sin contar con algunas amigas en Sydney. Se impacientaron un tanto ya que el Búlgaro se estaba retrasando y ellos querían terminar con el asunto y emprender la fuga lo antes posible. Finalmente, vieron aparecer al Búlgaro con una mochila azul que colgaba de su hombro derecho.
“¿Qué tal, amigos? Disculpen la demora”, dijo el Búlgaro en tono relajado.
“Acabemos con esto de una vez”, le dijo Conrad, quien ahora lucía impaciente y nervioso.
“Sí, claro, acá tienen lo prometido”, le contestó el Búlgaro acercándole la mochila que había dejado apoyada sobre el piso.
Conrad comenzó a agacharse para abrirla y verificar el contenido, pero nunca llego a verlo, cayó muerto instantáneamente con un balazo en la sien. Al mismo tiempo, caía el Búlgaro. Su cabeza quedó apoyada sobre la mesa, un hilo de sangre brotando de su nuca y cayendo por su cuello. Fue una décima de segundo, pero cuando Andre se percató de la situación, su destino ya estaba sellado, una bala le perforó el cráneo en el medio de los ojos.
En el departamento, Alfredo y el Somalí recogían las cosas rápidamente. El Somalí comenzó a sentirse mareado y a bambolearse como un borracho. Sólo le tomó un segundo darse cuenta de que había sido drogado o, tal vez, envenenado, pero ya era tarde. Alcanzó a murmurar, “Ese café…”.
“Maldición, Alfredo, no debías haber hecho esto”, le gritó a su compañero y verdugo mientras se desplomaba.
“Lo lamento, mi amigo, son órdenes, ningún cabo suelto”, respondió fríamente Alfredo.
“Bueno, pero has firmado tu propia sentencia de muerte,” le dijo en tono agónico el Somalí. “Si yo no hago un llamado telefónico mañana antes de las quince horas, varias cartas con la descripción de todo lo que hemos hecho en los últimos meses hasta este preciso minuto, serán enviadas a distintos periódicos y a varias agencias de inteligencia de distintos países.”
“Maldito, dime el numero, maldito”, respondió Alfredo con desesperación.
“Te diría que ya empieces a correr, pero tú sabes que ni haciendo un agujero de dos kilómetros de profundidad y escondiéndote en él podrás huir de todos los que te estarán persiguiendo. Ni todo el dinero en el mundo podrá comprar tu libertad y, menos, tu vida”.
“Habla ya, dímelo”, exclamó Alfredo, tomando al Somalí del cuello y amenazando con estrangularlo.
“Creo que los más peligrosos serán tus empleadores, quienquiera que ellos sean. Ya deben tener un equipo tras de ti”, fueron las últimas palabras del Somalí. Respiró unos segundos más y luego se desvaneció sin vida.
A lo lejos se escuchaban las sirenas de ambulancias y la policía convergiendo en el bar adonde yacían los tres hombres muertos.
Alfredo limpió el departamento prolijamente, tomó el maletín del sofá, puso las armas en un bolso y salió presuroso.
Estaba en problemas.




CAPITULO 15
TEORIAS Y SUPERCUERDAS

“Lo malo de buscar es que
se corre el peligro de encontrar”.
IKER PEREZ MENCHERO


Thomas Gleason respiró profundamente, el caso había cobrado dimensiones inimaginables y seguía complicándose minuto a minuto. Los asesinatos de Latvia habían causado una profunda conmoción en todos los hombres que participaban de la investigación. Lo que había comenzado como el caso de dos científicos brutalmente asesinados por mercenarios altamente entrenados, se había transformado en una intriga internacional de proporciones que no sabían bien adonde los conduciría. La única pista que tenían sobre el paradero de Alfredo era una cámara de video de un aeropuerto ruso que lo había filmado ingresando a la ciudad de Moscú hacía menos de 48 horas. Pero sabía que a esta altura ya podría estar en cualquier punto del planeta. Lo intrigaba su paso por Rusia, aunque sospechaba que se relacionaba con un cambio de fisonomía que facilitara su huida. El FBI tenía conocimiento de que existían en Moscú varios cirujanos plásticos que hacían trabajos para la mafia rusa y, seguramente, Alfredo intentaría tratarse con alguno de ellos.
En los últimos días se había interiorizado extensamente de las investigaciones que estaban llevando a cabo Terri Wooley y Ben Koreg. El tema era atrapante. Thomas no era experto en el tema ni mucho menos, pero siempre había tenido un interés especial en las ciencias en general y, en particular, con todo lo que estuviera relacionado con la astronomía. Durante sus años en la universidad, se había convertido en un ávido lector de artículos sobre el cosmos y también sobre la ecología y los cambios climáticos del planeta. Estaba convencido de que las predicciones de los científicos eran correctas respecto del calentamiento del planeta. En realidad, ya nadie dudaba de que el efecto invernadero estuviera produciendo un aumento en las temperaturas de la tierra; las diferencias se centraban mayormente en cuán profundo y rápido sería el cambio. Y estas diferencias dependían de cuál modelo de simulación por computadora uno creyera más acertado. Algunos sostenían que el período de calentamiento que se hacía evidente a fines del siglo XX y principios del XXI no era más que una variación climática de las miles que había sufrido la Tierra desde su formación cuatro mil quinientos millones de años atrás. Otros argumentaban que el calentamiento y sus consecuencias más importantes se harían evidentes hacia el año 2050 y no antes. Y algunos argüían que los cambios que ya se experimentaban eran parte del proceso ya iniciado y que detenerlo o aminorarlo requería cambios sustanciales urgentes en varios órdenes.
Thomas quedó altamente impresionado por un video del tipo documental que había visto allá por los años noventa, del célebre científico y periodista británico James Burke (5). En ese video, Burke contaba la historia climática del planeta prácticamente desde su inicio hasta nuestros días en un escenario de realidad virtual donde relataba la historia como se la estaría viviendo en el año 2050. El concepto se podía resumir en: “Cómo la actividad del hombre y la tecnología comenzó a cambiar el clima del planeta en lugar de lo contrario”. Describía como en el pasado, la flora, la fauna y los propios seres humanos habían sido actores pasivos reaccionando frente a las vicisitudes del clima y se adaptaban a él, ya sea durante los períodos de las glaciaciones o durante los períodos de mayor temperatura o de erupciones volcánicas. Así, durante períodos en los cuales el nivel del mar estaba mucho más bajo que su nivel actual, el hombre había emigrado de continente en continente aprovechando los pasos naturales de Rusia a Alaska por el estrecho de Bering convertido en pradera, o de Indonesia hacia Australia por el golfo de Carpenteria.
Burke describía el funcionamiento del clima en la tierra y como éste dependía fundamentalmente de la posición de la tierra con respecto al sol. Cada cien mil años la cercanía con el Sol cambia, la tierra se aleja porque cambia su órbita, y cada cuarenta y un mil años se inclina hacia un lado y hacia otro. Cuando la orbita de la Tierra la aleja del sol y cuando está más inclinada, lo cual sucede cada doscientos mil años, hay una edad de hielo. El efecto invernadero maneja el planeta entre las edades de hielo actuando como un termostato. Su funcionamiento está controlado por gases en la atmósfera como el dióxido de carbono que impiden que el calor del sol abandone la tierra hacia el espacio. Cuanto más dióxido de carbono existe en la atmósfera, más se calienta la tierra; con menor cantidad de gas, se enfría. La cantidad de gas en la atmósfera depende de cientos de billones de pequeñas plantas flotando en la superficie de los océanos. Cuantas más plantas hay, más dióxido de carbono toman de la atmósfera, la concentración del gas disminuye y eso enfría el planeta. Con el planeta más frío, crece menos fitoplancton en el océano y la concentración de dióxido de carbono aumenta y con ello la temperatura del planeta, lo que favorece el crecimiento nuevamente y así continúan los ciclos. Este “termostato” mantiene la temperatura del planeta entre las épocas glaciares con una fluctuación de ocho grados centígrados.
Pero en el siglo XIX y XX, la acumulación de dióxido de carbono aumentó exponencialmente a causa de las actividades del hombre.
Uno de los cambios climáticos del pasado, alrededor de 3000 AC, generó un aumento de las temperaturas que convirtió en tierras áridas a muchas regiones que estaban prosperando con la agricultura: sus consecuencias fueron desastrosas para esas poblaciones. En Egipto, por ejemplo, el país se convirtió en un gran desierto excepto en las áreas donde las crecientes anuales del Nilo dejaban tierras fértiles para vivir. Esto los llevó a desarrollar la manera de almacenar cada gota de agua posible para las épocas de sequía. Así surgió la civilización que, en realidad, consistió en saber cómo administrar el agua. Si podían organizar el suministro de agua, se podía emprender cualquier proyecto de supervivencia. Se necesitaba de las matemáticas para diseñar la red de irrigación, ingeniería para el proyecto, ladrillos para construirla, geometría para medir volúmenes de reservorio, metalogia para producir las herramientas, calendario para saber las fechas de las inundaciones correctamente, gerenciamiento para manejar el proyecto, recolectores de impuestos para recolectar las ganancias y una burocracia estatal para gastarlas.
Uno de los conceptos que más había impresionado a Thomas era el de la influencia de la corriente del Golfo en el clima global. En esencia el concepto es el siguiente: el clima templado del hemisferio norte depende, en gran medida, de la salinidad del Atlántico Norte. Cuanto más salada es el agua, más pesada, y su peso hace que caiga al fondo del océano, cinco mil millones de galones de agua por segundo, provocando un vacío en la superficie que atrae más agua, generando la corriente cálida que parte desde el golfo de Méjico hacia el Atlántico Norte y lleva calor hacia Europa.
Si el agua se diluyera, por ejemplo, por un derretimiento de agua dulce de los polos que podría ser causada por un aumento de la temperatura planetaria, el agua sería menos salina, como consecuencia menos pesada y, por ende, caería menor cantidad de agua hacia el fondo del océano. Esto disminuiría o haría desaparecer totalmente la corriente del Golfo generando temperaturas gélidas en toda Europa.
Todos estos conceptos comenzaron a generar una conciencia ecológica en Thomas que encontraba cada día más fundamento. Su propia experiencia le demostraba que en los hechos el cambio del clima era palpable. Oriundo de Massachussets, donde los inviernos solían ser muy duros y con mucha nieve, ahora había sólo dos o tres nevadas grandes, pero el resto del invierno era generalmente benigno. Estaba convencido de que el hombre debía realizar cambios radicales en la forma de consumir energía, de deshacerse de sus desperdicios, de organizar la utilización del agua, en fin, de vivir, si quería evitar sufrir las consecuencias adversas del cambio climático por él mismo generado. Y pensaba que el cambio podía y debía comenzar con cada individuo, propagarse de uno a otro y generar el liderazgo necesario para llevarlo a cabo. En forma gradual, se convirtió en un fanático conservador de energía en su casa, aprovechando las últimas tecnologías para ese fin. Tenía instalados en su casa un generador eólico y paneles solares, usaba un automóvil con motor a hidrógeno, hacia reciclado de todo tipo de productos, y daba su apoyo decidido a cada proyecto que considerara importante en ese sentido. Hubo otra derivación inesperada: estos conceptos habían generado en él un interés especial por la ciencia.
Al repasar los detalles del caso del Dr. Wooley, comenzó a familiarizarse y revisar las investigaciones que éste estaba llevando a cabo. Consideraba que eran fundamentales para la investigación de su asesinato. Gleason se puso al tanto de los últimos adelantos ocurridos en el campo de la cosmología y con los progresos que el Dr. Wooley y Ben Koreg realizaban. Leyó desde Einstein hasta los cosmólogos modernos y repasó sus teorías. La teoría cuántica y el Gran Estallido, entre otras. Los científicos perseguían la ecuación unificadora, la teoría unificadora, aquel concepto o idea que explicara todo el universo. Esa búsqueda que había comenzado en 1665, según decía una de las leyendas más famosas de la ciencia, con el accidente de Newton y su manzana. En una audaz teoría para la época, Newton propuso que la fuerza que hacía caer las manzanas a la tierra y que mantenía los planetas en sus órbitas era la misma, y la llamó la Fuerza de Gravedad. Sus ecuaciones describiendo la gravedad son tan precisas que, de hecho, se siguen usando hasta el día de hoy, por ejemplo, para trazar el recorrido de un cohete en dirección a la Luna. Siglos más tarde, Einstein, y su descubrimiento de que la velocidad de la luz es el límite de velocidad de todo en el universo y que nada la puede superar. Este hallazgo entraba en conflicto directo con la teoría de la gravedad de Newton.
Para entender el conflicto, debemos idear un experimento, una situación imaginaria. En ella, el sol desaparecería instantáneamente. Según Newton, con la desaparición del sol, los planetas perderían inmediatamente sus órbitas y volarían hacia el espacio, ya que pensaba que la gravedad era una fuerza que actuaba en forma instantánea y a cualquier distancia. Einstein vio un gran problema con este escenario, principalmente, por los hallazgos en sus trabajos con la luz. Sabía que la luz no viaja instantáneamente. La luz del sol tarda ocho minutos en recorrer los cien millones de millas que la separan de la tierra; como había demostrado que nada en el universo, ni siquiera la gravedad, viaja a mayor velocidad que la luz, no podía ser que la tierra saliera de su órbita antes de que los humanos en la tierra observaran la oscuridad total por la desaparición del sol. Newton estaba equivocado. La solución de Einstein a este conflicto es lo que dio origen a la Teoría General de la Relatividad.
Pero, si bien la relatividad funciona bien para explicar el cosmos, desde la órbita de los planetas, la evolución de las estrellas y las galaxias, los agujeros negros, el Gran Estallido y otros enigmas, no tiene aplicación para explicar el microcosmos y no engloba la mecánica quántica que describe las interacciones de las partículas atómicas y subatómicas.
Por otro lado, la teoría cuántica que funciona tan bien a nivel micromolecular y de partículas elementales, no tiene en cuenta el papel de la gravedad en estas interacciones, es decir, que su modelo se aplica bien cuando pretendemos que la gravedad no existe. La gravedad a estos niveles es una fuerza infinitamente débil comparada con las otras, pero su valor no es cero y debe ser tenida en cuenta. Se desprende entonces que hay una discrepancia entre ambas teorías; cada una explica una parte de los enigmas, pero las dos juntas aparecen como contradictorias. Sabemos que esto no puede ser así ya que el universo funciona a todo nivel, tanto macro como micro, y algún proceso unificador debe existir para que esto suceda.
La teoría de las cuerdas es la que supuestamente cierra estas diferencias. Esta teoría de las supercuerdas era la que más intrigaba a Thomas, más que nada por sus consecuencias, pero no estaba seguro de poder comprender enteramente los conceptos que la describían. Hablaba de once dimensiones y de universos paralelos. Su idea básica sostenía que toda la materia en el universo, desde los componentes más pequeños de los átomos hasta las estrellas más lejanas, estaba hecha de un solo componente: haces vibratorios de energía inimaginablemente pequeños llamados cuerdas. Estas cuerdas vibran de distintas maneras, constituyendo todo el universo conocido. Los quarks, las partículas que forman los protones y neutrones en el núcleo de los átomos son, en realidad, pequeñas cuerdas circulares o con dos puntas. De la misma forma que las cuerdas de un violín vibran a distintas frecuencias para producir las distintas notas musicales, las cuerdas vibran de distinta forma y frecuencia para producir las distintas partículas de la naturaleza. También predecía otras dimensiones y universos paralelos viviendo al lado del nuestro. El atractivo de la teoría es que podría explicar todo el funcionamiento del cosmos, desde las partículas subatómicas hasta las galaxias más complejas.
Éste era su potencial más interesante. Pero en los años 80 había cinco diferentes teorías de cuerdas, con distintos detalles matemáticos. Hasta que en el año 1995, Edward Witten sacudió al mundo de la física unificando todas estas distintas teorías en la Teoría M y explicando que, en realidad, estas cinco teorías eran cinco maneras distintas de mirar el mismo problema. Las once dimensiones incluían las tres del espacio y una del tiempo y seis dimensiones extra enroscadas en forma tan apretada que son completamente invisibles. Y se hablaba de estas dimensiones porque están predichas por las ecuaciones de la teoría de las cuerdas.
Los científicos tenían la esperanza de poder confirmar estas teorías experimentalmente a través de la observación del “escape” de un Gravitron, una unidad de gravedad, a otra dimensión. Pensaban que este fenómeno podría llegar a visualizarse en un acelerador de partículas y, con ello, obtener evidencia indirecta de la teoría de las cuerdas.
A Thomas le resultaba difícil imaginar o comprender estas teorías pero no dejaba de sentir una fuerte atracción intelectual por sus conceptos.
Entre la ciencia y su trabajo en la investigación de los asesinatos habían transcurrido los últimos días. El Bureau había recibido una carta de un agente de origen somalí que describía toda la operación de seguimiento y posterior asesinato de los científicos y de los otros miembros de la banda criminal. La carta tambien revelaba que sólo uno quedaba vivo y que era el que poseía el dato y los nexos con los autores intelectuales de tales actos. El sobreviviente era conocido en los círculos de espionaje y su reputación era tenebrosa. La misión de Thomas consistía en atraparlo si quería develar el misterio de los crímenes y quiénes estaban detrás de ellos.
Alfredo había abandonado Latvia con facilidad y, luego de su breve estada en Rusia, se encontraba ahora en una diminuta isla del sur de Brasil. Su paso por Moscú se debía, efectivamente, a su consulta con un cirujano plástico quien le dio algunas sugerencias para cambiar radicalmente su aspecto físico, por lo menos su rostro. Alfredo había optado por algunos cambios menores que sabía importantes para despistar a los sistemas de reconocimiento facial instalados en la mayoría de los aeropuertos de todo el mundo. Una cirugía mayor requeriría varias semanas de post-operatorio y, por ahora, no tenía tiempo para permanecer por un lapso largo en un determinado lugar. Pensaba hacerlo, pero en un futuro cercano, cuando se apaciguaran un poco las aguas. Por ahora, con esos cambios menores en el rostro y usando aeropuertos secundarios menos vigilados, sabía que podría huir sin ser rastreado. Su itinerario también incluyó varios pasajes en barco y en aviones particulares. El camino hacia Brasil había sido largo y a través de rutas muy alocadas: había pasado por Hong Kong, Indonesia, Egipto, Bolivia, Sudáfrica, el sur argentino. Finalmente, llegó a Brasil a bordo de un velero comprado en Buenos Aires en forma muy discreta. Para ello se había puesto en contacto con un amigo suyo que vivía en Nueva York y que contaba con muchos amigos en la Argentina. Este amigo era un lord de la heroína que quería retirarse del negocio, ya harto de la persecución de las autoridades, del FBI y de las guerras entre mafiosos por el control del negocio. Su plan consistía en adquirir un velero en Argentina y de ahí recorrer las costas de Sudamérica y del resto del planeta en una huida sin fin. Alfredo había “robado” el plan de su amigo y tenía pensado llevarlo a cabo. Pero las dudas lo acosaban. Si bien estaba entrenado para huir y sobrevivir donde fuera y como fuera, sabía que en algún momento se le acabaría el camino. En el mundo de hoy era harto difícil escabullirse y desaparecer, todo estaba muy vigilado, los servicios de seguridad y la policía contaban con muchos medios y tecnología, aplicada principalmente para la lucha antiterrorista. No podría huir indefinidamente de la CIA, la NSA, el FBI, Scotland Yard y además, ahora se había agregado el Triángulo. Él era un cabo suelto y se lo ataría como fuera. El tema ocupó sus pensamientos durante algunos días, pero no disponía de mucho tiempo y llegó a la conclusión de que tenía tres opciones. Siempre metódico, las analizó y ordenó en su mente; opción A: seguir huyendo toda su vida hasta que se acabara su suerte o muriera, depende de lo que ocurriera primero; opción B: suicidarse; opción C: entregarse. A medida que pasaban los días y las semanas, su paranoia iba creciendo y sus fuerzas se agotaban, sobre todo su mente le jugaba malas pasadas, ya que físicamente estaba en gran forma. Llegó a la conclusión, después de muchas idas y venidas, de que la opción C era la más conveniente. Era indispensable negociar un buen arreglo, pero no estaba seguro de las concesiones que estarían dispuestos a otorgar los fiscales americanos si les entregaba la información que tenía. Pero sí sabía qué era lo que él necesitaba: evitar la prisión e ingresar a un programa de protección de testigos. Era consciente de que si era juzgado podrían condenarlo a la pena de muerte, pero confiaba en que la sed de información de la justicia de los Estados Unidos fuera más fuerte. Planeó todo detalladamente y sólo esperó el momento adecuado para contactar al agente Thomas Gleason del FBI. Había estudiado cuidadosamente cada agente que lo perseguía y había concluido que Gleason ofrecía la mejor garantía para su seguridad.
Thomas recibió el llamado de Alfredo aquella tarde en su celular. Si el tal Alfredo era quien decía ser, su trabajo en la investigación habría prácticamente concluido. Sólo debía arreglar los detalles del encuentro, la entrega a las autoridades del criminal y el interrogatorio donde se darían a conocer los responsables intelectuales de semejante conspiración y las atrocidades que se habían cometido.
Luego los fiscales se encargarían del resto, junto con el abogado de Alfredo que, seguramente, ya estaría bien asesorado en ese sentido. El asunto pasaría a la justicia y Thomas sería asignado a un nuevo caso.
Así sucedió. Thomas se encontró con Alfredo en un pueblito de Madagascar y lo condujo de vuelta a los Estados Unidos donde dirigió personalmente los interrogatorios de Alfredo. Quedó perturbado con la revelación del Triángulo y quien lo dirigía. Por muy inaudito que fuera, después de haber trabajado varios años en el FBI, a Thomas ya nada le asombraba, había visto de todo. Sólo esperaba que no hubieran interferencias diplomáticas, de manera que los responsable pagaran por sus crímenes y, por sobre todas las cosas, porque esos crímenes habían sido cometidos en nombre de Dios. Lo que Thomas había dejado bien claro antes de cerrar el caso es que debían asegurarse de que el Triángulo no continuara operando impunemente, ya que Ignacio Horton podía ser un blanco apetecible, como así también otros científicos que trabajaban en investigaciones similares. Estaba decidido a llevar a cabo cualquier acción que garantizara que nadie más muriera en aras del controvertido proyecto.
Su tarea había terminado, ahora el caso estaba en manos de la Justicia. Pero para Gleason, no estaba dicha la última palabra.
A miles de kilómetros, en un pueblito italiano situado cerca de Roma, los integrantes del Triángulo estaban reunidos evaluando las consecuencias del arresto de Alfredo. Nadie ignoraba que el panorama era sombrío, que el futuro sólo podía traerles un desastre tras otro. Sabían que Alfredo era un mercenario que sólo se preocuparía por salvar su pellejo, por lo cual la suerte del Triángulo estaba prácticamente echada. El grupo debía disolverse y esperar los acontecimientos. Quedaba la opción de que alguien se “ocupara” de Alfredo, pero las posibilidades de que esto fuera posible eran muy bajas. Alfredo estaría muy bien custodiado y rápidamente le ofrecerían un arreglo para que confesara y les diera los nombres de todos los conspiradores. En ese sentido, el único vulnerable era el Cardenal Rudiano, ya que sólo él había tratado con Alfredo. El resto de los integrantes se había mantenido en el anonimato. Esto significaba también que la revelación de los nombres de los conspiradores quedaría totalmente librado a la discreción de Rudiano si éste era citado por la justicia. Siempre quedaba la opción de negar todo y hacer aparecer a Alfredo como un loco asesino, o a Rudiano, llegado el caso, como un fanático doctrinario dispuesto a todo para imponer sus creencias.
Rudiano se encargó de tranquilizar al grupo y dispuso que, a partir de ese momento, se suspendieran las reuniones. No tenía sentido pues ya carecían de objetivos concretos. Habían quedado algunos cabos sueltos en el operativo de monitorear a los investigadores que participaban en los proyectos de investigación de origen del universo; los asesinatos habían descabezado los grupos más avanzados, pero todavía quedaban varios científicos capaces de avanzar los estudios, sobre todo el Dr. Horton. Pero con las aguas revueltas como estaban no era seguro seguir operando. El tiempo les diría como seguir con el operativo o si debían cancelarlo definitivamente.
Los integrantes del Triángulo votaron y decidieron, con realismo, suspender las sesiones indefinidamente y sólo volver a reunirse ante alguna situación de emergencia. En última instancia, quedaba esperar la actuación de la justicia norteamericana.


















CAPITULO 16
SOBERBIA FINAL
“Abominación es a Dios todo altivo de corazón;
no quedará impune”.
(Pr. 16:5)


El cardenal Salvatore Rudiano era un personaje importante dentro del mundo eclesiástico. Le llevó años ascender la escalera de poder: se podría decir que ahora estaba en la cima. Manejaba los hilos del Vaticano y era un individuo por demás influyente, no sólo para la Iglesia sino también dentro de Italia. Era un conservador recalcitrante y había visto los cambios que se habían desarrollado en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II como algo muy negativo y que había que tratar de deshacer como fuera. Pero esa batalla ya la sabía perdida, la modernización encarada desde entonces no admitía marcha atrás. Pero en cuestiones de doctrina, era totalmente inflexible en sus convicciones, llegando incluso a desafiar la autoridad del Papa en varias ocasiones para expresar sus puntos de vista y evitar llevar a cabo los cambios que no eran de su agrado. Esta intransigencia, lejos de moderarse con el tiempo, por el contrario fue creciendo a medida que su poder dentro del Vaticano y del mundo católico se iba asentando. Sin embargo, el Papa lo apreciaba y era por demás tolerante con sus desplantes y con las posiciones muchas veces controvertidas de Rudiano.
Desde su más tierna infancia Rudiano no había tenido dudas. Su vocación había surgido temprano y con la firmeza de saber que en la labor sacerdotal estaba su destino. Durante sus años de seminarista se había destacado por su agudo intelecto y sus dotes naturales de liderazgo. Pero había sido su maestro predilecto, el Padre Augusto Tordelli, quien había reconocido en la personalidad de Salvatore que su fe profunda y su entrega a la misión sacerdotal iban acompañadas por un rasgo que implicaba oscuras contiendas terrenales. “Cuídate, Salvatore, del pecado de soberbia al cual tu apasionado y brillante intelecto te empuja. Ten siempre bien en claro los límites de lo que debes hacer y ejerce un control férreo sobre esa inclinación que Dios condena como el pecado que engendra muchos otros.” Muchas veces volvían a Rudiano esas palabras proféticas de su mentor, pero lo cierto es que la vorágine de la Ciudad Santa a la que había accedido varios años después de su ordenación, las había dejado en suspenso para que su alma las evocara y, con astuto subterfugio, las escondiera para moldearlas en el futuro.
Rudiano encarnaba la imagen física del prelado romano con su alta estatura, su natural elegancia se manifestaba en su voz bien modulada y el manejo suelto de sus bien formadas manos de dedos largos y finos. Su rostro ascético, su cabeza erguida y sus hombros tensos acompañaban la firme mirada de sus ojos. No quedaba ninguna duda, ese hombre fuerte y de vastos conocimientos ejercía una poderosa influencia en los ámbitos en que se desarrollaba. Durante sus primeros años de sacerdocio dejó la impresión de que las funciones menores de las que debía ocuparse en su ascenso al cardenalato le quedaban chicas, “demasiado orgulloso para las humildes labores del comienzo”, era el consenso generalizado.
Llegó a Roma a los veintinueve años desde un pequeño pueblo del norte de Italia adonde había pasado los últimos dos años al terminar su función misionera en África.
Fue amor a primera vista: su arquitectura, sus monumentos, sus catedrales, pero por sobre todas las cosas, su espíritu perenne, grandioso, universal. Se juró a sí mismo y a Dios ofrecer sacrificios y arduos trabajos para poder permanecer en ella y sentir y ayudar para que la eterna sabiduría de esta ciudad y su Iglesia alcanzara al mundo entero. Su espíritu altivo intuía que allí era donde podía servir mejor a Dios y al Vaticano.

En sus pocos momentos libres, recorría la ciudad a pie tratando de captar su energía, la idiosincrasia de su pueblo, la belleza incomparable que los siglos le habían otorgado. Descansaba poco, cuatro horas diarias de sueño le bastaban: su tiempo libre lo empleaba en sus caminatas por la ciudad, sus alrededores y el interior del Vaticano con sus tesoros artísticos. Salvatore nunca había tenido el misticismo que experimentaban algunos de sus compañeros de seminario, pero siempre había tratado de unir arte y religión. Su fe y sus aspiraciones estéticas se lo exigían.
Su cuadro favorito era Adan y Eva en el Paraíso, la famosa pintura de Wenceslao Peter que adornaba una de las paredes del Vaticano. Se pasaba horas observándolo, solo, a altas horas de la noche, cuando nadie pudiera perturbar ese momento mágico. Sentía que todo en esa escena era armonioso y perfecto, todo en su lugar, con su Dios observando y disfrutando de sus perfectas y, hasta entonces puras, creaciones. El cuadro le transmitía calma, felicidad: sólo el que lo ha observado de cerca puede comprenderlo.
El Papa Juan Pablo III, que sucedió a Benedicto XVI allá por el año 2010, había sido compañero en las misiones en pequeños pueblitos del este de África en sus años de juventud. La pobreza extrema de estas comunidades y el trabajo incansable de Salvatore para ayudarlos habían forjado lazos muy estrechos entre los dos sacerdotes que perdurarían a través del tiempo. Juan Pablo III sentía profunda admiración por este compañero que trabajaba incansablemente en pos de los objetivos trazados. Era capaz de desprenderse de lo que no tenía para ayudar a esa pobre gente y no cejaba en su afán de evangelizarlos y educarlos en la fe cristiana, como así también dotarlos de todas las armas posibles para enfrentar la dura vida que les había tocado en suerte. Lo que no había advertido el joven futuro Papa era que Rudiano no reparaba demasiado en los medios que utilizaba para lograr sus fines. Había en él una básica inescrupulosidad que ya, en esa época, se insinuaba preocupante. En ese momento su objetivo era ayudar a aquella gente desposeída y, para eso, cualquier acción le parecía admisible o justificada si era eficaz. Esta tendencia a lograr sus objetivos, aun a través de medios no siempre legítimos o moralmente aceptables, unidos a su natural soberbia, hicieron de la personalidad que adquirió Salvatore con los años, un cóctel peligroso. Esta tendencia se acentuó a medida que fue ganando posiciones de poder dentro de la Iglesia. Esencialmente, Rudiano pensaba que la doctrina de la Iglesia era una sola, con una sola interpretación posible, la suya, y no había nada ni nadie que estuviera por encima de eso. El Padre Tordelli que tan bien había evaluado a Rudiano en sus años de seminario había muerto hacía tiempo ya y para la época en que ascendió al cardenalato, su inteligencia y hábiles manipulaciones escondieron las ínfulas de su verdadera personalidad.
Había ciertas cuestiones de fe que los fieles debían aceptar tal cual la Iglesia, o mejor dicho los hombres de la Iglesia, entre los cuales él estaba, las presentaba. Y no había otra posibilidad. Esta doctrina era sagrada y debía hacerse lo necesario para preservarla de los cambios, de las interpretaciones foráneas o de la información científica o de cualquier otra índole que tuviera algún atisbo de intención de contradecirla.
Había hecho un gran aporte en las declaraciones de la Iglesia respecto al aborto. Por supuesto que Rudiano estaba firmemente en contra del aborto y no admitía ningún argumento que se opusiera, pero su opinión estaba bien fundamentada o, por lo menos, se asentaba sobre bases sólidas. Sobre sus opiniones, argumentos y publicaciones descansaba la doctrina de la Iglesia respecto al tema.
Básicamente, Rudiano sostenía que el tema del aborto se reducía simplemente a una discusión sobre la definición del comienzo de la vida, es decir, en qué punto los científicos, los religiosos, y el público en general, definían que una nueva vida se había iniciado. Una vez definido esto, cualquier interrupción de esta vida era, simplemente, un asesinato. Toda la discusión sobre los derechos de la mujer, su derecho a “elegir”, su derecho sobre su cuerpo y demás líneas argumentales carecían de sentido. El derecho principal a proteger es el del niño en gestación que, ciertamente, no tiene ninguna posibilidad de defenderse por sí mismo. Ese feto tiene el derecho de ser protegido y ese derecho está por encima de cualquier otro derecho de la mujer o el padre o cualquier otro individuo. El punto crucial pues, consiste en definir el momento de la aparición de la nueva vida, de la nueva criatura.
Rudiano exponía sus puntos de vista de manera contundente. Había varias posibilidades y la primera sostenía que la vida comienza con la concepción o fecundación, es decir, con la unión del óvulo con el espermatozoide y el comienzo de la división de esta nueva célula o huevo. Una vez que el espermatozoide penetra el óvulo, comienza un maravilloso proceso de formación del nuevo ser y están dadas todas las condiciones para que, si el proceso no es interrumpido, esa vida llegue al mundo al cabo de nueve meses.
Otra posibilidad es que se defina que la vida comienza una vez que el huevo se implanta en el útero, lo cual ocurre aproximadamente el día ocho después de la concepción. En este punto, el huevo comienza a “echar raíces” en el útero materno y a fabricar el aparato de nutrición y conexión con la sangre materna llamado placenta. La célula huevo es llamada blastocisto y éste se va incluyendo en el tejido uterino. El embrión ya consta de cientos de células, pero todavía no tiene definida ninguna estructura del futuro feto. Hacia el final de la cuarta semana el embrión mide cinco milímetros. Este periodo embrionario va hasta la octava semana aproximadamente, al cabo de la cual, pueden identificarse todos los caracteres externos del cuerpo. A esta altura, el corazón ya esta prácticamente formado y pueden apreciarse sus latidos. Luego viene el período fetal que comienza en el tercer mes, en el cual el embrión pasa a ser feto. A esta altura, el feto mide alrededor de 7 centímetros y pesa 20 gramos.
La tercera posibilidad es considerar el inicio de la vida cuando se detecta el latido del corazón fetal, aunque esta alternativa es más difícil de precisar por el carácter dinámico de la formación de todo el aparato cardiovascular, y de cualquier otro órgano para el caso.
Una cuarta posibilidad sería definir el origen de la vida con el nacimiento del bebe.
Le elección no es fácil, pero la Iglesia consideraba que, claramente, la vida se iniciaba con la concepción y de ahí su oposición a cualquier cosa que interrumpiera el desarrollo de esta nueva vida. Incluso si uno adhiere a esta postura, era muy discutible el aborto en mujeres que eran víctimas de una violación o en casos de niños con malformaciones o defectos genéticos. En el primer caso, el feto de una mujer violada no tenía por qué sacrificar su vida por un hecho totalmente fortuito en su existencia, su vida ya estaba en curso y sacrificarla por el “sufrimiento” de su madre no parecería justificable, al menos desde el punto de vista del niño. En el caso del feto con algún defecto la discusión era más ardua ya que la gama de defectos o discapacidad era muy grande y era muy difícil delimitar quién podría llevar adelante una vida plena y feliz y quién no, aun con esos trastornos.
La injerencia e influencia de Rudiano en la defensa de las posiciones de la Iglesia en estas cuestiones le habían valido el aprecio de sus colegas y un gran prestigio intelectual.

Con la ascensión de Juan Pablo III, Rudiano pasó a ocupar el puesto de Ministro de Relaciones Exteriores del Vaticano lo que lo llevó a viajar intensamente. Esto le permitió conocer las personalidades y los poderosos del mundo. Entre ellos, los jerarcas religiosos del mundo judío e islámico. Había estrechado lazos con varios, en especial, los que compartían sus puntos de vista respecto a los cambios que se estaban sucediendo en las distintas religiones. Durante los últimos años había intercambiado opiniones frecuentemente con estos líderes quienes veían con creciente preocupación los avances que realizaban los astrónomos en sus observaciones que los acercaban al origen del Universo. Estaban de acuerdo en que la Creación era un momento sagrado, vedado para los ojos curiosos de los científicos y, ciertamente, para el resto de los mortales. A través de distintas consultas fueron refinando opiniones y definiendo puntos en común; finalmente decidieron formar una sociedad secreta a la que denominaron “El Triángulo”, representando los vértices a cada una de las religiones, la judía, la católica y la islámica. La composición de este grupo era secreto y así debía mantenerse porque habían acordado que podría ser necesario tomar acciones drásticas para preservar los principios de Dios; habían jurado no revelar jamás su existencia. A esta altura, su principal función era monitorear los grupos de científicos que estaban trabajando en la investigación del origen del universo y eventualmente tomar alguna acción que consideraran necesaria para impedir el progreso hacia la observación de la Creación.

Rudiano había conducido las reuniones del “Triángulo” desde el inicio, había sido el principal promotor del grupo, aunque sus colegas compartían en un todo su pensamiento y el curso de acción a seguir.
La captura del Alfredo había complicado las cosas sobremanera, el escándalo diplomático era monstruoso y todavía no había salido la información a la prensa sobre los verdaderos responsables de los crímenes. El gobierno norteamericano había actuado muy reservadamente porque comprendía que para el Vaticano el problema adquiría dimensiones insospechadas. Si llegaba a filtrarse la información de que los líderes religiosos habían tenido intervención en tamaña conspiración las reacciones eran impredecibles. Para el Vaticano el problema era mayor por su condición de estado soberano, su liderazgo religioso y su ascendiente sobre todo el mundo cristiano.
Por eso las negociaciones habían involucrado directamente al Papa y sus colaboradores más cercanos, entre los cuales estaba Rudiano. La gravedad del hecho de que estuviera involucrado proyectaba consecuencias impredecibles para la Iglesia Católica.
Cuando el Papa recibió la noticia de la conspiración a través del Secretario de Estado norteamericano, al principio reaccionó con incredulidad. Pero la información era muy precisa y fidedigna, aunque por el momento, no habían revelado la fuente. Eso ocurrió cuando el Papa se reunió con el Procurador General, quien le informó sobre Alfredo y los relatos de sus trabajos para Rudiano y su grupo.
El Papa, terriblemente apesadumbrado, pero indignado a la vez, se reunió a solas con Rudiano. “Salvatore, dime que esto no es cierto, que es sólo la fabricación de un asesino despiadado, preocupado sólo en salvar su vida”.
“Lo siento, Santo Padre, todo es verdad, podría negarlo y condenar al Vaticano y a toda la Iglesia a una larga pelea, pero la realidad es que Alfredo trabajaba para mí y para un grupo de líderes judíos y musulmanes”.
“Pero, ¿por qué Salvatore? ¿Qué era tan importante como para cometer esta masacre digna de los peores demonios?”
“Por favor, Santo Padre, no me hable así, estos malditos científicos querían profanar uno de los Misterios de Dios, la Creación misma, el Génesis, y eso no lo podíamos permitir. Pero, no se preocupe, Padre, yo me encargaré de resolver todo, será mi ultima acción para el Señor”.
“Lo que sea que hagas, Salvatore, hazlo pronto, de otra manera debemos entregarte a las autoridades norteamericanas para que te juzguen allá. De ninguna manera, podríamos negarnos a un pedido de extradición con un asunto de semejante envergadura. El mundo exigirá de su Iglesia que proceda con entereza y dignidad y con la búsqueda de la verdad, y eso es lo que haremos.”
“Sí, Padre, no se preocupe, en menos de veinticuatro horas esto será sólo una pesadilla pasajera en la historia del Vaticano.”
Salió de la reunión con el Papa decidido a concretar su plan lo más rápidamente posible. Era muy simple: escribir una carta de explicación de todas sus acciones, tomar toda la responsabilidad por los hechos, disculparse con sus fieles, la Iglesia y el mundo todo. Y luego quitarse la vida. Así de simple y así de efectivo.
Subió a su departamento ubicado muy cerca de los aposentos del Papa. El lugar era pequeño con una sala escasamente amueblada con unos sillones, una cocina casi sin uso, un pequeño escritorio con su computadora y los insumos básicos. Lo que sí se destacaba era una biblioteca que ocupaba prácticamente dos paredes, colmada de una cantidad de libros impresionante. Su morada daba la impresión de austeridad. Se puso a revisar sus papeles y a ponerlos en orden. Tenía una colección muy numerosa de fotografias, muchas de ellas posando con los personajes más poderosos del siglo XX y XXI. Les echó una rápida y melancólica mirada, como recorriendo su vida a través de ellas. Sus épocas de juventud como misionero a lo largo de los cinco continentes, atravesando tiempos duros, con mucho sacrificio, pero también llenos de satisfacciones y logros. Su llegada a Roma y la “buena vida”, su ascenso en la jerarquía de la Iglesia, sus viajes por el mundo llevando la palabra del Vaticano. Sus luchas llevadas a cabo con convicción, con perseverancia, pero también sacrificando escrúpulos y satisfaciendo su vanidad. Nunca había sentido demasiado remordimiento por sus actos que, mirados de afuera, podían parecer crueles, para él eran un mal necesario, pero esa noche su conciencia finalmente acusaba los golpes. Decidió realizar su última confesión, salió presurosamente y regresó a la media hora para continuar con sus planes. Antes de volver a su departamento decidió hacer una pequeña escala y observar una vez mas su cuadro favorito. Lo observó unos minutos, con melancolía, con lágimas en los ojos, deseando ser uno de los animalitos felices que poblaban la pintura. En ese momento hubiera dado cualquier cosa para poder transformarse en uno de ellos y evitar el destino que lo esperaba. Pero no había nada ni nadie a esta altura que pudiera cambiar su suerte. Se alejó silencioso, cabizbajo. De regreso en su cuarto, ya estaba casi todo en orden. Escribió su carta, la dobló prolijamente y la dejó sobre su escritorio. Tomo una cuerda que pertenecía a una de sus sotanas guardadas en un armario, preparó la escena y se subió a la silla de su escritorio. Estuvo unos minutos parado sobre ella con la soga al cuello meditando, pensando en las advertencias del Padre Tordelli: había llegado demasiado lejos y nunca le había llegado el momento de la tan necesaria introspección para controlar, con humildad, su soberbia y su falta de códigos escrupulosos que moderaran su conducta. El precio era ofender a su Dios una vez más y quitarse la vida que sólo Él podía llevarse. Su último pecado.

Bajó la cabeza y, sin más, se dejó caer. Su muerte fue instantánea al fracturarse su columna cervical y seccionar el tronco del encéfalo.
A la mañana siguiente, el mundo amaneció con la noticia del suicidio del cardenal Salvatore Rudiano y, poco tiempo después, los detalles de su infame conspiración aparecían en la primera plana de todos los diarios.




















CAPITULO 17
AFANES DE MORTALES

¿Crees en Dios? Si crees en él existe;
si no crees, no existe.
MAXIMO GORKI

“Dios es el gran silencio del infinito. El mundo habla de Él
y para Él,
nada de lo que se diga lo representa tan bien
como su silencio y su calma eterna”.
ELIPHAS


Eran cuatro astronautas los que integraban la tripulación del Vehículo Espacial Europeo (VEA), incluyendo a Ignacio. Los otros tres reemplazarían la tripulación que estaba en la estación espacial Andrómeda 21, que giraba alrededor de la Tierra dando una vuelta al planeta dieciséis veces por día viajando a 28900 kilómetros por hora a una órbita de ochocientos kilómetros de la Tierra. Mantenía una tripulación estable desde su puesta en funcionamiento cinco años antes, período durante el cual se fue armando el Hubble II. El único que haría el viaje de ida y vuelta esta vez sería Ignacio. La tripulación estaba integrada por un norteamericano, un francés y un ruso junto con Ignacio, que estaba haciendo historia: sería el primer argentino en viajar al epacio.
El VEA contaba con la última tecnología, era relativamente espacioso y podía albergar hasta ocho tripulantes. Estaba especialmente diseñado para acoplarse fácilmente con la estación espacial y permitir una rápida carga y descarga de material y personal.
El adelantamiento del lanzamiento no había provocado ningún cambio en la misión ni alteración en los planes de Ignacio. Ya hacía unos días que estaba listo y sólo seguían practicando las rutinas una y otra vez. No llegó a enterarse de la suerte de Terri ya que había sucedido algunas horas antes del despegue y habían decidido no decírselo para no perjudicar la misión ni el ánimo de Ignacio.
Ya estaban todos en sus lugares, el comandante y su copiloto sentados en las butacas delanteras y el ingeniero de vuelo al lado de Ignacio que se encontraba justo detrás del comandante. Escucharon la cuenta regresiva mientras revisaban las pantallas de la computadoras de a bordo en el panel de control lleno de indicadores con colores, gráficos y luces que se prendían y apagaban.
Segundos finales del conteo que se escuchaba con silencio y tensa expectativa. Cinco, cuatro, tres, dos, uno, ignición. El despegue fue suave, contrariamente a lo que había supuesto Ignacio, incluso le pareció mas suave que en los simuladores. Sintió tensión interior al pensar que la salida de la atmósfera de la Tierra a su órbita era el momento de mayor riesgo; dado que hay que utilizar el máximo de potencia para la primera salida es allí donde reside el peligro. El otro punto riesgoso era el de la reentrada, tal cual había quedado demostrado por el accidente del Transbordador de la NASA de principios de siglo. Rápidamente, el cohete tomó velocidad y se dirigió al espacio. En tres minutos ya habían dejado la atmósfera terrestre y contemplaban el planeta azul. La visión era todo lo que Ignacio esperaba y aún más. Una primera vista, una panorámica de un brillante océano azul oscuro, cubierto de manchas verdes y grises y blancas de atolones y nubes. Cerca de la ventana, pudo ver que esta escena del Pacífico estaba bordeada por el extremo curvado de la Tierra. Pegado a él, tenía un fino halo de color azul y, más allá, el oscuro espacio. Contuvo su aliento, se sentía extraño, algo faltaba; de golpe comprendió que el espectáculo ante sus ojos era grandioso, le faltaban los calificativos para su descripción, pero lo sobrecogió el silencio. Cada uno debía escribir su propia música para que esta esfera cobrara vida. Se colocó los auriculares de su reproductor de MP3 y escuchó en éxtasis la música que la imagen le había negado. Minuciosamente había preparado para la ocasión un potpourri de sus temas preferidos: el concierto no. 5 de Beethoven, la Rapsodia de Rachmaninoff, el jazz de Ella Fitzgerald, la voz de Chet Baker, algunos clásicos de los Beatles, Blind Melon, en fin, desde la música clásica hasta el rock and roll, pasando por toda la gama de música que había escuchado desde que era niño. No tenía muchas obligaciones que cumplir en la nave por lo cual pudo disfrutar unas cuantas órbitas entregándose a sus pensamientos y disfrutando sonido e imagen en perfecta comunión. Pensó que si algún observador madrugador estuviera mirando el cielo estrellado antes del alba no verá nada extraordinario, sólo el horizonte brillará un poco más ya que el sol está por revelar su presencia. Entonces, el Vehículo Espacial aparecerá, deslizándose hacia el este entre la luz del amanecer, muy por encima de la tierra. Se hará más y más brillante hasta rivalizar u opacar a cualquier otra estrella del cielo. Una aparición que parece una brillante supernova con forma de T bamboleándose suavemente en el cielo, que podría recordarles a algunos observadores uno de esos OVNIS de Hollywood y, en verdad, es sólo una nave espacial, pero los exploradores que se encuentran dentro de ella son humanos, no extraterrestres. Si uno de ellos está mirando a través de la ventana, como lo estaba haciendo Ignacio en este momento, cuando la estación espacial se materialice por encima de ese curioso, él no sabrá que en el espacio otro ser humano está maravillado ante lo que la naturaleza le ofrece: un hermoso amanecer. El sol aparece como el rayo y se pone igual de rápido. Cada amanecer y cada ocaso con su corta vida de tan sólo unos pocos segundos. Pero en ese intervalo de tiempo se pueden ver al menos ocho bandas diferentes de colores que van y vienen, desde el rojo brillante hasta el azul más intenso y más oscuro. Inasible belleza sin igual, la de cada amanecer y cada ocaso tan único e irrepetible como el de cada momento de la vida humana.
Pudo apreciar una humareda levantándose en la zona del ecuador brasileño, que correspondía a la quema de bosques tropicales para el avance de la agricultura, una gigantesca tormenta en forma de remolino en el Océano Atlántico dirigiéndose al Caribe, el extenso amarillo del Sahara, tal cual lo describiera aquel astronauta, la Gran Muralla China, una de las pocas construcciones humanas visibles desde el espacio exterior.
Luego de algunas órbitas, se dirigieron a la estación espacial y cuando la alcanzaron iniciaron las maniobras de acople que no ofrecieron ningún inconveniente. Los recibió la tripulación de la estación con alegría efusiva y dedicaron los primeros minutos a ponerse al tanto de las tareas necesarias a realizar y los planes de los próximos días. Todos se mostraron muy colaboradores con Ignacio, no sabían exactamente cuál era su misión, pero sabían que era muy importante para la ciencia. Luego organizaron una comida informal todos juntos. Charla amena, llena de anécdotas espaciales de cada uno. La estación contaba con gravedad propia por lo cual podían movilizarse como si estuvieran en tierra firme. Luego, Ignacio puso manos a la obra con sus preparativos y lo mismo hicieron los demás astronautas. Programó el uso del telescopio para la noche siguiente. El tiempo pasó rápido e Ignacio se encontró sentado en la consola de control del Hubble II, en total soledad, la del espacio exterior y la de la estación espacial, ya que el resto de la tripulación se encontraba en etapa de descanso. Ignacio tenía todo listo para comenzar la observación. No sabía cuán lejos podría llegar, pero tenía una sensación extraña en su interior, como un presentimiento, algo que no podía describir exactamente, una especie de intuición y esa intuición le decía que estaba al borde de algo grande, algo inmenso, algo histórico, algo increíble, el momento por el que había trabajado y para el que se había preparado toda su vida. Sintió ganas de llorar, de reírse, de volar, de salir en una caminata espacial en la negrura del espacio, con la bella Tierra como lejana esfera, para flotar sólo en sus pensamientos. Sintió deseos de estar en tierra firme junto a su familia, recordó a sus familiares muertos, a sus abuelos, a sus tíos, a sus compañeros de colegio, a sus maestras, a sus vecinos, a todos los seres queridos que eran y habían sido parte de su vida. Tuvo visiones de su infancia y adolescencia, esos tiempos inocentes durante los cuales había sido muy feliz. Le vino a la mente el momento del nacimiento de sus hijos, el momento en que asomaron la cabeza a la vida que había presenciado con incontenible emoción. Recorrió varios pasajes de su vida que le vinieron a la mente como un aluvión de pensamientos fugaces, que van y vienen, que asoman y desaparecen, pero que le dejaban la conciencia de haber sido, de haber estado, de ser parte de su existencia. Alli, solo, en el medio de la oscuridad del cosmos, a cientos de kilómetros de la Tierra, sentado en la sala de comandos del mayor observatorio espacial con que contaba la humanidad, Ignacio se sentía acompañado por los suyos, por su entorno, rodeado de sus vivencias. Que sensación de plenitud pero tan inexplicable a la vez!
El momento de reflexión íntima dio paso lentamente a la concentación en la misión que debía cumplir, y se dedicó a encarar los pasos siguientes. Introdujo el CD con el Algoritmo en la computadora principal del Hubble II e hizo todo lo necesario para comenzar con el enfoque. El primer punto de su recorrido: una galaxia situada a 500 millones de años luz. El enorme telescopio comenzó su movimiento hacia ese primer punto en el Universo. Obtuvo una imagen brillante, perfecta como jamás había observado desde la Tierra. Se detuvo unos minutos a admirar esa visión hermosa, esa galaxia en forma de flor de girasol; ya la había observado previamente con otros telescopios y le había llamado particularmente la atención por su forma, y por eso la eligió para comenzar el recorrido de esa noche ya que la conocía bien. Además, esta galaxia se encontraba en un lugar del universo donde el telescopio tendría un camino más o menos despejado hacia cuerpos más lejanos. Ya habían planeado con Terri que la observación debía proceder por esa “ruta”. Las imágenes del universo que proveía el Hubble II eran definitivamente las mejores, por lejos, que había obtenido la humanidad hasta el momento, pensó Ignacio. “Terri, si estuvieras aquí no lo podrías creer”, murmuró para sí mismo.
Siguió hasta el siguiente punto: esta vez era una galaxia a cinco mil millones de años luz, es decir, el universo ya tenía dos tercios de su existencia, calculada en quince mil millones de años. Se podían ver galaxias hasta más o menos la mitad de la edad del universo, unos siete mil quinientos millones de años; más allá era muy difícil distinguir formas, porque la luz de esas galaxias tan lejanas era casi imperceptible para los telescopios terrestres. El Hubble II, seguramente, detectaría galaxias más lejanas. Pero antes de eso, no era problema seguir avanzando en el tiempo-espacio porque los cuerpos que antecedían a las galaxias en edad eran los quasares, cuerpos infinitamente más brillantes que las galaxias y que, a pesar de encontrarse más lejos, podían ser visualizados aún a distancias mayores sin problemas, justamente, por su gran luminosidad. Los quasares representaban el núcleo de jóvenes galaxias durante el período de su violenta formación, es decir el período durante el cual las jóvenes estrellas estaban juntando poder y energía.
Y el tercer punto en la observación era justamente un quásar situado alrededor de diez mil millones de años. Lo observó con total claridad, con unos colores brillantes y diversos, como tomados de la paleta de un pintor impresionista.
El próximo punto ya se encontraba a sólo mil millones de años del Big Bang. Acá observó una galaxia en formación, principalmente compuesta de gases incandescentes y donde sólo había dos elementos en el universo: hidrógeno y helio. El hidrógeno, el elemento más abundante de nuestro universo, compuesto por un protón y un electrón circundándolo, y el helio formado por dos protones, dos neutrones y dos electrones. Por un momento su actitud se volvió solemne: era el primer testigo de una observación semejante, el primer observador de la formación de una galaxia. Nuevamente pensó en Terri con un dejo de angustia inexplicable, “Terri, tu mereces mas que nadie estar aqui”, dijo en voz alta aunque nadie lo escuchaba.
Siguió su recorrido. La próxima parada a un millón de años del Gran Estallido. Acá, por primera vez, surge la luz, los fotones libremente volando en el espacio, el universo se había expandido lo suficiente para permitir que aparecieran. Y también la época de formación de los primeros átomos.
Siguió el recorrido. Ya estaba en los primeros cien segundos, en el momento de formación de los núcleos del helio, cuando el universo se había enfriado lo suficiente como para que protones y neutrones se combinaran.
Un segundo de vida, el calor tan intenso que ni siquiera los quarks se pueden unir para formar los protones y neutrones, sólo hay una sopa de quarks y partículas subatómicas que nadan en un mar inestable de energía.
Una centésima de segundo y el universo es tan denso que hasta los neutrinos, partículas que pueden atravesar un bloque de plomo de millones de millas de espesor, no pueden moverse.
Una billonésima de segundo y las partículas subatómicas sólo rigiéndose por la fuerza electromagnética débil y la fuerza de gravedad.
Un paso más y otro más y otro más. Una centésima de billonésima de segundo, el universo tan joven que los científicos predecían que sólo había una sola fuerza, una sola ley, una sola explicación para las leyes de la naturaleza: la relación entre el espacio y el tiempo, entre la energía y la materia. El universo todavía está contenido en un rayo infinitamente pequeño de energía, pero en rápida expansión. Ignacio, absorto, no puede sacar la vista de la pantalla, ya esta ahí, el Big-Bang está ocurriendo ante sus ojos incrédulos.
Había programado el Algoritmo para que una vez que estuviera observando el primer segundo posterior al Big-Bang, el telescopio se moviera de a millonésimas de segundo indefinidamente hasta que no hubiera nada más para observar, si es que tal cosa podía suceder. Observar cómo una corriente singular e infinitamente pequeña de energía se convirtió en todo el universo de hoy. En eso estaba.
Siguió avanzando, ya estaba en presencia del momento de la explosión inicial, sólo quedó un punto minúsculo en el centro de la pantalla. “¿El primer átomo?, el primer quark?, la partícula primordial subatómica generadora de todo?”, se preguntó e inmediatamente cayó en la cuenta de que ya había sobrepasado el Big Bang, la Creación, que ése era el átomo o la partícula primordial y…repentinamente la pantalla se puso negra, todo se oscureció, la luz de toda la consola se apagó. Miró por un instante a su alrededor y advirtió que el modulo del telescopio estaba totalmente oscuro, pero podía ver a lo lejos el módulo de descanso de la estación espacial iluminado normalmente. Sintió una paz profunda, muy profunda. Volvió su vista a la pantalla, pensando que había algún desperfecto. No había sacado sus ojos de la pantalla por más de un segundo, pensó. Esa sensación de paz se apoderó de su mente y de su cuerpo. Se sintió relajado, descansado, a pesar de toda la tensión del esa noche, del viaje, del entrenamiento, de las últimas semanas y meses. De repente, algo comenzó a aparecer en el monitor nuevamente, unos puntos que se movían en todas direcciones, que aparentemente flotaban en forma aleatoria y sin orden aparente, puntos que se fueron acomodando, como buscando su lugar. ¿Esto sigue funcionando?, se preguntó. Un vistazo a la consola de comando le confirmó que todos los indicadores funcionaban perfectamente, la observación seguía, pero ¿de qué?
Todo estaba pasando tan rápido, sólo milisegundos tras milisegundos, su vista fija en esa pantalla, esos puntos ahora moviéndose lentamente y organizándose, esos puntos que ahora claramente estaban formando una palabra: DIOS.
Ignacio se quedó atónito. Inmóvil. Boquiabierto. La pantalla se apagó totalmente.
Nuevamente, la paz era absoluta, envolvente, mezclada con una abrumadora sensación de bienestar. Sus hijos, su mujer, sus padres, sus hermanos, sus afectos todos parecieron confluir en su conciencia en ese momento, transportandolo a un paraíso mental nunca antes experimentado por Ignacio hasta ese momento. Ciertamente reconfortante, y placentero, espiritual y terrenal a la vez
¿Había presenciado el Génesis? ¿Había recibido un mensaje de Dios? Su mente hacía preguntas cuya respuesta conocía. ¡Claro que Dios se había comunicando con él! Ya no tenía dudas de la existencia de Dios, era un privilegiado más, otro de los pocos elegidos. Su búsqueda lo habia llevado a comunicarse finalmente con el Todopoderoso, ahí mismo en el medio del sistema solar, en la negrura del espacio interestelar. En cierta forma sintió que su perseverancia, sus buenas intenciones, su afan de saber la Verdad de las cosas, había sido recompensado por el mismo Ser cuya existencia tantas veces había puesto en duda.
Y lo que es más, tenía la prueba en las computadoras, estaba todo grabado, el mensaje de Dios en código cibernético!
Cuando pudo reaccionar, empezó a revisar la grabación de la sesión de esa noche en la computadora del telescopio. Le ordenó a la computadora ir al final de la sesión y reproducir. La computadora no encontró nada. “No puede ser”, pensó. Le ordenó buscar un pasaje de la mitad, luego reproducir toda la sesión desde el principio, pero nada. Estaba todo en blanco. No lo comprendía. Ordenó a la computadora registrar y reproducir los discos de back-up. El Hubble II tenia un sistema de triple seguridad. Para asegurarse de que las observaciones fueran guardadas, se grababan con tres sistemas de back-up, incluyendo uno que quedaba directamente en la computadora central de la estación espacial. La computadora buscó, pero finalmente le informó a Ignacio que no encontraba ningún rastro de la observación de esa noche. Ignacio llamó inmediatamente al comandante: “Roger, tengo un problema, acabo de terminar la observación con el telescopio, pero la computadora no me puede reproducir la sesión, ni tampoco encuentra nada en el back-up. ¿Puedes ver si hay otra forma de acceder o de encontrar la información? Es importante.”
“Déjame ver, Ignacio, dame un minuto”, le respondió el comandante, mientras se comunicaba con el oficial de sistemas de la estación espacial. Controlaron las computadoras una y otra vez. Ignacio esperaba ansioso, minutos eternos.
“Negativo, Ignacio” le dijo Roger al cabo de unos minutos, “no hay registro alguno, no hay ningún back-up, como si no hubieras usado el telescopio esta noche. No sé cuál es el problema, pero esto, hasta donde yo sé, jamás había ocurrido. Haremos una revisión exhaustiva de los controles y los sistemas. Lo siento, Ignacio, ¿era muy importante lo que observaste?”
“Ni lo imaginas”, le contestó Ignacio, “pero no te preocupes, ya habrá otras oportunidades, gracias por tu ayuda”.
Habria alucinado todo el evento? Era posible pero improbable. No tenia dudas de lo que había observado, todo fue tan real como el nacimiento de sus propios hijos a quienes habia sostenido en sus brazos casi desde su salida del vientre materno. Dios era misterioso por su misma naturaleza divina pero en este dia se habían comunicado. Su presencia y su mensaje fueron palpables, sin lugar para las dudas. Si las maquinas humanas no lo tenian registrado era porque precisamente eran maquinas humanas, falibles, pero también sometidas a la voluntad divina. Tal vez la revelación de Dios era sólo para Ignacio Horton y no para el resto de la humanidad, no era un “descubrimiento cientifico” que debía ser publicado.
Se dio cuenta de que no se había fijado en su propio disco, siempre grababa las sesiones en un CD que luego llevaba consigo. Lo sacó de la computadora y lo observó unos momentos pero no se atrevió a fijarse si contenía la grabación. Un extraño pudor le impidió comprobar si la grabación existía. Lo guardó en su caja y lo acomodó entre sus cosas.
Era una señal. Durante el resto de su estada en la estación espacial se dedicó a pensar que haría en la Tierra si el disco tenía todo grabado. ¿Por qué se había borrado todo registro de su sesión de observación? Evidentemente, el equipo había funcionado perfectamente, la computadora, el telescopio, el Algoritmo, todo. No había razón para sospechar que la computadora no estuviera grabando cuando nada así lo indicaba. ¿Obra Divina? ¿No querría Dios que divulgara su Revelación?
Pensó una y otra vez. Finalmente, llegó a la conclusión de que lo que le había sucedido era algo personal entre él y Dios, y que si bien él estaba convencido de lo que había acontecido, ahora cabía la posibilidad de que no tuviera ninguna prueba de ello. Volvía al principio, todo era una cuestión de fe. Lo que él había observado no pertenecía ni a la ciencia, ni a su equipo, Dios se le había revelado a él y a nadie más por el momento.
Tomó el CD con su caja y se dirigió a la sala de deshechos de la estación. En ella, los astronautas eliminaban periódicamente basura o material que consideraban peligroso para su seguridad. Ponían el elemento en cuestión en una cámara que luego se abría al espacio y liberaba el material para que flotara eternamente en el cosmos. Ignacio puso su disco en la cámara de eliminación y se quedó meditando unos minutos. Si bien la decisión ya estaba tomada, a último momento, le surgieron dudas y cierto resquemor. “Después de todo”, pensó, “puedo estar tirando la mayor pieza de información que haya existido jamás, la comprobación de la existencia de Dios, el momento de la Creación y el mayor descubrimiento científico de todos los tiempos.” Esto, sin contar la gloria, el poder y la fama que le traería. Siempre y cuando el disco contuviera la grabación, de otra manera sólo estaba descartando un pedazo de plástico sin valor alguno.
Le dio una última mirada y abrió la compuerta. El disco salió al espacio exterior y quedó flotando, flotando por siempre hacia los confines del universo. Lo observó un rato largo mientras se alejaba, cada vez más pequeño; estaba como hipnotizado.
Despedida y homenaje final. Gratitud infinita de estar vivo, de haber sido testigo de un milagro de ciencia y de fe. El disco había desaparecido.
Ignacio se aprestó para el regreso a la Tierra, ignorando lo que le esperaba cuando pusiera un pie en el planeta. Pero algo se había aclarado en su cabeza: la búsqueda del Ser Supremo o La Verdad, o como fuera que cada uno lo llamara, era un tema netamente individual.

FIN








REFERENCIAS

1) Ayn Rand. Capitalism, the unknow ideal. Cap 2
2) Javier Sanpedro. Babelia y Clarin. Cap 2.
3) James Lovelock. La Hipotesis Gaia. Cap 4
4) Dennis Overbye. The New York Times. Cap 5
5) James Burke. After the warming. Cap 15
6) Brian Greene. The Elegant Universe. Cap 15